11 dic 2020

Segunda vuelta

 Me faltó preguntarle algo. Si el porro le había pegado o no. El que había pedido para sus 80, “para no quedarse sin saber que se siente”.

Ya les hablé de ella.

Dice que era feminista antes de saber que era el feminismo.

Por ejemplo cuando la madre tenía que salir y le encargaba que hiciera la merienda para ella y para su hermano ella intuía que había algo que estaba mal. Alguna cosa que chirriaba en el asunto… Así que preparar, preparaba para los dos. Pero escondía la taza y las tostadas del hermano, cada vez en un lugar diferente, para obligarlo, por lo menos, a que se tomara algún trabajo al buscarlas.

Y así siguió, porque cuando se recién casada, el marido le trajo una campera a la que se le había salido un botón, ella tomó rauda el costurero, y le cosió el ojal. Problema resuelto.

Es que entre las clases que tenía que dar, y las cuestiones domésticas su vida era bastante complicada.

Cuando tuvieron  a las chicas la cosa fue vertiginosa. Salía volando a la escuela a dar clases y pasaba saltando las piernas de su vecino adolescente, que sentado en el umbral de su casa de Balcarce al 700, tocaba la guitarra mientras dejaba pasar el tiempo. Y ella, a la que siempre le resultaba escaso y tenía la convicción del valor del esfuerzo y la disciplina, le decía mientras seguía rumbo al cole: -Ay, ay , adonde va a llegar usted, siempre con la guitarrita…El vecino adolescente sentado en el umbral  con la guitarra era Fito. Fito Paez. (*)

Dice que recordando las corridas de la época, le ocurría pasar delante de un taller de bordado. Y veía a través de la ventana al grupo de mujeres sentadas apaciblemente, conversando entre ellas, tomando mate y dedicadas a su tarea. Y pensaba ¡qué buena vida la de estas bordadoras! ¡Qué tranquilas se las ve! ¡Qué felices deben ser!

También contó el otro día, y eso es algo que no escuché decir  a nadie antes, que le hubiera gustado ser guardabarreras, vivir en esas casitas pintorescas, esperando el pasaje de los trenes, y tener tiempo para leer, para hacer palabras cruzadas o escuchar la radio.

Es que como a muchas de las que inauguraron el cambio, trabajar fuera de la casa le traía sus exigencias. Y compaginar lo profesional con lo doméstico implicaba hacer malabarismos.

Como la época en que las mayores eran chiquitas y anticipando lo que se le venía, se quedaba absorta cuando esperaba en la esquina para ir a dar clase, mientras pensaba en cómo organizarse. Cuenta que esa fue la época en que se le escapaban los ómnibus, porque enroscada en sus reflexiones, los venía asomarse y cuando se acordaba y volvía a mirar, ya habían pasado y se le habían ido.

O sea que la cosa de la doble jornada la tiene vivida.

La última vez que resonó a cuestiones que tienen que ver con la lucha de las mujeres fue cuando pasaba por plaza San Martín,

Había un grupo de manifestantes, y mujeres que ante una olla enorme, una olla popular, preparaban algo para todos. Se las veía resueltas y tranquilas. Conversaban entre ellas, parecían contentas sintiendo que hacían algo. Participar, acompañar, acompañarse.

Y las sintió como pares en la lucha.

Contó esto con afecto, con emoción, cuando llegó al bar donde tomamos café. Aunque sabe decir de sí misma que tiene corazón de titanio.

Una vez en que volvía de alguno sus países mágicos, Mele, que la conoce bien, dijo que ella tiene corazón de oro, no de titanio.

Y yo creo que tiene corazón de manteca. Lo creo por buenas razones. Pero no las puedo contar porque son un secreto.  M.C.M. 21-9-09

(*) Como el Goro cuando era profesor de Fontanarrosa en el Politécnico. Y era tan mal alumno, que el Goro le dijo. _Fontanarrosa, usted va a terminar vendiendo choripanes en la cancha de Rosario Central 
abril 2009

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