Lo conocí en San Lorenzo, El era un adolescente del grupo de alumnos de 4to. Solo siete alumnos, tres de ellos eran seminaristas.
Por tratarse de un curso tan pequeño la relación fue especialmente cercana. Quedaba tiempo para charlar y compartir cosas.
Una vez me contaron que desde la azotea de la escuela podía verse el cementerio de los Franciscanos, que en ese momento estaba en la zona de clausura de los frailes. Es decir no se podía acceder a él, como sí lo sería años después, al abrirse al público. Y se sabe que la prohibición hace más deseable lo prohibido.
Mis alumnos me guiaron por pasillos, pasadizos, escaleras y escalas en la pared en una suerte de aventura emocionante.
Cuando llegamos, al asomarnos y desde lo alto, pude ver el cuadrado de tierra destinado a cementerio, casi un jardín. Al fondo un altar con esculturas blancas.
Travesura compartida por una profesora irresponsable y un grupo de alumnos aventureros. Nelson estaba entre ellos.
En 5to año el grupo se desdobló. Algunos de los chicos pasaron al Colegio Nacional en San Lorenzo. El vino a Rosario con el grupo de seminaristas.
Pero su decisión respecto a qué rumbo imprimirle a su vida, aún no estaba tomada. Nelson transitaba un período de moratoria, antes de definir su vocación.
Sus compañeros del año anterior que quedaron en el Colegio Nacional, que también eran mis alumnos, le enviaban cartas que yo le alcanzaba hasta Rosario. Una vez, además de las de sus compañeros llevé la que una chica le escribía. ¿Una enamorada? Nunca supe.
Del grupo de seminaristas que eran mis alumnos en San Francisco en Rosario, algunos habían venido de Chaco. Otros de Formosa. Alguno de Corrientes. El era el único que venía de un lugar cercano: Oliveros.
Eran chicos de 17 años alejados de su familia, y eso me convocó a invitarlos algunas veces, en los fines de semana a conocer Rosario.
En uno de esos paseos subimos hasta el mirador del Monumento a la Bandera. Y sucedió que al estar allá arriba, Nelson reconoció en el parque el automóvil de sus padres, tal vez de visita en Rosario.
Pero por más que apuramos el descenso, cuando llegamos ya los padres se habían ido sin saber que él estaba tan cerca.
Frustración porque no los alcanzamos, pena por el encuentro que no pudo ser.
Cuando luego se recibió de maestro, quedó en la escuela. Tenía un grado a su cargo a la tarde y a la mañana era celador. Nos seguíamos viendo, ya no como profesora y alumno, sino como los amigos que comparten un lugar de trabajo.
Había comenzado su relación con Fernanda. Su vida se definía.
Ambos planeábamos el futuro, y el matrimonio estaba en el horizonte para cada uno de nosotros. Y de hecho, nuestras fechas de casamiento fueron cercanas. Como broma, y sabiendo lo importante del suceso, al encontrarnos en los pasillos, marcaba el tiempo antes de mi fecha de boda y al cruzarnos iba diciendo: faltan 20 días, faltan 12 días, faltan 5 días. Como él también estaba en esos planes esa cuenta regresiva era como un juego que nos concernía a los dos.
El tiempo pasó. Y con mi primer embarazo se fue dando el enrarecimiento en el clima político que desató la violencia de los años aciagos. Año 74. La Argentina de los desterrados, de los enterrados, de los aterrados. Asesinatos, desapariciones. Muchos amigos, colegas, alumnos, habían partido. Otros nos evitaban por temor. La suspicacia envenenaba los vínculos
Rodaba sola con mi panza en una ciudad hostil, cuando se precipitó prematuro el nacimiento de mi hija.
Y Nelson estuvo, sin preguntar nada. Con su disponibilidad para hacer los trámites necesarios de la clínica. Con genuina solidaridad. Con la entereza de la verdadera amistad.
Puede olvidarse a aquel con el que se ha reído, pero no se olvida a quien como él, compartió los peores momentos, con generosidad y nobleza, sin restricciones ni mezquindades.
Lo recuerdo más tarde ayudándonos también en la mudanza a la casa grande. Siempre a mano y presente como solo él solía estar.
Fue el tiempo en que llegó también a la vida de ellos su primera hija.
Pocas veces vi a padres tan dedicados, tan alegres en la celebración de esa vida que llegaba a sus vidas. En función de ella organizaban todos sus proyectos.
.
Nos encontrábamos de vez en cuando. Pasó el tiempo, a veces largo.
En una oportunidad nos cruzamos en la calle, frente al Colegio, le cuento : -Tengo un niño.
Y él me dice: -Yo también.
Nicolás había llegado para ser recibido con la misma disponibilidad que otras veces, que siempre.
La última vez que nos vimos fue en noviembre. Salía lleno de alegría de una celebración: el bautismo de su nieto.
Pleno, feliz, colmado por ese acontecimiento que lo redefinía como ser humano. De padre a abuelo que veía confirmada su vida. Se completaba una historia de amor y donación.
Nada puede enturbiar eso.
María del Carmen Marini abril de 2oo9
24 dic 2020
Semblanza de Nelson
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario