Una recorrida por la Feria Retro es como una recorrida por la propia historia.
Está en el barrio de Pichincha. Y convengamos que Pichincha no es un barrio como cualquier otro. Tiene magia y tiene enigmas. Se le puede aplicar lo que el mejicano Fernando Benitez dice de la selva: "ese gran ser de vida caótica y desenfrenada, en la que los hombres deben buscar significado para no volverse locos. Tal vez, éste es el origen de tantas leyendas que tratan de domesticar sus misterios y sus fuerzas irracionales de vida y muerte." Pensé: tal cual como Pichincha.
Y es que Pichincha tiene historias. Y "leyendas que tratan de domesticar sus misterios..." Una de las más interesantes la contó Omar Torres y tiene que ver con los prostíbulos y con una expresión que quedó incluida en nuestro decir. Es la expresión "dar la lata", y era lo primero que le decían las prostitutas a cada cliente: "Dame la lata", porque esa ficha de metal que recibía de sus manos era garantía que él había pagado a la madama por el servicio. Tantas fichas, equivalía a tantos clientes, y a tanta paga. Algunos venían solo a charlar, por eso el "dar la lata" se convirtió en sinónimo de charlar a otro, ocupando su tiempo, y como expresión se usa hasta ahora para el que viene con su conversación para el aguante. "Me dio la lata", se siguió aplicando a : lo escuché, me contó cosas, dijo lo que tenía que decir.
Pensé que al fin, como dice Angélica, el oficio más viejo del mundo, verdaderamente no es el que se dice, sino que lo es contar y escuchar historias. Si lo pensamos, el reclamo de que nos cuenten historias y escuchen las nuestras es un reclamo que nos atañe a todos. Y responde a una necesidad tan fundamental como las que generan el hambre o la sed. Es la sed de historias.
En cambio, el que se llamara a los prostíbulos en la jerga corriente "kilombos" es contradictorio, porque kilombos fueron las Repúblicas de africanos en Brasil, que huían a la selva, se liberaban de la esclavitud y constituían en grupos organizados que, dándose sus propias reglas subsistieron durante años a pesar del asedio de los colonizadores. Entre las razones por las que esas Repúblicas de esclavos que habían dejado de serlo, no persistieron se alude a la baja tasa de natalidad, porque eran muchos los varones y pocas las mujeres, también a la poliandria que esta desigualdad numérica generó. Pero lo que es irritante pensar es que se desvirtuó el término kilombo que designaba la República de luchadores por su libertad, al nombrar con él a estos lugares en donde lo que prevalecía era otra forma de esclavitud. Después se extendió el término para designar desorden o caos, pero ¿cuál?. ¿El de la libertad asumida por los esclavos o el de la esclavitud de las que brindaban servicio a los señoritos?
Volviendo al barrio. Y dentro de barrio a la feria. Bajando por Callao empieza la fiesta. También si vas en auto podés estacionarlo cerca de "El Riel" y dejar allí a los que prefieran quedarse tomando un café, mientras te vas a sumergir en la magia de los puestos.
Esa mañana, de la que voy a contarles estaba fresco, además se corría no sé qué maratón cuyo circuito pasaba por el costado a lo largo de la Feria. Y sucedió lo siguiente.
En uno de los primeros puestos vi un almanaque del año 78 con Graciela Alfano sonriente y con una flor en el pelo, y me recordó lo enamorado que estaba Pablo de ella. Él la había visto en una película, así, como estaba en el afiche, y pedía por "la chica de la flor" y cuando aparecía en la pantalla, viéndola se fascinaba tanto, que hasta se le caía el chupete. Esa pizpireta teñida había seducido a mi bebé. Y le duró varios años. Lo supe porque una vez en que me observaba maquillarme, se subió a mi falda, y me dijo:- ¡Que linda estás!. Linda como Graciela Alfano. Y luego, después observarme detenidamente, mientras me levantaba el cabello y lo llevaba hacia atrás continuó. - Pero Má, tendrías que teñirte de rubia. Y ponerte una flor en el pelo. Y acercando su cara para mirarme de cerca:- Y estirarte la piel para parecer más joven. ¡Con todo eso serías igualita a Graciela Alfano!.
Recuerdo que el filicidio nunca estuvo en mis planes, recuerdo que pensé que habría que reformular el Complejo de Edipo, pues en nuestros niños no se ajustaba a la versión tradicional, pues los Edipitos ya no venían como antes, y que pensé también que al fin, los hijos son los templos del Espíritu Santo, así que me quedé mansa.
El encuentro con el almanaque me trajo el episodio de aquel revolcón a mi narcisismo, y pensé que los años han pasado y a Pablo adolescente le gustó Kim Bassinger y que al fin Graciela Alfano y yo, pasamos a la historia de sus devaneos eróticos.
