Apareció un día.
Absolutamente bella.
Absolutamente enigmática.
Absolutamente desdeñosa.
Clavó en mi sus ojos inmensos, rasgados, como de verde cristal transparente.
Pero la mirada quedaba allí, no me permitía ahondar en ella, fría, cautelosa, tal vez especuladora.
Me pregunté qué misterio escondía. Qué secreto albergaba tras su silencio impasible.
¿Por qué tanta desconfianza?. ¿Por qué tan retaceada su entrega?.
Nada en ella era corriente, ordinario. La piel impecable, el gesto, soberbio.
Caminó majestuosamente hacia mí, pero eludió mi contacto.
Su vientre combado lleno de vida nueva, no disminuía la gracia y dignidad de sus movimientos.
Pero ¿por qué tan altiva distancia?. Si yo ya estaba rendida...
Me recordaba vagamente algo, o alguien...¡Claro!.
Era una película: “El futuro es mujer”, en donde Ornella Mutti, también los ojos luminosos e inescrutables, también el embarazo redondeando su figura, se instalaba en la vida de una mujer, para convertir el cosmos en caos.
Ahora ella estaba allí, y yo, como esa mujer que había visto cambiado su mundo, la recibía como si ello fuera un privilegio. Sin preguntar de dónde venía. Sin indagar nada. Disfrutando solo de la magia de esa presencia fascinante, esquiva, seductora hasta la alienación.
A su lado, todas las otras cosas se deslucían y pasaban a un segundo plano. Los otros intereses, los otros afectos, las otras fidelidades.
Mi madre, vieja y sabia dijo: -Estás enamorada.
Y fue como si yo escuchara: -Estás perdida.
Era cierto...la miré casi suplicante.
Pero su mirada no arrancaba desde adentro, sino desde la fría superficie de cristal de sus ojos increíbles, y no decía nada, no prometía nada, no concedía nada.
Tal vez se iría pronto llevándose su hechizo.
Tal vez dejaría su cría, como signo y recuerdo de su paso por nuestras vidas.
Lo que yo presentía es que no se quedaría con nosotros.
No estaba hecha para quedar con nadie. Salvaje, libre, aventurera...
Extendí mi mano hacia ella, pero se retiró entre indolente y despectiva.
Supe que nunca sería mía.
Que defendería ferozmente su independencia sin dar un palmo más de lo que se le antojara.
Aún así yo la amaba. ¿Tal vez por eso yo la amaba?.
Entonces fue que mi compañera salió del consultorio protestando.
-Gata de porquería malcriada, otra vez hizo pis y mojó los Seminarios de Lacán. Y decime...¿qué vamos a hacer si tiene los gatitos acá?.
1986
1 dic 2020
19. LA INTRUSA (versión heroica)
18. EN DEFENSA DE MIS ALAS
No, yo no soy un ángel. Cuando hablo de defender mis alas me refiero a las de la imaginación, acosada a hondazos por los cuatro costados, en estas obligaciones prosaicas del vivir, que me arrinconan para que me ocupe de cosas presuntamente importantes: pagar impuestos, mirar las ecuaciones en el cuaderno de mi hijo, cumplir horarios, aparecer como una señora sensata. Digo presuntamente porque bien se, que en verdad me arrinconan para que deje de delirar, de imaginar, de soñar. Parece que es peligroso.
Yo creo que esta disposición para imaginar me viene de mi abuelo andaluz, que no conocí, pero del que me contaron que era un rico tipo, vago y alegre. Que había aprendido solo, sin maestros toda una cantidad de cosas, entre ellas a nadar en el mar y a tocar la guitarra. Se llamaba Antonio Alfonso.
Y me recuerda a aquel otro Alfonso: Alfonso Alonso Aragón para más datos, que en tantos carnavales se adueñara del cetro de transitorio rey. Y este Alonso Alfonso rey, me trae a aquel Alonso. Alonso Quijano, “el bueno”. El de las historias de caballería que combatiera con los molinos de viento.
Y de los tres: mi abuelo Antonio Alfonso, el rey Alfonso Alonso y el ilustre caballero Alonso Quijano...pues no se cuál de los tres fue más Quijote.
De mi abuelo se dice que provenía de una familia de gitanos pobres y audaces. Poco se cuenta de sus principios en Argentina. Poco se cuenta (porque es la parte dudosa del relato) de cómo y cuándo se instaló en Rosario el grupo familiar, poniendo algo así como un cafetín en la zona de Pichincha (nunca me dicen por qué) y cómo entonces las tres hermosas hermanas mayores trabajaban allí para ayudar a sus padres (no me cuentan en qué cosa). Y como entonces mi abuelo, en trance de casarse consiguió un empleo en ferrocarriles, por intermediación de un inglés rico e influyente, amigo de la familia (¿y enamorado de una de las tres chicas?). Y con ese empleo como principio, mi abuelo partió destinado a algún pueblito de campaña. Allí comienzan los relatos más consistentes y minuciosos de mi madre, porque los que se refieren a épocas anteriores son deshilvanados y en retazos (¿por acción de la censura?).
Lo que recuerda mi madre de mi abuelo es que tenía una linda voz. Cantaba por bulerías, enhebraba largas verónicas, estudiaba los registros de sus hijos haciéndolos poner a su alrededor (de ella decía que chirriaba como un grillo) y... meta fandango. Mientras otros inmigrantes laburaban hasta los domingos “para hacerse la América”, él hacía de su vida un largo domingo y permitía, como quien le hace un favor, que América lo dejara ir viviendo.
Lo que también se dice de él, es que era un tipo imaginativo, con visión de futuro, que chumbaba a sus amigos, contándole sus figuraciones. Por ejemplo les decía que habría un tiempo (en ese entonces recién existía la telegrafía sin hilos y el biógrafo era un invento raro de unos franchutes al que no se le veía ningún futuro) en que podía verse en una pantalla y por algún aparatejo que ya se inventaría, lo que estaba pasando en cualquier lugar del mundo.
Todos al escucharlo se miraban socarronamente y decían: -¡Qué andaluz más loco...pura fantasía. Mira si vamos a poder ver acá lo que pasa en otro lado...Qué tío más chalaó!
Lo mirarían con sarcasmo, como ahora me miran a mí algunos, incluyendo a los irrespetuosos de mis hijos, cuando les hablo del invento que yo anhelo: el cinturón de volar. Un cinturón sencillito y liviano, con una pequeña botonera que permitirá el ascenso, el desplazamiento y el descenso, con solo pulsar los botones. Estoy convencida de que no se trata de nada tan exótico, y de que lo van a a poder lograr en poco tiempo. Lo que no se, es si se podrá industrializar y comercializar tan pronto. Esto es, si tendrá suficiente difusión como para aspirara tenerlo y usarlo antes de que yo sea tan viejita, que eso me impida sacar el registro. Cuando alguien se ríe de la seguridad con que planteo lo del cinturón de volar, yo lo miro con desprecio, recordando que también se burlaban de mi abuelo, el Julio Verne de estas pampas. Abuelo que fue de veras un visionario, un tipo fantástico, aunque se murió tan pronto.
La mujer, mi abuela, que si conocí porque lo sobrevivió muchos años y era igual a la abuelita del dibujo de Malandrín, la que protege al pajarito Twiti, le tenía mucha paciencia.
Además de paciencia le tenía muchos hijos. Uno casi todos los años. Algunos morían, otros crecían, más o menos flacos, más o menos libres. El caso es que cuando él murió (no había suprimido licores ni cigarros...porque: “A vivir, a vivir, que el morir es un tris”) ella se quedó con una docena de hijos que terminar de criar, alguno tan pequeñito que aún tomaba el pecho.
Una podría pensar: ¡qué andaluz más irresponsable...!. pero hasta dónde se puede planear la vida, hasta donde se puede anticipar la muerte...El vivió su gitanería, a como se le dio la gana, y algo se prolongó en los hijos que lo recuerdan como al loco lindo que les enseñó nada menos que a cantar. Y se prolonga también el los delirios de sus nietos. Seguro que este abuelo andaluz tiene que ver con la defensa de mis alas.
Y por allí pienso que esta capacidad de delirar es antagónica de esa otra capacidad de razonamiento puntual, riguroso, sistemático y productivo, que aunque me lo proponga, solo me sale de vez en cuando. No importa, mis amigas igual me quieren, y hasta compensan mis fallas. Por ejemplo Lili, que empezó siendo mi alumna, pero que siguió estudiando con tanta seriedad, que ahora, cuando necesito fundamentos teóricos para alguno de mis panfletos...la tengo de referente para consultas serias. Así, yo escribo un testimonio virulento acerca de la condición femenina, como “La adolescencia del segundo sexo”, que hace que algún miedoso diga que estoy más loca que una cabra. Y entonces ella sostiene y amplia el testimonio con un ensayo de medulosas conceptualizaciones en que recorre Freud, lo fertiliza con Irigaray, lo atraviesa con Safuan e Israel y lo critica con Olivier. Desde entonces ya nadie se anima a decir que mis gruñidos son irrelevantes, porque con el trabajo bibliográfico que ella plasmó, es imposible rebatir nuestros argumentos. Verdadera tarea en equipo.
Pero a mi me sigue fascinando la irracionalidad. Sin ir muy lejos, yo podría haberlo despertado a Alberto con varias noticias, a modo de telegrama surrealista, y él se hubiera quedado pensando, en medio de las brumas del sueño, si no me habría alucinado. Podría haberle dicho: -Se suicidó un alumno. El gato volvió a hacer pis en el living. Anahí está resfriada. -Todo lo cual era rigurosamente cierto.
