Somos varios los testigos. Luis, el sobrino de Nelson que tendrá a su cargo la filmación de estos dos días de gran significado para todos. Se conectó cuando supo que el encuentro se perfilaba, y allí está con sus cámaras, con su emoción, con sus recuerdos de ese tío. Con el propósito de completar una historia, de conocerlo más profundamente a través de la gente que lo quiso y con la que Nelson se acompañó en Europa. El segundo testigo es el Becario que investigas las características del exilio en Bélgica de algunos grupos de argentinos, que con su presencia en este Encuentro completa su tesis y que pronto partirá. La tercera es Marta D., compañera solidaria de tantas aventuras, y por último yo, que estuve junto a Marta R. en aquella etapa de trabajo que llevó a su libro “Seda cruda. Crónica de cárcel, exilio y regreso”. Ya conozco de oídas a muchos de los que estarán hoy y a otros que veremos mañana cuando Rosario contacte con Bruselas y podamos vernos y oírnos. También llegará la madre de Marta que en una conversación supo decirme, hace mucho tiempo. “También las madres de quienes estuvieron en Devoto debiéramos escribir nuestro libro”. Ella que esperó tantas veces, hasta esa última en que volvió sin poder ver a su hija “con los pies en llagas y el alma en hilachas”. Adiviné entonces otras historias tras la historia que quedaron allí, apenas esbozadas pero ocultas aún.
Me pregunto cómo me sentiré participando de este encuentro. Me interrogo acerca de la pertinencia de mi presencia allí. ¿Será oportuna? Me prometo el máximo de discreción y la suma de respeto. Y aun así, la promesa de colaborar con Marta registrando mis impresiones me genera dudas. ¿Estaré en el lugar adecuado en el momento justo o será una impertinencia? Me guía el enorme afecto y la posibilidad de colaborar con la publicación, que como suma de testimonios, se proyecta. Ya hay un embrión de ese libro, echado a rodar por Marta y con la colaboración de Pepe que se ha sumergido en sus recuerdos, plasmando páginas y páginas de lo que fue su experiencia de entonces. Su tarea como conductor de tranvías que tantas anécdotas le permitió recordar.
Entonces me meto en el ruedo.
Cuando llego, ya hay algunos que se anticiparon. Me voy acercando al grupo. Nati, que está entrando dice: “Vengo a encontrarme con mis tías y tíos truchos”, y se abraza de Marta. La frase de Nati: “Tias truchas” produce efectos. Cuando miro a Marta, la veo sacudida en el encuentro con esta joven, que la recuerda como familia. Ella me comenta mirando las fotos de entonces: “ Mirá como los chicos pasaban de brazos en brazos, de Sergio a Nelson, de Angela a la Tucu…Como si esos chicos fueran un poco de todos.”
Recuerdo un libro de Margaret Mead que describe el modo en que los Arapesh criaban en comunidad a sus niños, en un clima en que todos los adultos se ocupaban de cuidar a los miembros jóvenes de la tribu, oficiando de madres y padres para que crecieran en un clima de seguridad y confianza. Asocio la frase de Marta al comentario sobre estos chicos que fueron desplegándose en esta familia ampliada, para llegar a ser quienes son hoy.
Mirando las fotografías que reconstruyen partes del pasado en común, fiestas de cumpleaños, Navidades, Campamentos, se reviven los hechos de entonces. Marta me abraza y siento que está invadida de una emoción que conozco. Que registré muchas veces, y especialmente este año, cuando en el edificio señorial de Bulevar Oroño, terminaba de decir su palabra. Cuando salíamos al jardín después de que testimoniara y la rodeábamos poniendo el calor que disipara toda la tensión de esa mañana luminosa.
¿Y esta vez? También es una mañana luminosa. Entonces era el encuentro consigo misma. Hoy es el encuentro con los compañeros de entonces. Buena parte de los recuerdos se centró en una tarea: la de ubicar el orden de llegadas a aquella Bruselas en los 70, y por ello, ¿quién recibía a quién? ¿Cuáles llegaron primero y abrieron camino? ¿Qué hospitalidad acolchonó el arribo temeroso de los que iban sumándose? Voy conociendo a algunos de los integrantes del grupo. Sé que mi registro es apenas de fugacidades, de palabras, de pequeños gestos, que remiten al misterio de aquellos encuentros que iluminaban, daban consuelo y permitían sostener la esperanza. Pero sé también que es más lo que ignoro, lo que me deja en los bordes de esto tan vital y tan fuerte que está sucediendo ante mis ojos.
El relato se va armando espontáneo. Se habló de los que llegaban en familia, de las que llegaban solas con sus niños y de los vínculos que se gestaron en ese tiempo. Pero no se dijo todo, había que cuidar, delicadamente las nostalgias. Aunque Juan y Sergio bromearan.
¿Cómo es que fue aprender a valerse por sí mismas en un mundo distinto? ¿Cómo aprender ese idioma tan diferente?
Norma cuenta: “En el aeropuerto no me quería bajar del avión, con los dos chicos dormidos, sin saber a dónde ir…todo era tan difícil. No sabía preguntar por las cosas más elementales, ¿dónde está el baño?, me desesperaba porque no me entendían…Cuando compré en el Supermercado algo que creí que eran albóndigas, llegó Ani (hada bienhechora, aún radicada en Bruselas) y me dijo: Eso es alimento para gatos.”
Marta acota: “Bueno, no sería peor que lo que nos daban en Devoto…”
Norma cuenta: “Decidí usar el dinero de la reparación para terminar una etapa y empezar otra que fuera de alegría. Que todo aquel sufrimiento se transformara en algo bueno. Así lo primero fue comprar una casa a mi hijo. Luego compré la heladera más grande y hermosa. No importa si estaba vacía, me hacía feliz mirarla. Luego un cero kilómetros rojo. Y después pensé en algo que pudiera reunir a la familia. Entonces hice construir la pileta en el patio. Volaron los canteros y la huerta. Y valió la pena porque la pileta sirvió exactamente para eso. Como lugar de celebración, como lugar de encuentro.”
