24 dic 2020

Similitudes

 María atendía los gustos y preferencias en los almuerzos de los domingos. Sabía exactamente cuál  era el plato preferido de cada uno y se predisponía a agasajarnos con él. Cada domingo era una fiesta. Por eso y porque además, ella ponía el clima de hospitalidad que nos hacía sentir siempre bien recibidos. Nunca la escuché pronunciar una frase hiriente ni tener un gesto despectivo.
Tampoco dimensioné su espontánea disposición para expresar sus afectos. La mañana en que nos casábamos me dijo en un aparte: “Estoy muy contenta de que ustedes hoy den éste paso. Me hace feliz”. No recuerdo si, en la vorágine de esos momentos se lo agradecí. Su hijo bien amado y yo, pasábamos a formar otra familia, y ella me estaba dando su bendición.
Cuidamos de ese vínculo entre nosotras, las dos por amor a él, todos los años que siguieron. Y logramos mantenerlo intacto, sin sombra de desentendimiento.
Y hay un recuerdo particularmente presente, al que recurro cada vez que necesito pensar en algo bueno. Ella y yo caminábamos  entre los rosales. Mi panza casi a término, del bebé del que ella sería la madrina. Se detuvo junto a una de las plantas,  separó una rosa muy clara y me la dio. Cuando en la intensidad de las contracciones finales, buscaba un recuerdo bello, un recuerdo bueno, acudía esa imagen del capullo claro, que me obsequió esa tarde.
Cuando falleció su madre, la abuela Teresa,  aunque ella fuese adulta, aunque fuese madura ya, supo decirme del dolor de su orfandad,  con esa sinceridad que era  propia de su forma sencilla y directa de contar sus sentimientos.
 Por  eso, cuando llegó el momento de cuidar de ella, sentí que podía hacerlo sin retaceos. Había ganado el lugar y merecía toda la dedicación, toda la paciencia, todo el afecto.
Ella tenía, estoy segura, un jardín en su corazón.
                                   *         *         *
Nunca supe cómo y porqué Anahí sabía tantas cosas.
Por ejemplo qué chocolates traer de Bariloche para Iara, y eran animalitos muy lindos, justos para una niña de esa edad, cuáles otros en prolijas tabletas  para Marce, y además chocolate en rama tal cual le gustaba a Carlos. Ella conoce que necesita cada uno de nosotros y lo provee con sencillez y sin alardes. Es la que resuelve situaciones calmadamente, la estridencia no forma parte de su vida. Sabe desenmarañar el collar de mostacillas y dejarlo sobre la mesita como si nada. Sabe hacer en un rato el vestido que Verónica usará n la fiesta.  Y teje para sus amigas con una disposición y generosidad que fluye espontánea en ella.
Puede prestar atención a las confidencias más tristes, pero compartir las carcajadas más alegres. Y una cosa importante: desde chica me sorprendió jugando todos los juegos, cantando todas las canciones y bailando todas las danzas. Ahora que es casi adulta, me mira con atención cuando yo  no sé algo, meneando la cabeza con cierta resignación. Còmo que tener esta madre es toda una experiencia.
Me parece que ella también tiene un jardín en su corazón.
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Y Daniela ha mostrado su atención y su interés  por los otros,  en un estilo silencioso y solidario. Con Marcos, a pesar de ser tan difícil y conflictivo el vínculo con él, estuvo disponible cuando fue necesario.
 Ha preguntado por Iara  y las responsabilidades que toma en el cuidado de Marce.
Y ella, que pinta las Mandalas más hermosas, tuvo en cuenta a Mariano con los relieves que le imprimió a la de él, para que pudiera sustituir colores por formas. Acompaña con discreción las preocupaciones de los otros y se muestra dispuesta a poner el hombro en las iniciativas y entusiasmos de los que compartimos la vida. Y es particularmente afectuosa, con delicadeza y suavidad, con las criaturas humanas y las cachorras  casi humanas que forman parte de la familia.
Silenciosa y tranquila, puede resolver las cuestiones cotidianas y disfrutar los buenos momentos, proteger a quien lo necesita (aquellas comadrejas  que salvó de morir encerradas) y apenarse cuando algo nos entristece. Se la escucha cantar mientras trajina, y eso es toda una señal.
Por todo ello creo, que tiene un jardín en el corazón.
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Es que hay quienes tienen el corazón como un jardín (y no temo ser cursi). Tienen el corazón como un jardín lleno de flores. Y caminar por esos corazones es como caminar por la  perfumada Alhambra, sintiendo la fragancia y viendo los matices de las rosas amarillas,  rojas,  rosas  y blancas desplegarse al sol.
 
Otras tenemos el corazón, se me ocurre, como un archivo en que quedan minuciosamente registradas las glorias y miserias, propias y de los otros. Que en los ficheros están prolijamente asentadas todas ellas, como mapa de lo humano, pero también como peso agobiante.
 
Y al fin, han de estar también, aquellos con el corazón vacío, lleno de nada.
 
M.C.M. Marzo de 2014

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