Su directora, Haifaa Al Mansour, además de ser la primera cineasta árabe, debió filmar su película en la clandestinidad.
Voy a escribir sobre “La bicicleta verde”.
Y digo la palabra SOBRE en un doble sentido. En principio, porque voy a hablar acerca del film, en que el sueño inalcanzable de una niña es andar en una bicicleta verde , en una sociedad en que no les está permitido las mujeres, circular en ellas. Allí, en Arabia Saudita, a las represiones de la religión, se suman las de la más férrea tradición patriarcal .
Pero uso también la palabra SOBRE, porque montar una bicicleta verde, alcanzar a pedalear por las calles polvorientas, simboliza concretar un propósito, remontar un sueño, alcanzar una meta, dar un salto en la lucha por lo anhelado, cuando parece imposible.
Así es que a poco de pensar pude decirme: cada mujer puede contar que en su historia hay una bicicleta verde. Y me propuse contar los relatos de esas luchas, que para muchas mujeres ¿todas? Implicaron una tarea personal ardua, intransferible.
La primera que me motivó fue Hebe. Hebe nos dijo que había visto el film, con el estómago hecho un nudo, por los esfuerzos de la protagonista para comprar su bicicleta y el sentimiento de injusticia ante los obstáculos que la frenaban. Pensamos que, como en la historia de esa niña, muchas de nosotras nos habíamos encontrado con trabas irracionales. Luego contó que cuando ella terminaba su escuela secundaria, hubiera deseado continuar estudios universitarios. Pero hubo una prescripción paterna que dijo: - ¡No! Vos vas a cursar el profesorado. Su hermano varón se recibió de médico. A veces cuando eran estudiantes, le pedían a ella que preparara la merienda. Ella cumplía en hacerlo, y luego escondía (cada día en un lugar distinto), la bandeja con la taza del hermano, y se sentaba ostensiblemente a tomar la propia, untando las tostadas con displicencia y sorbiendo el te con arrogancia. Se burlaba de él. Era su pequeña venganza.
Raquel se había propuesto estudiar Psicología y pese a la oposición paterna, que se regía por un modelo de feminidad muy tradicional, logró inscribirse, y con la complicidad materna pudo ir a la Facultad y aprobar los parciales de ese primer año. Cuando rindió con éxito los exámenes finales, recién le dijeron al padre lo que había logrado. Y desde allí pudo blanquear su condición de alumna regular para inscribirse en segundo. Durante todo ese año la madre para disimular la cuestión secreta, había presentado al padre postres o manualidades, adjudicando a Raquel la confección de los mismos. Una estrategia barroca para ganar tiempo hasta lograr el permiso.
Iliana me contaba que su padre tuvo uno de los primeros autos en Araón Castellanos, cuando era solo un puñado de casas. Le había enseñado a conducir a su hermano adolescente, aunque había hermanas mayores que trabajaban como maestras, y hubieran podido ser las beneficiarias. No era a ellas a quien el padre dejaba la llave del auto, sino al hijo varón y con la consigna de llevarlas y traerlas a los bailes del pueblo. Fue la madre la que en las siestas, sustraía la llave del patriarca, y enseñó a manejar a sus hijas mujeres, hasta que, sobre los hechos consumados, el padre aceptó que ellas también pudieran conducir.
Es más triste cuando la prohibición viene de adentro. Ana había cursado sin tropiezos la escolaridad primaria. Cuando planteó su deseo de no continuar con estudios medios, los padres aceptaron, y así se mantuvo lejos de las aulas y del despliegue de sus posibilidades. Tal vez la de sus padres fue una aceptación resignada. Fue ella la que se puso límites, pero los padres ¿hubieran aceptado esa decisión en los varones? No, seguramente los hubieran estimulado para que reconsideraran su decisión. Ana pudo más tarde alcanzar a cursar los estudios secundarios, cuando se convenció de que esa bicicleta verde de los estudios medios, le era accesible.
Leli declinó con angustia su deseo de tener un automóvil, su propio automóvil, ante el temor a un accidente que hiciera patente una supuesta torpeza, que no era tal, ya que se conducía en bicicleta sin problemas. Pero ese temor para ella tenía fuerza de verdad incuestionable y absoluta. ¡Su madre lo sostenía! Contrariarla era ponerse en peligro. En Ana y en Leli, la presunción de incapacidad en tareas intelectuales, o de destreza y seguridad fueron aceptadas por los otros, favoreciendo una renuncia mutilante. En estos casos no hubo una madre cómplice, como la de Raquel o Iliana, que levantara las interdicciones y favoreciera el crecimiento.
En “Buscada” el libro de Laura Giussani se relata acerca de la protagonista, Lili Massaferro: “Quiso estudiar bachillerato, pero recibió una negativa absoluta: “Tu madre quería que fueras maestra”. Y a los diecisiete años fue maestra. Ahora sí sería libre. Quería ser médica. Durante meses se preparó para el examen de ingreso a Medicina. Finalmente llegó el día, rindió y aprobó. Estaba feliz, volvió con los resultados del examen para festejar en casa pero se encontró con la cara adusta de un padre que la miraba con reprobación: “Esa no es carrera para una mujer” dijo con aspereza, y no admitió discusiones.”
Esa fue una muralla que, como en los otros casos, influiría en vida, proyectos, sueños.
Se podrá alegar que los países musulmanes donde transcurre la película que comento, esas murallas son particularmente feroces. También que para las generaciones precedentes las prohibiciones arbitrarias obraban con más vigor.
Pero murallas y prohibiciones varía de época en época y de lugar en lugar, y sin embargo, bajo diferentes formas siguen recortando las alas y la capacidad de vuelo de media humanidad.
Ese anhelo de la niña del film, nos remite a los anhelos que cada quien sintió y que me llevan a sugerir que nos preguntemos : ¿Cuál fue la lucha que debimos librar, cada una de nosotras por la bicicleta verde?
María del Carmen Marini, junio 2014
26 dic 2020
Sobre la bicicleta verde. Algunas reflexiones. 2014
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