Ana poeta me cuenta: “Tuve tres matrimonios, los dos primeros fueron escritores. Y este tercero, músico. Con él estoy desde hace 25 años. Mis hijas me tomaron una vez una foto en que estoy con los tres. Mi yerno actuaba en un concierto y había venido el padre de mi hijos mayores desde Argentina…Era toda una ocasión para que compartiéramos en familia. Así que lo que me decían después, es que esa foto era el documento de Doña Flor y sus tres maridos.”
Ana poeta me regala su libro. Comenta que en el viaje en avión conoció a unos chicos que integraban “Fuerza Bruta”. Que cuidaban de ella y a cada rato venían a conversar. Que luego, viniendo en auto desde Buenos Aires, en una parada de la ruta tomando café, vieron una Harley Davidson espectacular. La montó una señora en campera colorida que se fue rauda. Me muestra las fotos que pudo tomarle cuando se alejaba. En el bar le dijeron que tiene 90 años. Ana acota: “¡Me ganó a mí!”
Los que eran niños cuentan sus versiones de la historia. Nati dice: “En mi vida ya está integrado naturalmente como una parte eso de vivir entre lugares. El estar hoy aquí, y mañana quién sabe…Cuando llegamos a Bélgica y conocía gente ya sabía: Si los que encontrábamos eran argentinos, entonces eran tíos.”
Durante el almuerzo, uno de los chicos me dice de su deseo de escribir él también en el libro que se proyecta, inaugurando así una experiencia de decir, en que su relato enriquezca la puesta en común. En que además refleje ¿por primera vez? su mirada sobre lo vivido. Mirada particular, mirada única y por tanto valiosa e intransferible. No me animo a decirle mucho, su iniciativa es como una brizna que ni la más leve brisa debe tocar para que pueda crecer.
Los que eran adultos también cuentan. Norma dice: “Mi hija, cuando aprendió, dibujaba siempre la misma nena, con colitas y lágrimas en la cara. Era ella.” (Me parece que advierte mi emoción al escucharla). Margarita agrega: “Las mías dibujaban nenas con fusiles.” Y Marta cuenta: “Mi hijo volvió una vez llorando porque los chicos le habían dicho que nació preso…”
Norma agrega: “Si, a veces los chicos son crueles…Pero y los adultos…¿Ustedes estuvieron en Coordinación Federal? Leyeron como yo, en una pared y escrito con sangre: ¡Mamá sálvame!”
Siento una punzada. ¿Cómo entrar en este mundo con la debida reserva y cuidado. ¿Cómo referirse al eco en los hijos, de las experiencias vividas por sus padres? ¿Cómo dar cuenta de las estrategias de grandes y de chicos para llevar adelante sus vidas en ese exilio, no elegido pero ineludible? Exilio que se transformó en referencia insoslayable de sus vidas.
¿Vidas signadas por el esfuerzo en que se trataba de que prevaleciera la ética en medio de la lucha? ¿Vidas que debieron ajustar sus proyectos para seguir adelante?
Luego el encuentro con los que del otro lado ajustan sus relojes para el encuentro. Marta me lleva frente a la mínima pantalla. Alguien del otro lado pregunta “¡Quién es la que está junto a Sergio?” Marta contesta: “Es María del Carmen, que nos va a ayudar en la tarea.” Me quedo callada pero embarcada ya en esa promesa. Me debo a mí misma preguntar por cada uno de ellos, reconocerlos en su singularidad…en la pantalla son el grupo anhelante de los felizmente reencontrados. Registro el movimiento y la alegría de éste y del otro lado. El alborozo de volver a verse, de reconocerse y traer las anécdotas de entonces. Primero los adultos, luego también los jóvenes: Matías payaseando frente a la camarita. De este lado Sergito haciendo eco. Nati, Mariano, Eduardo, Violeta, recordada como la mascota del grupo.
Luego la pausa y el relato de los chicos contándose el modo en que se presentan en este mundo y esta realidad, que a veces es la que marca su inserción. El modo en que afrontan o eluden dar cuenta de sus historias. De la existencia del exilio que sigue siendo una referencia ineludible.
También Marta cuenta que ante las preguntas que le dirigían a la vuelta del exilio, siempre evitó contestar. “No me sentía obligada a decir, el silencio tenía sentido. Si ese silencio había permitido en los peores momentos, que la vida del amado quedara preservada… Y que si no habló entonces bajo…se detiene y dice: bajo presión, ¿por qué hacerlo después…?” En su vacilación leo entre líneas, no la miro pero siento su pena.
Margarita dice: “Hay cosas que no se pueden decir, ni entonces, ni después, ni ahora.” Y yo creo que entiendo. Hay silencios y tienen algo ante lo que solamente cabe el respeto.
A la noche, junto al río, Ana busca la cruz del Sur y dice: “Este es otro cielo, hasta eso es distinto.” También creo que entiendo. Durante la cena, sucede algo que marca tal vez un signo. En el cielo estallan los fuegos artificiales. La música nos trae canciones. Podrán decirme que fue casualidad, que fue una coincidencia que otro grupo en el mismo restaurante hubiera montado esa celebración. Podrán decirme mil cosas, y darme mil explicaciones, pero yo no lo creo. Los fuegos que iluminaron el cielo junto al río, la música que surcó el aire tibio…todo eso no fue casualidad. No fue coincidencia. Estuvieron allí porque eran necesarios.
2011
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