Seguí adelante y en medio de ejemplares de "Caras y caretas" vi un álbum forrado en cuerina oscura y me detuve a hojearlo. Era un libro sobre Rosario editado por la Biblioteca Vigil en 1970, con fotos hermosas y textos de autores locales: Riestra, Martini, tal vez Ielpi... Lugares y gentes, iguales y diferentes, la moda de entonces y rincones de la ciudad. El reflejo en las vidrieras de la vida de entonces y convocadas por las imágenes en papel, surgieron otras y me atravesaron. Dábamos clase en la Facultad y compartíamos las peñas y los ciclos de cine. Durante el Rosariazo estábamos exaltados y creíamos en eso grande y poderoso que se estaba gestando. La ingenuidad de entonces naufragaría en pocos años. Mil imágenes que se desprendían de lo vivido en aquel tiempo, convocadas por el libro que tenía entre las manos como testimonio de una época de sueños. Pensé: Ya sé que voy a pedir de regalo para mi cumpleaños.
Continué caminando y me crucé con Caburo que miraba unas cámaras fotográficas. Un juego de porcelana con pocillos y tetera estilizada me remitió a la casa de mi abuela, y el reloj antiguo de madera oscura era parecido al que marcaba las horas en aquel tiempo. Seguí y de un puesto surgió una carcajada rotunda. Me detuve y le pregunté a la mujer que reía leyendo la contratapa del diario, saboreando el gusto de entablar conversación porque si nomás, sin preámbulos ni vacilaciones. Ella contó el diálogo de los personajes. Uno dice a otro: -En esta época lo que puede dar es una empresa privada. Y el otro responde:- Si, un cementerio privado.
En un puesto, la amiga de una amiga desplegaba hermosos vestidos antiguos. Y esparcidos cerca, discos de la negra Sosa, de los T.N.T. y de Madrigal. Un Madrigal rosarino que cuando nacía Anahí, escuchábamos emocionados.
En otro, un colega, acomodaba libros. Entre ellos una versión de "Cuerpos y almas" que leyera a escondidas en la adolescencia. ¡Todo estaba allí! Solo se trataba de caminar de un puesto a otro para rearmar el mapa con tantos recuerdos...
Cerca del final, yendo hacia el túnel: reconocí un cuadrito. Uno como ese estuvo colgado en mi casa cuando era niña. El texto impreso de un obispo chileno empieza con algo así como:" Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la infinita solicitud de sus cuidados..."
Creo que había aparecido por los años 50, y quedó colgado ante nuestros ojos como recordatorio, porque entonces se tomaba en serio la letra impresa, y aún más si se refería a algunos de los clásicos como en este caso, la veneración a la madre. Mi vieja nos hubiera tomado a plumerazos a mi hermano y a mí si nos hubiera visto burlarnos del cuadrito, así que quedó en la pared hasta que se cayó de viejo. Bueno, allí estaba, como antecedente remoto y barroco de los posters que fueron apareciendo luego.
En contraste con este, yo elegí (como muchos de nuestra generación) el de Kahlil Gibrán: "Tus hijos no son tus hijos...", pero guay del que quiera interferir!
Cuando me iba yendo con ganas de quedarme, encontré a E. B., vecina de la zona. Fuimos compañeras y preparamos juntas algunas materias. Nos detuvimos a contarnos nuestras vidas y a mirar la maratón que coincidía con la feria. Apenas entibiaba el sol y el viento azotaba fuerte. Pasaban los corredores en short y musculosa y ella preguntó: -¿No tendrán frío? Pensé un momento, y muy segura le respondí: -No, para nada, no se pueden distraer en eso, en tener frío, porque están concentrados en llegar. Eso es lo importante. Entonces ella tomó la posta y sonriendo contestó: -Si, ellos tienen que llegar y nosotras también. Eso es lo importante...
Por alguna razón misteriosa me sentí vigorizada y retomé el paseo.
Había re-encontrado suficientes cosas de mi historia como para procesar varias ideas.
Sería azaroso hallar alguna más. Y sin embargo, no me resignaba a irme todavía. Entré en el local que está en la esquina de Ovidio Lagos, y sobre una mesa vetusta y entremezclada con otras revistas, dos números de "La República de Pichincha" del 2000, me indicaron otro tiempo que pasó. Aunque en éste, otra Pichincha viniera llegando. (*)
Al fin, el 78 del almanaque, el 70 de las utopías, el 50 de la niñez, el tiempo de las canciones de Madrigal o el 2000 de la revista fueron significativos y me remitieron a sucesos vividos al modo en que se pudo, en este tiempo que fue el que tuvimos. Lo que la feria hizo (hace) fue ponerme (ponernos) ante los ojos y traer de la memoria parte de nuestras vidas. Por eso recorrerla no es banal, por eso recorrerla puede ser hasta peligroso, por eso recorrerla implica un desafío, y no salimos de ella iguales a quienes éramos al entrar.
Octubre del 2002
(*) “La República de Pichincha” fue una revista que llevamos a pleno pulmón, y que alcanzó la heroica suma de hasta 18 números.
8 dic 2020
Recorrida por la Feria Retro
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