2 dic 2020

Cuando el gato no está

                                 Había un no se qué flotando en el ambiente, impregnando el aire, chorreando suavemente por las paredes, dulcificando las miradas y las voces. Algo como erótico, creciendo en la tarde otoñal pero cálida.
                 Cuando él se acercó y empezó a acariciarla primero distraídamente y luego con sugestiva insistencia, ella le dijo sofocando el tono: -¡Qué se van a dar cuenta! .
                 Entonces volvió a prestar atención a su libro, mientras arriba ellos se preparaban para salir, y al lado la tía todavía dormía
  Si los de arriba se iban pronto, ellos tendrían un rato para estar solos antes de que la tía se despertara de su siesta.
         Bajó casi lista y preguntó: -¿Quieren tomar algo?. Pero ellos sabían que era una excusa para asomarse. Lo leyeron en su mirada que controló en un segundo la situación y desapareció de la puerta. Suspiraron  por lo bajo por esa fiscalización disimulada.
                Ya la semana  anterior, mientras estaban las dos arreglándose ante el espejo, le había descubierto una marquita en el cuello, y se retiró murmurando: - ¡Qué vergüenza!, como ofendida y con cara de culo. Ella se encogió de hombros y la dejó pasar porque no quería dramas.
         Él seguía en la mesa leyendo a Foucault y ella subrayaba párrafos de “Hegel revisitado”, los dos muy serios mientras la escuchaban  preparando las tazas. Fingían estar muy serios y concentrados en los textos, pero la presión erótica seguía subiendo. En realidad no veían lo hora de que se fueran.
         El levantó la nariz del libro y la miró interrogante, y ella le susurró, ya en franca complicidad: -Esperá que ya se van.              
Volvió resignado a “Vigilar y castigar” y ella bufó encima de su artículo.
 Los otros demoraban siglos, como si lo hicieran a propósito., o les molestara dejarlos solos, pues algo habían percibido.
  La escucharon pedir un taxi por teléfono. Para despedirse se acercó a darles un beso, pero los miró con un matiz de advertencia. Y ella puso cara de boluda pero pensó: -Minga!. Cuando el gato no está, los ratones bailan!.
       Luego oyeron la puerta cerrándose detrás de ellos. Y el silencio.
      Entonces fue, que puesto que la tía dormía plácida y la hija de ambos acababa de irse con el novio, al fin tenían oportunidad de estar solos.
                 1998

La sabiduría de Hegel

                Hegel tenía razón. Cuando describía la mutua dependencia entre el amo y el esclavo, la relación dialéctica entre ellos, de tal suerte que no se concibe uno sin la existencia del otro en una reciprocidad ineludible.
               Sí Hegel sabía lo que estaba diciendo, como si nos hubiera observado minuciosamente a nosotras dos, antes de plasmar sus conceptos.
               Porque de eso se trata. ¿Se concibe una esclava sin ama?. Y si las situaciones que estamos viviendo nos definen, más allá de lo que deseemos pensar de nosotros mismos, a mi me definen como su esclava.
               Por eso la miro con rencor.
               Desde que amanece empezamos a jugar roles complementarios. Se despereza con sensualidad y empieza ya a embellecerse. Yo corro de un lado a otro recogiendo las ropas que los chicos dejaran tiradas a la noche y reúno los útiles sobre la mesas. Tengo trámites en el Banco y consultas a la tarde.
               Además debo poner la ropa en la máquina de lavar para ir adelantando. Tal vez la pueda tender después del almuerzo.
               Hago una lista mental del itinerario a recorrer para ahorrar tiempo y energías.
               Ella, bellísima, indolente, sin ninguna otra cosa que ocuparse de sí misma, sin ninguna otra obligación que permanecer hermosa, me mira ir y venir sin mover un músculo en mi auxilio. Esperando, incluso, utilizarme a su servicio en lo que le venga en gana. Me siento impotente, esta situación es injusta me digo mientras sirvo su desayuno y se lo acerco.
               Bosteza displicente y me mira desde sus alturas de reina inconmovible.
               Sí, somos exactamente complementarias, como ama y esclava, como cigarra y hormiga. Ella se ocupa solo de sí, yo corro multiplicada para ocuparme de todos. Ella se estira lánguida y ociosa y yo sudo y puteo. Ella mira hacia el patio decidiendo si es ya el momento de ir a tomar sol y yo calculo si en el año me quedará una semana para vacaciones. Ella come pausadamente como una dama de exquisitos modales  yo trago mi café de pie ante la mesada antes de salir corriendo.
               Sobre todo ella se acicala con lentitud, conciente de su belleza, yo me miro al pasar reflejada en una ventana, y en contraste me veo desmejorada y tensa, con la casa por organizar, más las tareas de los chicos por supervisar y mis propias obligaciones pendientes. Dejando para último lugar la atención que demandaría mi propio narcisismo.
               ¡Y es que ella es tan hermosa!. Creo que se aprovecha de eso...En cambio a mi se me ve enredada en  la madeja de trabajos y obligaciones, con expresión de agobio y cansancio...como si fuera una esclava. Realmente una esclava.
               Ella, impecable, sofisticada, los sombreados ojos verdes fijos en mí, entre indiferentes e implacables, maúlla quedamente y se aleja meneando la cola imponente y peluda de angora gris.
1991  

La histérica

                Ya me tiene harta.
               Se viene comportando como una neurótica histérica, de esas que viene, seduce y se va.
               Que lanza su mirada envolvente e insinuante, esboza una sonrisa y cuando creemos que ya está con uno, pega media vuelta  desaparece.
               Me ha rozado, haciéndose la distraída, cosa de dejarme en plena turbación, y como quien no se da cuenta de nada..
               Además de seductora es mentirosa, porque deja mensajes como billetitos de encendidas promesas, y en el momento de sostener su palabra ¡puf! Se hizo humo, y en vez de su tibieza solo el vacío y el frío.
               No debiera impacientarme, total no puede evitar venir y quedarse, es solo cuestión de tiempo, y que importa si es un poco antes o un poco después... Entonces será mi turno de mirarla con sarcasmo y decirle con ironía: -¿Y ahora...no te hacés la esquiva?- en el tono de Rodolfo Zalim en “Flores robadas...” cuando estaba en ganador.
               Tal vez no pueda evitar ser así, tal vez forma parte de su naturaleza esto de asomarse y esconderse, en este juego perverso y frustrante que asocio a no se que refrán acerca de pavas y braseros...
               Es una loca de mierda, una chiflada que me altera el ánimo, sin hacerse cargo de lo que promueve.
               Una simuladora con diploma en ese arte de hacer creer cosas que después no cumple. Una mentirosa de marca mayor. Una seductora de novela.
               Les digo que no exagero al acusarla de histérica.
 
               ¡Y bueh!. ¡La primavera en Rosario es siempre así!.
            Solo que este año parece más indecisa y vacilante en quedarse del todo que otras veces. Se asoma y se va.  Me ilusiona y desilusiona en cuestión de horas.
               Ya guardé las bufandas, los abrigos y los guantes y los volví a sacar como cinco veces.
1984

Polvo, pelusa y telarañas

 Dedico este trabajo a las mujeres que todos los días del año, en todos los lugares del mundo y a lo largo de toda la historia, plumerean montañas de polvo, barren kilómetros de pisos, lavan toneladas de ropa, preparan las comidas y lavan los platos de insistentes y reiterativas multitudes.
Dedico este trabajo a aquellas que no pudieron construir catedrales, descubrir planetas, confeccionar códices... Ni escribir “La divina Comedia”, componer “Las cuatro estaciones”, ni cincelar “El Moisés” o “La Piedad” porque sucede que estaban sacando a basura.
Pero que intentaron que la vida fuera una comedia alegre y humana, durante el frío o el calor sin importar las estaciones, suavizando las leyes de Decálogo con profunda piedad y sabiduría.

 
               Vivo en una casa grande de ladrillos, con tejas francesas, aberturas de madera y rejas coloniales de hierro forjado. Tiene fondo y jardín.
               Todos dicen que es una suerte vivir en una casa como esa y yo creo que es así.
               Demoramos 15 años contados uno por uno en hacerla, pues sólo disponíamos de nuestro trabajo para comprar los materiales y contratar los operarios. En ese tiempo, en todo ese tiempo no recibimos herencias, ni ganamos la lotería, el prode o algo así. Se fue haciendo por etapas porque es muy amplia. Nos costó gran esfuerzo ir completándola y debimos ahorrar todo lo que podíamos hasta que llegó a ser lo que es hoy.
               En un mundo en el que existe el Taj Mahal que aún no he visto, la Alhambra de Granada que quién sabe si veré y los Jardines de Tívoli que desearía llegar a ver, en realidad es una casa modesta.
               Está construida en un terreno largo, por eso lo del jardín adelante y el fondo atrás. La casa está en medio y es inevitable que la tierra de jardín y fondo vuele y se deposite en cada lugar de la casa. Queda a mi cargo cuando la empleada no está. Ahora no está desde Navidad.
               Yo trato de no hacerle caso, pero cuando al abrir una puerta se agitan las telarañas pendientes del techo y salen volando manojos de pelusa pienso que es preciso limpiar.
               El polvo suele estar en los torneados de las maderas de la baranda, en los paneles rectangulares de los postigos y en las volutas de las rejas formando una película gris. Las volutas de las rejas son también el lugar preferido por las arañas para hacer sus nidos. Este otoño encontré las arañas más grandes, negras y amenazantes que ponen unos huevos pegajosos, blancos y esféricos. Tenía miedo que las arañas me saltaran a la cara en justa represalia cuando les rompía las telas y sacaba los huevos.
               Además de las arañas también tenemos gatos. Un gato amarillo que se cree perro y monta guardia sentado en el felpudo y una gata gris que se cree emperatriz rusa en el exilio y nos mira desdeñosamente por ser latinos y subdesarrollados. A los gatos los tenemos por pedido de los chicos que querían animalitos domésticos y también por una cuestión de poco carácter. Sucedió que los gatos vinieron. Y pese a nuestra oposición se fueron quedando. Al principio los espantamos con convicción. Pero ellos insistían en permanecer, mirándonos con sus grandes ojos fijos. Nosotros nos fuimos cansando y ellos ganando espacio. Así fue.
               Ahora para usar las sillas para sentarnos a comer tenemos que sacar a los gatos. O correrlos al menos, para que nos dejen un pedazo de asiento. Lástima que pierdan tanto el pelo. Se nos queda pegado en faldas y pantalones. Comen hígado y carne picada, eso si, tibios porque fríos no les gustan. Toman leche y agua.
               Son los regalones de la casa, pero tienen una costumbre odiosa. En época de celo marcan con pis su territorio para avisar a los otros gatos que no deben pasar, que ellos son los dueños del lugar. Los otros gatos se dan cuenta rápidamente. En realidad cualquiera puede darse cuenta.
               El olor a pis sale con “Pinoluz lavanda” y la época de celo dura bastante.
               También tenemos un ratoncito blanco que vive en una pecera en la pieza de mi hijo. Come semillas, lechuga y galletitas todos los días. Y una tortuga que se llama Manuelita. Vive en el fondo y come las flores caídas de la rosa china. No es necesario acercarle las rosas, ella las encuentra tiradas en el pastito.
               En el patio hay un jacarandá. Es hermoso. Nació solo en un cantero cuando el patio era de cemento, antes de hacerlo de cerámicos. Bueno, en el cantero nació una planta que fue creciendo muy alta como la planta de las habichuelas de “Fantasía” y recién el segundo verano supimos que era un jacarandá porque floreció. Me puse muy contenta porque siempre me habían gustado los jacarandáes con sus hermosas flores celestes. Y pensé que era un milagro que justo, justo hubiese nacido uno en mi patio sin haberlo plantado.
               Hasta que me hicieron notar que en la esquina había cinco, y que no fuera sonsa. Que las semillas están desparramadas por todo el vecindario cuando caen. Así que no es extraño que si una cae en tierra pueda dar lugar a un árbol como sucedió con éste. Muchas otras habrán caído en la vereda y no pasó nada.
               Las semillas en otoño llenan el patio con sus vainas de color castaño que son muy decorativas. He visto cortinas y móviles hechas con ellas.
               Las hojas y ramitas caen en el invierno. También para esa épocalas hojas del plátano y la hiedra. Así que forman un colchón que a mi amiga Liliana que es tan juguetona le gusta pisar por el crujido que producen y que yo debo barrer del patio mientras dura ese tiempo.
               Cuando termina de deshojarse el jacarandá ya están en capullo las espléndidas flores. Cuando abren el árbol todo celeste es un espectáculo. Dura poco, pero es un espectáculo. Digo que dura poco porque pronto empiezan a desprenderse y cuando están en el suelo forman una alfombra. Claro, una alfombra transitoria porque pronto volverán a caer las semillas de color castaño.
               Y mientras barro y barro en las cuatro estaciones, semillas, ramitas, hojas, flores, mi marido hace arreglos en la casa por ejemplo, o poda la parra o la enredadera.
               Él es capaz de arreglar casi todo en casa. Su primer oficio es el de carpintero. Su segundo oficio es el de psicoanalista.
               Mi segundo oficio también es el de psicoanalista. El primero es el de escritora.
               Cuando ayer le dije, apoyándome en la escoba y mirando las telarañas, el polvo y las hojas: -¡Estoy desesperada!- él muy psicoanalíticamente contestó: -¿Y qué querés que te diga?-. También dice: -Hum...-, y –Aja!- y se va a hacer trámites como pagar impuestos, gestionar créditos o asegurar el Citröen.
               Hace años que estamos juntos. Cuando mis amigas ven a mi marido carpintero me felicitan y dicen: -¡Qué suerte tenés!-
               Porque un marido que arregla casi todo y además hace hermosas aberturas de madera es una gran suerte. Me miran a mi con gesto de desaprobación y duda como preguntándose si realmente merezco  al marido y a las aberturas. Yo también me lo pregunto.
               Todos dicen: -¡Qué hermosas ventanas!-. O: -¡La madera es tan cááálida...!- (Así, arrastrando la  “a”). Nadie nunca, nunca dijo: -¡Qué limpitas están estas ventanas!-. Me parece injusto. Él las hizo una vez y sirve para que lo elogien siempre. Yo las limpio muchas veces y no me elogian nunca.
 
               En total, las que tienen vidrios son 17. En la planta baja son 7 contando las 2 del living, 1 en el comedor, 2 en el estar y 2 en la cocina. En la planta alta son 10, contando las 4 de los dormitorios, las 5 de los consultorios y la de la sala de espera.
               Cada una está dividida en paneles y cada panel en cuadrados de  vidrio enmarcados en varillas muy finas que sobresalen un cachito del panel.
               En total son 369 vidrios sumando todas las aberturas: ventanas, puertas y puertas ventanas. Cada vidrio está enmarcado en esas varillas que sobresalen y juntan polvo. Ese que les comentaba, especialmente las varillas de arriba y de abajo.
               Como son 369 vidrios, las varillas que requieren Blem y franela son 738, de cada lado. Porque se sabe que cada ventana, cada panel y cada vidrio tienen un lado de afuera y un lado de adentro. Los lados de los vidrios son 738. Las varillas en cuestión 1.476.
               Las limpio cuando las veo muy sucias. Algunas una vez al año. Otras cada trimestre. Pero las de los lugares donde estamos más, cada semana. Por eso mientras limpio, cuento y pienso.
Me acuerdo de Teresa de Avila que se formulaba planteos de compleja matemática mientras miraba las vigas del techo perderse en perspectiva.
               También yo me formulo planteos mientras limpio maderitas, también pienso e imagino. Pienso en los usos no tradicionales del martillo sobre quienes expresan su admiración por las aberturas de madera que son... ¡tan cálidas!.
 
               Y hablando de monjas...a mí el silencio de las Congregaciones de Clausura no me pesaría demasiado. No soy muy charlatana, así que podría sobrellevarlo sin traumas. Esa sería una solución.
               La otra se me ocurrió después de ver a  Meryl Streep en “El amor es un eterno vagabundo”. Me di cuenta que también se puede rescatar cierto encanto en la vida a la ventura de los mendigos sin casa, ni ataduras, sin limpiavidrios, sin tejas, rejas, torneados ni biseles.
También de seguir así, deberé pensar en maneras creativas de utilizar mi talento literario mientras limpio. Por ejemplo, imaginé, para mi lápida, que deberá ser sencilla, por favor, nada ostentosa, una inscripción que diga:
               “Usó Pinoluz, fragancia a limpio; Odex con amoníaco que desengrasa cubiertos y vajilla; Ala con blanqueador óptico que hace que su ropa refulja esplendente; Cera Suiza para los pisos de madera  y Autobrillo Ceramicol que deja como un espejo los pisos cerámicos”.
1991

Este tema del erotismo

                El libro de biología de su hija estaba abierto sobre la mesa. Se detuvo distraídamente en un párrafo: “En la época húmeda de la primavera y el verano las ranas machos se acercan a los charcos y lagunas y comienzan a croar para atraer a las hembras. Al iniciarse el apareamiento que se efectúa en el agua, el macho abraza a la hembra por el dorso. Al presionar con sus pulgares, provistos de callosidades, el abdomen de ésta, la obligan a expulsar gran cantidad de óvulos sobre los que vierte simultáneamente los espermatozoides. La fecundación se realiza en el exterior del cuerpo. Estos animales son ovulíparos.” Biología II, María Léonie Dutey, Susana Teresa Nocetti.
               Y lo que leyó la llevó a pensar -¡Pobre ranita!. Vive en un charco, come bichitos y para colmo hacer el amor es eso que se describe en el libro.
               Su hija la vio compungida y dijo: -No te aflijas, a lo mejor el compañero de la rana tiene pulgares eróticos.
               Entonces pegó un respingo y se preguntó ¿qué sabe ella de erotismos y peligros varios?.
               Su hija es muy juiciosa. A veces le parece demasiado juiciosa, demasiado adulta, al lado suyo que no termina de crecer.
Pero como tiene casi quince años y algunos festejantes, pretendientes  como se decía antes, o aminovios o noviamigos como se dice ahora, le pareció prudente hablarle. Más después de lo de la ranita y el erotismo de los pulgares.
               Ella pretende ser una madre moderna, pero en esto de la eventual sensualidad de los hijos se le queman los papeles.
No sabe cómo proceder, si como algunas amigas que sugieren la consulta a la ginecóloga y desde allí discretamente se borran o como otras que acompañan celosamente a sus hijas e hijos a todos lados, controlan sus llamadas y si sus niños salen una noche, toman coramina y Lexotanil y esperan sentadas en el umbral, con cara de mártires en el frío invernal, cosa de correr con la culpa a los desaprensivos que vuelven tarde.
               No sabe realmente si deberá admitir, que si recibe a un amigo pueda cerrar la puerta y respetar el misterio sin morderse las uñas, o hacer como Iris, que respondió a su hijo cuando la consultó si podía invitar a dormir a su amiga: -No, porque en esta casa, los únicos con derecho a copular somos tu padre y yo.
               En fin, ella no tenía posición tomada, pero el asunto la inquietó y  pensando que de lo que nos inquieta, lo mejor es hablar, decidió hacerlo. Y pronto. Así que esa anoche, cuando escuchó la cerradura y los pasos en la sala se levantó, no sin antes manotear la bombacha que había quedado enredada en el revoltijo (imaginen: sábado a la noche) y echarse un buzo encima, lo primero que encontró.
               Se toparon en el comedor, ella medio dormida, pero resuelta a que ese era un buen momento para charlar. La invitó a tomar un café y la hija la miró un poco sorprendida.
               -¿Qué tal te fue?. ¿Te divertiste?.
               Se hicieron café y la hija la observaba mientras ella acercaba los pocillos desde la mesada. Se sentaron y comentó que lo había pasado bien, mencionó los chicos y chicas que habían ido y también que tenía planes para el próximo sábado.
Fue casi tartamudeando que ella fue llevando la charla de esos temas intrascendentes a áreas más comprometidas. Hablándole de lo importante de compartir y tener amigos. De todo lo que significa enamorarse, pero como eso, a veces se complica...
               La hija revolvía el café con la cucharita y la escuchaba y ella iba eligiendo las palabras para que llegaran...¿para que llegaran  adónde?.
               ¿Cómo mensaje permisivo?. ¿Cómo mensaje admonitorio?.
               Como mensaje permisivo creo que ya no podría sostener en estos tiempos de HIV el axioma agustiniano de : “Ama y haz lo que quieras”.
               ¿Como advertencia para que pensara en organizar su vida y sus amores con cautela?. ¿A los quince años?. ¡Y como si la vida y los amores se pudieran embretar en mandatos y reglas!.
               En realidad lo que quería decirle es que no se expusiese, que no permitiera que le hicieran daño, y tratara de no hacerlo ella a otros, porque en este asunto de los amores es fácil salir herido. Pero también sabía, y cada quien deberá aprenderlo por sí mismo, que si se elimina el riesgo de sufrir, el amor pierde lo que lo hace tan importante y se presenta banal y descolorido.
También quería avisarle de lo funesto de experiencias irreflexivas en este asunto del sexo, de los riesgos de lanzarse a la exploración del erotismo sin la debida cautela, anticonceptivos por medio. De que la paternidad y la maternidad son plenas cuando son responsables y que pueden ser responsables cuando se tiene tiempo de crecer.
               Algo iba balbuceando, pudiendo balbucearle, entre sorbos de café, reflexiones sobre el amor y apelaciones a su buen sentido...ese que se fue formando en esos quince años, según creía, por obra y gracia del azar. Del azar, porque a veces se mostraba tan madura que no se explicaba que fuera su hija. En ocasiones le parecía que estaba de vuelta de muchas cosas, que la miraba concesiva y en silencio, para no hacer ver lo grande que era.
Lo cierto es que la escuchaba, intervenía a veces y parecía coincidir con sus planteos, formulando algunas opiniones con una seguridad y sensatez que la fueron tranquilizando.
Parecía tomar con seriedad el tema del amor y con prudencia el tema de la sexualidad. Así que era como hablar de igual a igual, aunque fueran madre e hija en la madrugada del sábado, ella saliendo del sueño y su hija volviendo de su cita.
               Se sentía satisfecha con una charla tan adulta, así que completó: - Vos sabés que el amor es importante y debería ser fuente de alegría, pero hay que cuidar de no confundirse, no enceguecerse. A tu edad es fácil que te sientas envuelta en impulsos tan fuertes que te aturdan...allí es imprescindible mantener la cabeza fresca y no enredarte al punto de hacer cualquier cosa y no saber dónde estás, ni cómo estás. En  el terreno de la pasión, aunque parezca contradictorio, hay que ser muy cuidadosa, muy racional. No hay que perder las riendas, de modo que cuando decidas hacer algo, que sea bien reflexionado antes, y que no te suceda no saber dónde estás parada.
Convencida de haber estado muy bien, satisfecha con su discurso terminó diciendo: -Es importante no perder la dimensión de las cosas y encontrar el sentido de lo que se hace y por qué se hace. Sin encontrarlo, todo es una chiquilinada.
Se levantó para irse, y la hija con su voz más neutra, pero señalándola con un índice implacable contestó: -El que no va a encontrar su calzoncillo es papi. Vos lo tenés puesto.              
1989