Tengo dudas respecto a si renovar otra vez o no, la licencia de conducir un auto que no toco hace años. Renovarla me daba la serenidad de poder utilizarlo en caso de urgencia. Pero no sé si vale hacer el trámite fastidioso, como todos los trámites, sin la decisión de retomar el auto en una ciudad cada vez más complicada, con un tránsito cada vez más caótico.
También tengo dudas respecto a asistir al cumple de quien celebró los 89, los 90 y los 91. Había estado junto a mí, en los momentos más importantes de mi vida: cuando paría a mis hijos. La acompañé todas esas veces en sus fiestas de cumpleaños, pensando que tal vez en dicha celebración cifra ella una garantía: la de que no decline su vitalidad. Cuando baila el pasodoble y abraza a los amigos, rejuvenece. (Como aquel anciano que cada verano se jactaba de que el sol de la playa le aseguraba un año más, por eso en Mar del Plata tenía su talismán)
Y es que, creo que sucede, como relata Marcela Serrano, en la historia de Mané, en “Diez mujeres”, los indicios del paso del tiempo se hincan como púas. Avanzan como topadoras, inquietan con la dureza ineludible de los duelos. Las pérdidas, a cierta edad, se van haciendo más frecuentes y más notorias: cada uno en sí mismo/a afronta pérdidas (fuerza, rapidez, agilidad, memoria declinan) y también de otros, de los que se nos anticipan en el viaje, más o menos cercanos, más o menos queridos, pero integrantes de una generación, de una época, de una manera de ver el mundo.
Leía la reflexión de un hombre que decía “Después de los 80, cada contemporáneo es casi un amigo”. Debe tener que ver con eso de unirnos en la etapa para sostener la empresa de vivir, cuando se hace difícil. Y de sobrellevar las penas, cuando nos arrasan.
Porque al fin… al fin estar vivo/a es un regalo y una responsabilidad.
Diciembre 2013
17 dic 2020
Señales
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