Hay, a veces, hechos que se suceden y superponen para hacernos pensar.
El primero fue mi caída del viernes.
Yo leía tranquilita el Página 12, con la gata en la falda, cuando sonó estridente el timbre.
Me levanté sosteniendo con la mano izquierda y por la panza, a la gata, con intenciones de depositarla en la silla para que siguiera con su siesta, y con la mano derecha me estiré hacia el teléfono del portero eléctrico, que estaba allí nomás, a dos pasos, para contestar la llamada.
Pero no preví varias cosas: la complejidad de esas varias maniobras simultáneas, la ausencia en mí, de dotes de equilibrista y malabarista, y el piso encerado.
Así que cuando quise darme cuenta, estaba patinando vertiginosamente, sin alcanzar el aparato, sin depositar a la gata en la silla, pues conforme yo caía con estrépito, di contra el marco de la puerta vaivén, que soltó una de sus varillas con ruido a madera rota, al mismo tiempo que la gata salía despedida por el aire con cara de no entender por qué yo, que la había tenido amorosamente en la falda un momento antes, la revoleaba ahora por el aire como si fuese una bolsa de papas.
Cuando logré recuperarme del golpe y levantarme del suelo con el codo y el amor propio magullados, ella seguía mirándome asombrada, eso sí, a prudente distancia.
Pregunté por el portero y era Elena que venía a traer un cassette grabado con la intervención de Pablo en Plan A. Cuando volvía de la puerta con el cassette en la mano, la gata ya había recuperado su dignidad, pero ostentaba un aire algo ofendido.
Al día siguiente llegaban mis primos, Luis y Oscar, y siempre con ellos es lindo el encuentro. Esta vez había una celebración y era por los 91 años de su mamá ( mi tía).
Pero esta celebración se superpondría a otras cosas.
Luis me había contado la idea, compartida con su hermana, de proteger a su mamá, desde hacía un tiempo, de las malas noticias, para evitarle disgustos innecesarios. Y yo me había sumado a la idea.
La cuestión funcionó bien, con ellos y yo confabulados para filtrarle las cosas que pensábamos que podían afectarla.
Pero los hechos no fueron del todo como los planeábamos, porque un buen día la tía se enteró por otras vías de alguna mala noticia, de las que le habíamos escamoteado, y los había increpado a ellos (yo me salvé de que “me agarrara” como prometió) por dejarla afuera de duelos, infartos, quiebras fraudulentas y otra pálidas.
Así que Luis había estado pensando en cambiar el enfoque. Y supo justo, justo, que un pariente, un tío político, con el que habían tenido una relación bastante cercana y que estaba enfermo, se había agravado y tenía pocas `posibilidades de recuperarse.
Mientras Luis y su hermana, Tere, pensaban como manejar la información esta vez, ese pariente falleció. Y ahí se vieron en la alternativa de decidir qué hacer con esa noticia.
Y a él se le ocurrió (hay un cuento de Cortazar con ese tema) tomar el toro por las astas. Pero con una vuelta de tuerca que me pareció genial.
Luis fue con su madre y le dijo compungido: “Andá sabiendo que el tío falleció, pero...lo más importante es que vayas pensando (esto dicho con una expresión seria, contenida y concentrada) cómo le damos la noticia a Tere, porque vos sabés cómo es ella de sensible, cómo lo quería al tío y cómo la puede afectar”.
Su madre, mi tía, pensó un momento y con la palma extendida hacia él como frenándolo y al mismo tiempo liberándolo de la tarea, afirmó contundente y segura: “Dejámelo a mí”.
Luis completó el relato: “Maté dos pájaros de un tiro, le dije a ella, pero al pedirle que viéramos como decirle a mi hermana, volvió a sentir que se podía hacer cargo de cuidarla, de cuidarnos como cuando éramos chicos”.
Y en cuanto al cumpleaños, días después, lo celebramos en la parrilla que ella, mi tía, había elegido. Nos encontramos allí a la hora fijada, y todo transcurrió amable y cordial.
A los postres, uno de los mozos, maduro, de cabello cano, vestido de gaucho como los otros, con vozarrón de gaucho más bien aguardentoso, como cultivado en la ginebra muchos boliches, desenvuelto como gaucho en la pampa, llevando las bandejas de achuras y tiras de asado, se acercó a nuestra mesa y pidió la aceitera.
Luis se la alcanzó y el gaucho maduro y canoso lo miró fijo y dijo: “Cuando yo enviude, usted queda nominado”.
Como mi primo es un hombre de mundo no se altera con esas minucias, pero yo, que soy una chica de barrio confieso que quedé sobresaltada.
Y el avance del mozo vestido de gaucho nominando a mi primo, me recordó otros avances, que me sonaron sorprendentes.
Es que últimamente vengo escuchando el discurso de los eventuales galanes y tratando de descifrar intenciones, y sucede que no entiendo y me pierdo.
Pero a veces hay reiteraciones sospechosas, me contaba alguien y yo he podido observar. En las que, más allá de ideologías, extracción y proximidad, los caballeros coinciden en sus planteos de un modo llamativo.
Esas reiteraciones se dan en algo que es como una especie de libreto que hemos podido detectar y no se advierten de primera, que sorprenden cuando se los escucha por segunda vez. Y ni les digo la tercera.
Así ha sucedido que viniera de un compañero del segundo grado, de un colega o de un ex novio los planteos pasan por tres momentos:
Primero plantear lo maravilloso del encuentro. El asegurar por ejemplo: “¡Cómo me estado acordando de vos! Vos sabés cuanto te quiero... pienso que fuiste la mujer de mi vida. ¿Por qué fue que no nos casamos? Si éramos el uno para el otro...No debí perderte de vista, y este encuentro casual debería ser una señal ...
Después proponer: “Esto tiene que ser un principio. Llamame a cualquier hora, cualquier día, que quiero que nos veamos para poder charlar. Este es mi número (celular, jamás fijo).
Y por último, como estocada existencial y en tono cómplice: “Cuando seamos viejitos y estemos en un geriátrico, sabés como nos vamos a arrepentir si no tomamos esta oportunidad que nos da el destino”.
¿Habrán leído las indicaciones en algún manual de Internet que los planteos vienen siendo tan semejantes? Porque de creatividad: cero.
Bueno, ¿Y qué tiene que ver la caída en la que me estrolé contra el piso y alarmé a mi gata, la juventud de los 91 años de mi tía retomando las riendas, y los lances de galanes atípicos o convencionales que nos sumergen en la sorpresa?
No sé, tal vez tengan que ver en que aunque seamos vulnerables nos podemos levantar si nos caemos, y hacernos cargo de cuidar a la propia madre o a los propios hijos, y además estar atentos a las convocatorias más bizarras que aparecen con distintos disfraces pero los mismos argumentos...porque sucede que el zorro no pierde las mañas aunque se quede calvo.
mayo del 2007
8 dic 2020
Un fin de semana especial
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario