Hace veinte años escribí un texto que se llamaba “Una vida complicada” donde contaba los contratiempos de volver como guerrera de la calle, de la lucha por la vida, a la supuesta paz del hogar, dulce hogar. Y allí decía:
“…el marido chista a la hija que lee el texto de Buscaglia y a la gata que maúlla avisando la escapada del gatito. Chista porque quiere escuchar a Pavarotti que canta Santa Luchía, Santa Luchía desde la T.V.. Entonces el hijo (el mío, no el de la gata), me desafía a una partida de ajedrez, y entre Buscaglia, los maullidos, los chistidos y Pavarotti, el muy cretino me come la reina en la segunda jugada y yo tengo ganas de tirar el tablero al patio, porque es una deshonra vergonzante que un mocoso de 10 años me arrase de esa manera. Pero antes de putearlo me acuerdo que Freud no quiere, que Rascovsky me censuraría y además que los niños son templos vivos dice el Evangelio, y finjo indiferencia, porque, como le decía doctor, una es una señora que cuida la imagen, aunque, siendo sincera, al mocoso ya mi imagen le resulta medio deslucida, sobre todo cuando pasan los video-clips de Madonna, y él se queda pegado a la pantalla como si tuviera Poxipol.
¡Tenía que venir justo Madonna, porque mire si será complicada mi vida doctor, que de chica, estaba Marilyn, al lado de la cual, cualquiera se sentía desnutrida. Después en la adolescencia, Brigitte Bardot traía medio chiflados a los novios que se pudiera tener, y ahora que soy una señora adulta, esta Madonna lo seduce al hijo de las entrañas, de las neuronas y de la médula de los huesos...porque usted sabe doctor, como los bebés se hacen a expensas de toda la mamá y no solo de sus entrañas, y así la frase “hijo de las entrañas” resulta bastante amarreta”.
En aquel tiempo pensaba: “No importa perder puntos al lado de Madonna porque es mi hijo. Y si no se las respuestas a todas sus preguntas, tampoco”. Pero estaba inquieta, y me tranquilicé al decirme: “Al fin soy solo una madre, o sea alguien que apenas sirve para limpiar mocos, ayudar con la tabla del 3 y arropar en la noche con la consigna de que siga cuidándolo el “Angel de la Guarda, dulce compañía….”
Pasaron los años.
Vino un tiempo de caminatas por el centro, los domingos a la mañana
Y las salidas con sus amigos, a explorar el parque Urquiza, al lado de la Parábola del sembrador, donde están esos túneles misteriosos.
Un Viernes Santo, lo encontré sentado en el patio, con la espalda apoyada en la pared y gesto taciturno. Me dijo: Estoy aburrido y te estaba llamando con el pensamiento. Nos fuimos a caminar a La Florida, escalamos la barranca y terminamos en el Centro Castilla cual audaces invasores de la propiedad ajena. Fue la primera vez que advertimos que podíamos comunicarnos con la mente.
Después hubo otras, que programábamos para ver cómo nos salía.
Una vez, pusimos día y hora para conectarnos, desde Rosario a Bariloche
Otras veces enviando y recibiendo formas geométricas, en un juego interesante, que tenía mucho de puesta a prueba de nuestra conexión.
A la vuelta de mis viajes siempre había cambios. El más importante fue cuando lo encontré más alto que yo. En mi ausencia, el muy astuto, había aprovechado para crecer, y al medirnos, sucedió que me había pasado.
Otra, en que le había traído un Ta-te-ti me esperaba enfundado en cuero negro y con Piercings en las cejas y bajo el labio.
Allí advertí que me estaba quedando en el tiempo, y desajustándome de sus realidades.
Pero me las ingenié para recuperar créditos.
Fue cuando vino “La fura de Baus”, que compartimos con su amigo de aventuras. El que ahora está en Alemania.
Mis amigas tenían miedo, por lo que se contaba de la puesta, acerca de hombres y mujeres siniestros y semidesnudos reptando entre la gente y hablando lenguajes incomprensibles, de paquetes oscuros y misteriosos, con movimiento propio. Se contaba que hacían participar al público y muchos se asustaban, y había corridas y que en caso de ir, había que estar preparado para lo que fuere. Nosotros fuimos y nos perdimos en medio del gentío del CEC. Y después pudimos comentar esa experiencia extraña, como de inmersión en el inconciente, y comprender por qué era tan temida.
