¿Y qué suscitaban en mí? Algunas veces el propósito de resistirme a las oleadas de emoción, y otras la tentación de engancharme en aquello a que me convocaban: entender qué estaba pasando. Entender para mostrar desde otra perpectiva por medio de una interpretación que se quería penetrante o simplemente escuchar, estar ahí como testigo de un despliegue que buscaba su cauce.
Después de dar asistencia en casos límite pude sentir que debía registrar la turbación que sucede al esfuerzo. Hubo una vez en que después de atender la consulta en una internación, y al dejar mis datos en el office para facilitar nuevos contactos no recordaba mi número de teléfono (¿un modo de sustraerme a esa interpelación?). En otra oportunidad, después de ver a una joven paciente que había quedado lesionada después de un accidente- lesión que la invalidaría en el futuro- el indicador de mi angustia fue que en el office dí una dirección que ¡valga el lapsus! correspondía a la casa de mi niñez. Y en otra ocasión, saliendo de un psiquiátrico donde había visto a una paciente en profunda depresión, lo que sucedió fue que en el café que había recalado para recobrar el aliento, en el momento de pagar no conocía el valor del papel moneda en mi billetera. Debí tomarme mi tiempo para recuperar los datos olvidados y asignar a la experiencia el sentido de profunda conmoción que tenía. En estas ocasiones de borde pude evaluar la índole de la tarea en la que estaba jugada.
Ya se, muchos colegas hablarán de la contratransferencia. Esos sentimientos que se registran en relación a los pacientes y a lo que éstos traen. Ya se que constituyen otra herramienta al servicio de la tarea. Ya se que desoirlos o manejarlos mal es equivocar el rumbo. Ya se que es importante dar a la contratransferencia el lugar que corresponde entre los recursos que nos habilitan. Pero que nos habilitan para escuchar- escucharnos, para destrabar- destrabarnos, para esclarecer- esclarecernos. Porque resulta que en esta tarea el otro y yo entramos a resonar a un mismo ritmo que es el que imprimen los conflictos que emerjen. Y sucede que los conflictos de que estamos hablando son universales: el amor, el desamparo, el anhelo de poder, el miedo, la certeza de la muerte, la ira, todo ello también me atañe, aunque se suponga que se más y por ello esté en este lugar y por tanto pueda guiar el compromiso en que estamos embarcados el otro y yo.
Lo de compromiso viene a cuenta, pues aunque es un compromiso de trabajo, lo es de tal índole que no se parece a otros y no se puede tomar con liviandad, desde nosotros por una responsabilidad ética insoslayable. Y desde ellos, quienes consultan, porque hay un vínculo más estrecho que se gesta cuando determinadas cuestiones atañen al dolor o a la intimidad. Por eso hay especialidades en el cuidado de la salud, en donde el profesional a cargo puede ser pieza de recambio, y otras en que no. Ginecología, odontología y psicología creo que implican un nexo entre profesional y paciente más delicado, que hace que raramente y por muy graves motivos se lo sustituya. Es en relación a este tema que una paciente muy lúcida y que llevaba ésto hasta el extremo planteó: “para mi, y por el modo en que me los tomo, con el matrimonio y la terapia con una vez basta”.
Tal vez esta sea una posición extrema, pero sí vale considerar a la psicoterapia como intensa experiencia existencial y si cabe la comparación con el matrimonio ha de ser por la magnitud de los afectos que en una y otro se movilizan.
3 dic 2020
RESONANCIAS
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