11 dic 2020

Reseña de una mujer

 Ella cumplió 80 años, y una de sus hijas (la que se ocupa de jurisprudencia nada menos) le regaló un porro, que era justo, justo, lo que ella quería.

Había dicho claramente que no iba a dejar pasar más sin probar que carajo era lo que se sentía. Que esperaba que su vida no pasara sin tener la experiencia.

Así que el día de la celebración, con críos corriendo  en medio y adolescentes suspicaces, se decidió que no era oportuno encenderlo.

Esperarían a encontrar momento y lugar, lejos de interferencias y sobre todo, sin el peso de dar “malos ejemplos”.

Cuando se pueda, y en mi casa, me lo fumo.

-Vos sola no, le dije alarmada.

Y es que aunque pueda parecer excesiva, mi advertencia no estaba de más.

Y es que ella es tan tempestuosa, arrebatada, impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de cautela alcanza.

Hay amigas que le dicen que es impresentable. Sobre todo cuando putea. Ella se ríe.

Y hay anécdotas que la pintan entera.

Como cuando una vez, celebrábamos el día de la amistad con las otras Brujas, y ella recibió un llamado de saludo de una mujer que había trabajado en su casa.

Si esta mujer podía recordarla como amiga, es que algo especial, por fuera del estereotipo patrona-empleada se había dado en el vínculo.

Otra vez contó que en el estanque de su jardín, que tiene las plantas más lindas, se había caído una laucha, que se debatía en el agua.

Ella le acercó un palito al que la laucha se subió, y con él la llevó hasta el borde, donde la dejó diciéndole:- Ahora, que la suerte te ayude!

Pero la anécdota más desopilante se remonta a la época en que los fondos de su casa daban con los de un bar. Un bar de dudosa clientela, para decirlo con elegancia. Y que los viernes se ponía más que pesado.

 Una noche de viernes precisamente, se escucharon movimientos y corridas desde los techos vecinos, y del de su lavadero, saltaron al patio dos jóvenes asustados.

Cuando ella escuchó el batifondo, ya estaban frente a la puerta de la cocina pidiendo auxilio: -¡Nos persiguen desde el bar, déjenos esconder por favor…

Ella pensó un momento, respiró hondo y abrió la puerta. Después mientras les decía: -Mocosos de mierda, que solo dan disgustos… llevó a los dos, a empujones  y agitando furiosa el índice en alto hasta la otra salida, para que los chicos en peligro pudieran irse sin ser vistos.

No tuvo en cuenta los riesgos que ella podía estar corriendo, sino que retándolos enérgicamente  por haberse metido en problemas, y con un tono de reconvención muy convincente, los condujo hasta la calle y los salvó de la golpiza.

Los chicos se salvaron de la agresión en el bar, pero no se salvaron de la reprimenda, y ni se les ocurrió retobarse viéndola con tan pocas pulgas.

En el grupo, algunas pensaron que había sido poco precavida al abrir su puerta a los desconocidos.

Yo insistí en que no había otra conducta posible.

Y es que aunque, como les decía, es tan tempestuosa, arrebatada, impulsiva y desenfrenada que ninguna recomendación de cautela alcanza, ella no iba a poder obrar de otra manera.

No sé si me entienden.
Mayo 2009

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