De aquel 27 de junio. Del tratamiento posterior en Cumbres, Centro de Terapia radiante.
Muchas veces, mientras esperaba en la sala con otros pacientes que como yo, iban allí a ser irradiados y cumplir con eso, las indicaciones posteriores a la cirugía, entré en conversación con ellos. Los había jóvenes y mayores. Desde Rosario y desde otras ciudades cercanas. Locuaces o cautos, todos nosotros, teniendo en común la razón para estar allí con nuestro bolsito con pantuflas y camisola. Como estudiantes con su mochila y para aprender algo. Aguardando a que en la pantalla apareciera el número que nos habilitaba la entrada a una antesala, usar uno de los boxes para desvestirnos de nuestra ropa de calle, ponernos la bata y entrar al bunker en donde, instalados la camilla, recibiríamos la radioterapia prescripta.
Cuando promediaba mi tratamiento, ya había algunos pacientes que conocíamos por haber coincidido en el horario alguna vez.
El criterio de la clínica para establecer los horarios era extremadamente cuidadosa con los horarios para resguardar la privacidad dentro de ese otro lugar. Así los asignaban de modo que ya se estuviera retirando el paciente anterior cuando entraba el siguiente, a cada una de las tres salas con los aparatos de radioterapia. Pero hubo un par de oportunidades en que me cruzaba con alguno. Una vez fue con una anciana a quienes una pareja de jóvenes abrazó cuando salía. Sospeché que era su primera sesión. Pensé la abrazaban como consuelo. Otra fue el hijo que llevó a su padre hasta adentro del vestidor para ayudarlo a quitarse la ropa.
Y hubo también otro hombre, con quien me crucé mientras yo salía del vestidor y el volvía de la sesión. Un hombre común de edad mediana. Los dos, él y yo, en la bata y pantuflas provistas por el centro. Los dos entre tímidos y avergonzados. Como si hubiera algo en el momento, donde sabíamos del profundo desamparo y vulnerabilidad del otro. Que nos hacía sentirnos expuestos, frágiles y sabiendo, por qué estábamos allí, por la circunstancias. En la complicidad de sabernos pacientes. Cruzándonos en el pasillo, yo saliendo de los vestidores, para ocupar la camilla que el dejaba. Él, recuperando su ropa para irse a la calle. Para salir de ese mundo, en que la gente comparte algo tan íntimo y privado como los que allí nos encontrábamos. Cómo hubiera sido vernos así, de frente en otro lugar, en la calle, en un negocio, en un colectivo, espacios neutros en donde nada delata la situación, los pensamientos y las emociones de quienes comparten esos espacios. Lugares en donde el otro y la otra son enigmas
Pero también pensé en algo: ¿Cómo hubiera sido encontrarme en ese pasillo hacia los bunker con una amiga, con una compañera, con alguien de mis afectos? ¿Sería muy grande la compasión, la sensación de hermandad? Nos hubiéramos detenido a hablar, a abrazarnos? Sospecho que sí.
Y si mi encuentro hubiera sido con algún viejo amor, de esos inconclusos, que como describe Sabina nos llevan a sentir que : “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió”. ¿Qué emociones hubiera disparado el cruce y el reencuentro en ese lugar de lucha por la vida?
¿Y cómo hubiera sido encontrarme con alguien que ocupara en mi vida el lugar del mayor antagonismo? ¿Una enemiga o enemigo por el que se ha sentido o se siente la más profunda aversión? ¿Le quitaría dimensión a los sentimientos negativos el hecho de descubrir a ese enemigo un padeciente? Tal vez sumergido en la aflicción y la desesperanza. ¿Y cómo me afectaría el otro hecho, el de que me viera, me descubriera a mí, en la misma situación? ¿Cómo hubiera operado en mí? ¿Me situaría con más fuerza en el mi odio o podría al contrario, relativizarlo? ¿Me permitiría evaluar con más grandeza y con más humildad la paradoja de destino común de padecientes? ¿O reforzaría el sentimiento original de hostilidad y violencia por la humillación que implicaba la enfermedad?
¿Y cómo me resultaría si quien me encontrara fuera un alumno o un paciente, para quien yo hubiera representado una figura de apoyo, de referencia, o de autoridad? De pronto viéndome frente a él, descubierta en plena flaqueza, y también en plena lucha.
Ideas que surgieron como ramalazos tardíos de haber transitado esa experiencia.
Experiencia de profunda conmoción en lo más humano que nos constituye.
Que convocó en el momento un recuento y balance de los años vividos, y que quedó como resonancia, perseverando en recuerdos, en imágenes y en reflexiones.
2017
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