En la tarde esperaba el cole en la parada. Pasó un carro tirado por un petiso que llevaba cartones. Lo conducía una mujer y a su lado una chica más joven sostenía en brazos a un niñito. Junto al carro, acompañando al grupo, como suele suceder, un perro medio rengo y medio viejo. Los mirábamos pasar, y nos condolimos de la escena. Pero la chica de ojos verdes que estaba sentada a mi lado dijo: “Habría que castrarlos…” y se apresuró a aclarar, “ A los perros no…, a esa gente del carro”
A la noche comentábamos en el grupo, que el spot de Messi contra la violencia en el fútbol, no alcanzaba. Era solo un gesto romántico. Alguien dijo que la escalada expresada en los ataques entre bandas de fanáticos, era muy grave. Que las mafias del narcotráfico están tras los “barras” y también tras los capos de los sindicatos y que no hay recuperación posible, que no hay una solución.
Después, en el grupo, hablábamos de la pena de muerte, tal como la reflejan algunos films (el capítulo V, “No matarás” del Decálogo de Kieslowsky, y la trama de “Mientras estés conmigo” del director Tim Robbins) y recordamos que el verdugo, el encargado de cumplir la pena, solo debe oprimir un botón, o bajar una palanca. Una manera de disimular el asesinato. Pero su burocratización no hace que la maniobra no sea un asesinato y no hace que sea menos cruel.
Y en todas estas formas de pensar las formas de la pulsión, y la perturbadora encerrona que conllevan ¿qué hacer?
Ante la cárcel de por vida para algunos, la castración como se sugiere para violadores reincidentes, el aniquilamiento a través de la formalización y legitimación de la muerte? ¿cómo sentir? ¿Hay acaso respuestas?
17 dic 2020
Sobre la pulsión de muerte
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