Le dijo: Te estoy llamando sin que sepan. No quieren que vuelva a verte. Y no sabés cuánto te extraño.
Le respondió: Sabíamos que podía pasar ésto. Yo también estoy muy triste. Tengamos paciencia, ya comprenderán.
Le dijo: ¿Cómo vamos a poder con esta separación? No entiendo. ¿Por qué nuestro amor tiene que costarnos tanto? ¿ Por qué es tan difícil de llevar adelante? ¿Por qué son tan duros? Y sin embargo se que están sufriendo, y hacen esto porque me aman y creen obrar bien.
Le contestó : No sé...Creo que le pesan los viejos mandatos, y solo pueden pensar las cosas desde allí. Pero si podemos mostrarle la fuerza de lo que sentimos, llegará un momento en que podrán aceptarlo.
Le dijo: Estuve recordando a Romeo y Julieta, no son cosas del pasado. Están sucediendo aquí, ahora.
Le contestó: Sucede muchas veces, sucede por muchas razones.
Sucede como una prueba que deberemos atravesar, y porque lo que sentimos tiene la potencia de lo verdadero.
Eso no cambiará. Aunque no podamos vernos. Eso nos constituye.
Les sucedió a tantos...
A Angélica y Súger les pasó porque ella era de familia católica y el de familia judía.
Y entonces era tan importante el peso de la oposición familiar, que solo pudieron volver cuando tuvieron su primer hijo.
A Elsa y Manuel porque ella le llevaba diez años. Era impensable que hicieran un proyecto.
Cuando se casaron ella tenía treinta años y él veinte. Y vivieron tantos años juntos, que cuando él murió, ella que ya tenía más de noventa, se pasaba los días llamándolo.
A Pedro y Liliana porque él era muy pobre y vivía más allá de la vía que separaba el pueblo en dos. Iban a la misma escuela, pero pertenecían a mundos distintos.
A Luisa y Juan porque los padres de él no aceptaban a la que llamaban “esa advenediza”, extranjera, pobre y despreciada.
Toda historia de amor tiene su lucha.
¿Por qué pensar que tiene que ser diferente para nosotras dos?
2004
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