(Allí fue donde yo, sudada y desgreñada por los apretujones y las espantadas encontré a una amiga de su padre, toda una dama vestida de riguroso trajecito sastre y con tacones, aterrada contra una de las paredes, tratando de eludir la montonera que nos llevaba y traía, a los que estábamos metidos en el revoltijo, y me encantó estar donde estaba y burlarme de la boluda que no tenía coraje de participar).
Y luego, hace un par de años, seguí ganando créditos cuando fuimos a ver “De la Guarda”. Allí él estuvo como guardabosque, sin dejarme meter en medio de la acción, dónde llegaba la garúa que salpicaba y donde levantaban a los voluntarios que se animaban a dar una vuelta en trapecio, allá a lo alto y como volando.
Y cuando uno de los chicos que integraban el grupo, circulaba entre el público, desatando estampidas de señoras tímidas, metiéndolas en interacciones bizarras, él se bancó como un duque que yo me abrazara con el provocador.
Ahora es el serio y adulto, que se preocupa cuando en la heladera solo hay medio limón (y exprimido) e insiste para que yo coma las galletitas, latas de atún, cereales y frutos secos que trae, como si temiera que no me fuera a alimentar bien.
Es el que unos veranos atrás me enseñó a andar en bici en el patio, sosteniéndola desde atrás para ayudarme a conservar el equilibrio..
Y el que tiene paciencia para que yo aprenda a mandar mensajes de texto en ese celular nuevo, que tiene tantas funciones que solo le falta cebar mate, pero que es más complicado que Lacán.
Es el que me estimula a usar el auto nuevo (primero cero kilómetro) honor que yo declino, porque si llego a usarlo, y como cosa del destino ineluctable, le abollaré un guardabarros (como a todos los otros). ¡Y ellos, los varones de la familia, a los que se les juegan tantas cosas con ese chiche, están tan contentos con él, que sería como abollarles el alma!
En fin, él es el que hace tantas cosas que el tiempo siempre le es poco, para todo lo que quiere.
Por eso a veces se lo ve apurado, impaciente y a las corridas. En un estilo vertiginoso. Con el celular funcionando mientras vive, mientras come, mientras habla conmigo.
Y allí me quedo mirándolo con pocas pulgas, a ver si se da cuenta y me jerarquiza como corresponde.
Lo que me viene pareciendo interesante para mejorar mi comunicación con él, es pedirle que me enseñe a chatear, porque veo que ese modo de vincularse lo utiliza frecuentemente ¿Y no podría ser una vía para que me dé bolilla aunque siga estando tan ocupado?
Y están los amigos, y están las amigas.
Y está su manera de entender el amor, que lo lleva a vínculos diversos que yo no entiendo cuando dice: “son amigas”, porque en mi tiempo la amistad era distinta y no incluía intimidades.
Y esto me hace pensar algo. Me hace pensar si en ese terreno no seremos opuestos complementarios. Digo, si tal vez por estar anclada yo en una sola y única historia (a pesar de Sting, Brad Pitt y Sabina), es que él elije otro modo y en esa diversidad elude un compromiso que lo capture, como me ha de ver a mí cautiva, por ese modo de vincularme, y le teme como a la peste.
Y todavía se mueve con cierta inconciencia.
Cuando ocupa todos los espacios, y podemos enterarnos de que llegó porque hay ropa regada, o la cocina es un caos.
También cuando da por sentado que yo sé algo sin que me lo haya avisado. Y parte del supuesto de que yo sé eso que ignoro, que no me compartió, y aún se asombra de que yo no lo sepa.
Como si en algún punto creyera que aquella posibilidad de comunicarnos mentalmente, que se dio algunas, veces fuera la constante.
Y yo tuviera las dotes adivinatorias que no siempre me salen.
Al fin. como si fuera medio hechicera o medio bruja.
¿Cómo todas las mamás?
Septiembre 2008
11 dic 2020
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