21 dic 2020

Segunda reunión en Rosario de ex-exiliados en Bélgica

 BÚSQUEDA


La tejedora, dice de sí misma, que siempre estuvo en el intento de encontrar sentido a su vida. Que andariega, lo hacía sin desmayos por distintos continentes, y que estaba en esas búsquedas cuando los conoció a ellos, que también andaban tras respuestas. Provenían de su propio país y recién llegaban a ese otro ( el del gris y  la incertidumbre), como exiliados. Y se acercó para saber de sus historias. Y que se sumó al grupo.
Que en aquel tiempo fue amada, pues llevaba a los niños de paseo y les enseñaba a enhebrar collares, compartía con generosidad las múltiples tareas. Y que la tejedora y los exiliados intercambiaban saberes, afectos, anécdotas para el recuerdo.
Que hoy ella se  acerca con  esas memorias de entonces y con el relato de sus afanes. Y, hoy como entonces,  sigue siendo una más.

ALQUIMIA

La voz cuenta de su balance de tantos años, de la alegría de este momento y de la gratitud por lo vivido. Relata que pudo cambiar, mutar el dolor, el miedo, la pena y el desarraigo en esta vitalidad con la que construyó su vida. Y también esa, su apuesta renovada por el encuentro, es un mensaje para todos nosotros, que la escuchamos. Cuenta de la unión con el compañero del que tuvo dos hijas, que la acompañaron en el “sertao”. Allí se las vio crecer en libertad entre gentes hospitalarias y humildes por un tiempo que recuerda como un tiempo de libertad en la naturaleza. Y luego, el trasplante al frío. A la nieve. Para compensar ese frío y esa nieve, la cálida acogida entonces de quienes habrían de ser sus hermanos desde allí y hasta hoy.
Si fuese verdad que se recoge lo que se siembra ¿cómo no pensar que no podía haber otros frutos que esta hermandad de aquí y de allá, que la  acompaña, porque ella supo sembrar todo ese amor?
Me pregunto ¿qué posibilitó que pudiera lograr esa transformación de la pena en alegría, de la angustia en empuje, del desasosiego en fuerza, para llevar adelante todas las luchas sin perder la sonrisa?
Pienso en ella como en una alquimista de los sentimientos, poseedora de una mágica piedra filosofal,  que supo y pudo trocar toda la oscuridad de su historia (de nuestra historia) en este oro refulgente de sus sentimientos, en las pulsiones de vida, en los gestos y palabras que nos regala a quienes a su alrededor la vemos brillar.
 

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ANHELO

Y otra voz cuenta del dolor de quien se sintió desbordada por algo que no quería. Un torbellino que la llevó lejos. Que ausente el compañero, se sintió empujada junto a su hija pequeña en una huida incierta. Que la primera acogida fue en una Villa Miseria, porque allí (tal vez porque sabían del desamparo) le dieron refugio. Luego fue en la casa de sus padres donde permaneció hasta poder salir del país. También ella encontró, al final del túnel, la protección, los amigos y el espacio en el lejano país. País del que guarda el mejor de los recuerdos. País por el que siente gratitud. Pero para ella,  volver, años después, no atemperó su angustia. Aún se siente con el anhelo de una reparación que no llega. Reparación del despojo de su casa, de las cosas conseguidas con tanto esfuerzo y perdidas. Que aquello fue mucho más que el robo de sus bienes, que aquello la  avasalló en su historia y en su confianza, para dejarla arrasada. Y que hoy, solo el consuelo de sus hijas transitando las posibilidades de estudio que ella no tuvo, la sostienen en esta espera.
Y es su hija, aquella que viajó siendo niña –ya hoy una mujer- la que habla de haber crecido con esos cambios en su vida, los de la partida y los del retorno, con la dicha de haber podido aceptarlos. Y que en este balance que propicia el encuentro, a diferencia de la pena de su madre, ella se describe a sí misma feliz. Feliz allá, con la creación de los lazos que recuerda y feliz  luego, con el retorno al país, en que despliega su esperanza. Hoy y aquí llena de proyectos y  preparándose desde su fe y con alegría, para lo que vendrá.


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SOLEDAD

Y está el relato de aquella que transitó la soledad, hasta que pudo reencontrarse con sus hijas, después de la cárcel y de la separación. Separación injusta, a partir de la cual debió aprender a recomponer la trama.
Ruptura prolongada que impusieron quienes, quedaron al cuidado de las niñas, y que desde el supuesto saber, postergaron el encuentro de esas hijas con su madre. De quienes, en nombre de la ciencia y de las buenas intenciones, le habían inventado un viaje, habían mentido la realidad de su cautiverio, agigantado por la soledad.
De quienes sin conciencia del desgarro, también habían separado a las niñas, rompiendo el apoyo que entre sí las sostenía mientras estuvieron juntas. Por convicción o por no saber dar lugar a los sentimientos, permitieron un vacío entre ella y sus hijas, y también entre las niñas, que siguió pulsando por mucho, por demasiado tiempo.
Se negó el hecho indubitable de que los niños siempre saben, incluso acerca de lo que no se nombra, y se negó también la necesidad insoslayable de la verdad y el consuelo irreemplazable del contacto.

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ESPERA

Y habla  aquella que con su niño de meses, partió al exilio y espero por años el reencuentro con el compañero ausente. El niño que creció y un día debió recibir a ese hombre que al fin llegaba, para construir un vínculo desde las hebras sueltas de un pasado tan remoto para su corta historia.
¿Cómo habitó su espera consecuente de años, esa madre cuyo universo quedó en suspenso? ¿Cuánta ausencia sobrellevó esa mujer, hasta sumar un día sobre otro en los tiempos del exilio?      ¿Cómo se apilaron los segundos  como ladrillos el largo tiempo de la separación? ¿Cuántas palabras debieron ser pronunciadas para suplir el silencio? ¿Cuánta fuerza hizo falta para que se restauraran las vidas que hoy deben, pueden, quieren seguir sosteniendo?
 

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LOS QUE PERSEVERARON

Él dijo: -Y aquí estamos, después de cuarenta años, con idas y vueltas, con otros dos hijos además, que trajimos desde allí.
Ella cuenta: él se adelantó, hizo pie antes y después llegamos nosotros. Y los tres fuimos encontrando a los que ya tenían una historia, pues habían llegado antes. Y nos constituimos en una gran familia. Y los niños festejaban sus cumpleaños y todos celebrábamos las Navidades. Los compañeros latinoamericanos nos cobijábamos unos a otros para afrontar las nuevas realidades.
Y en tanto se planteaban como  restaurar la vida. Y me pregunto, ¿en cuánto fueron los compañeros del exilio quienes ayudaron a reparar, completar, dar sentido?
¿En cuánto esos tíos, primos, hermanos que la historia había convocado a constituirse como tales apaciguaron el dolor y permitieron preservar la cordura? ¿Cuán necesarios fueron los unos a los otros?
¿Qué protección en el desamparo, qué bálsamo en el dolor, qué acompañamiento para tanta soledad? Tal vez en este encuentro, tantos años después y en Rosario esté la respuesta.
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La alquimia de la pena en alegría, el anhelo de la justa reparación, la soledad suturada al fin, la espera de tanto tiempo, la perseverancia en la búsqueda de sentidos, como facetas de una gama de afectos que todos/as ellos/as relatan. Que cuentan cómo pudo cada quien, llevar adelante su vida y sostenerse en la lucha indeclinable.

14 de noviembre de 2013

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