16 dic 2020

Una mirada desde el psicoanálisis

El amor queda redefinido no ya como el torbellino dantesco o la pesadilla kafkiana, sino como una concreta y potente experiencia vincular, que le posibilita a la mente, alcanzar grados crecientes de complejidad aumentando las chances de enfrentarse a la experiencia emocional.
Leandro Stitzman

 
 
El psicoanálisis nos plantea el carácter narcisista que tiene el estado de enamoramiento, momento ilusorio e idealizado del vínculo.
Si no hay posterior desilusión podemos decir que no se alcanza el amor, pues cada uno ve al otro y se muestra desde una imagen ideal, no real. Será preciso corregir esa imagen ilusoria e idealizada, para aceptar la realidad del otro, y allí sí, podemos amarlo o no.
El enamoramiento como encuentro de carencias da lugar a malentendidos, pues el deseo empuja a querer transformar al otro.
 
Alcanzar a concretar ese pasaje del enamoramiento al amor requerirá remontar la crisis que surgirá de la verificación de que “las cosas no son como se creyeron”, y a partir del conflicto que esto suscita, limpio el campo (de proyecciones e introyecciones) avanzar en el mutuo descubrimiento y determinar que es lo que cada uno quiere del otro.
 
Según plantea S. Freud: El que está enamorado está humillado. Y es así que la profunda perturbación que implica el enamoramiento, al desarraigarnos de nuestra autoestima deberá ser remontada, para entonces sí, desde el propio respeto, se podrá también respetar y dar garantías al otro que ya no será necesario utilizarlo para el propio reaseguro.
 
Será a través de este amor que devengamos libres del cautiverio y sujección del enamoramiento. Amor y enamoramiento como radicalmente diferentes a pesar de sus similitudes.
 
En el enamoramiento la sobreestimación del otro se pone en consonancia con la propia subestimación. El narcisismo se hace centrífugo, por lo tanto enajenante, y desplaza al centrípeto, horadando la autoafirmación. El objeto de enamoramiento es elevado a expensas de la  propia subordinación.
Se lo ha comparado a la fascinación, a la sugestión, a la hipnosis.
“La satisfacción está cerca y no está nunca, como un espejismo. Lo que está siempre y creciendo es la sed del que ama, sed del enamorado, que dramatiza trágicamente una carencia de amor decisiva: La del Yo ideal con respecto a su Yo. El “enamorador” (el Yo ideal) es vestido con todas las cualidades. Se torna maravilloso, perfecto, singularmente completo. ¿Quién lo provoca? Los sueños de la sed, de la sed insatisfecha del enamorado. Pero el que sueña no lo sabe...” (Norberto Marucco)
 
El amor en cambio encuentra la mágica alternativa entre eso que Hornstein llama “la fusión mortífera o la soledad devastadora”.
 
Freud define al narcisismo como un retraimiento de la libido que quita la investidura libidinal al objeto. Pero resulta simplificadora la clásica dicotomía narcisismo/ relación de objeto. No solo el narcisismo se transforma en las experiencias (amorosas) sino que existen relaciones narcisistas a medio camino entre amor de objeto y repliegue narcisista.
El narcisismo implica la tendencia de hacer converger sobre sí las satisfacciones, también implica la búsqueda de autonomía, y la negación de la alteridad.
Y el otro cumple diversas funciones (realización de deseos, prótesis, sostén) Así las relaciones pueden sustituir déficits en la trama identificatoria.
En el enamoramiento el objeto se jerarquiza. Su pérdida es amenazante.
Amar es exponerse al abandono y reavivar las angustias de esa fusión mortífera o de esa soledad devastadora.
Al temor a la fusión, la distancia como defensa. (lo intolerable es la invasión).
Al temor a la soledad, la defensa será la dependencia y la búsqueda de unión (solos temen perder su identidad).
En ambos casos la alteridad es lo no aceptado.
Y es en la oscilación entre economía narcisista y objetal que se va forjando la continuidad del sentimiento de identidad.
 
El enamoramiento implica una ceguera que es inevitable (Te amo con mis ojos ciegos bien abiertos, cita Sergio Rodriguez). Ni cerrar los ojos, ni dejarlos abiertos resuelve el conflicto.
¿Por qué necesitamos creer que es posible el encuentro? El riesgo de la pérdida del amor es el gran obstáculo. Tolerar esa posibilidad y animarse a vivir los amores el gran desafío.

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