Pero tuve escrúpulos en hacerlo, porque ¿cómo meter en una misma bolsa lo trágico y lo banal. No estamos acostumbrados, aunque en realidad así es como se dan las cosas en lo cotidiano. La muerte está mezclada con la vida, pero tendemos a verla como tan solemne , que pareciera que hay que hacer punto y aparte para hablar de ella. Como dijo el Cuchi Leguizamón: “La muerte es una vulgaridad con aspiraciones de eternidad”, pero cuesta darse cuenta.
Yo ya tengo varios amigos del otro lado, del lado de la muerte, y me puedo imaginar a mí misma, llegando para reanudar las relaciones que quedaron interrumpidas.
Para empezar, tengo allá a mi padre, con el que me quedaron cosas por discutir, aunque creo que ni aún toda la eternidad nos alcanzaría para concordar en algunas. De todos modos sería un alegrón verlo.También hay allá un par de maestros viejos y sabios. Como Tramontín, que fue mi primer profesor, de mi primera materia, en mi primer año en la Facultad, y con el que conversaríamos luego tantas veces. Es que más tarde de esos primeros principios, hubo muchos después. Y allá está también Fray Francisco Sussino, director del Colegio en el que di clase por tanto tiempo. Que era un genio, y el hombre más bondadoso, al lado del cual me sentaba en las horas sandwich, como Mafalda en su sillita, solo para oírlo, porque siempre que hablaba, decía tantas cosas importantes, y enseñaba con tanta generosidad, que no se desperdiciaba ni uno solo de los segundos pasados a su lado.
Bueno, también hay allá un par de amigas y una prima, ero que se fue temprano, dejándonos a todos con la palabra en la boca.
Y si sigo con el recuento, también del otro lado hay hasta un ex novio de la adolescencia, que me había llegado a conmover, pero con el que no pasó nada, porque era tan displicente que no se ajustaba a mis demandas. Yo no me hubiera enganchado con nadie que no languideciera jurando amor eterno, que no me diera la certeza inconmovible de su adhesión...Porque a narcisismo, el de aquella edad, y a aires de reina, los de entonces.
Y este ex novio era medio indolente. Por ahí llamaba, por ahí no...así que nunca le di mucho crédito y el romance no prosperó. De todas formas, si lo encontrara allá...quien sabe...sería alguien con quien continuar el juego de la seducción.
Ni menciono la muchedumbre de tíos y tías que esperan tras el límite, porque con la mayoría no teníamos mucho en común antes y no creo que pudiéramos tenerlo después. Salvo me tía Lola, que fue tan dulce y tan paciente, y que solo tenía hijos varones, y me había tomado más como hija sustituta que como sobrina predilecta, y me dejaba subirme a su falda gigantesca como un médano y peinarla por horas. Y que además tenía fantasía.
Ahora es difícil encontrar gente con fantasía. Hasta los chicos vienen siendo tan adultos, es decir, tan insoportablemente racionales, que desmienten la frase de Lelé cuando dijo: “Yo quiero seguir siendo chica, a los adultos los odio, no los quiero, por eso jamás voy a se adulta”. Porque ahora hasta los niñitos vienen adulterados, es decir hechos adultos antes de tiempo.
Nelli Casas contaba de un niñito de pre jardín que al relatarle su maestra el nacimiento de Jesús y de cómo había sido en un establo, preguntó alarmado: -¿Pero...esa familia no tenía Obra Social?. – Faltaba que agregara: -¡Qué desaprensivos!-
Yo recuerdo otro que escuchaba a gesta de Sn Martín. Le contaban la parte de la historia en que llega a San Lorenzo. El reflexionaba sobre el asunto cuando le surgió una duda: -San Martín, para entrar al convento y subir al mirador ¿tuvo que presentar una nota, o lo dejaron entrar así nomás...?-Valga esto como ejemplo de lo que es vivir en medio de burocracias.
En otra oportunidad, con la visita de los reyes de España a Rosario, hubo quien preguntó, viendo pasar el coche fastuoso que conducía a sus reales majestades, entre aclamaciones de gallegos entusiastas: -¿El auto tendrá vidrios blindados? Digo...por si hay alguno con rifle con mira telescópica...-
Se trataba en todos estos casos de comentarios totalmente espontáneos de niñitos pre-escolares de familias cualunques, lo que me lleva a pensar que las cosas están cambiando, y los niñitos ahora son distintos de lo que eran y van perdiendo “esa magia de la infancia”.
Así, yo me refugio en los viejos, en los que están y en los que, como mi abuelo andaluz, se fueron tocando la guitarra, tomando manzanilla y pitando un negro, mientras los hombres serios los miraban torvamente, porque los vagos no eran capaces de asumir sacrificios, deberes y responsabilidades (palabras todas ellas horribles como sopa).
Me consuelo cuando encuentro gente que aún conserva una buena dosis de fantasía. Para ponerla prueba siempre hay oportunidades, como cuando el sifón se descompuso y hubo que llevarlo a arreglar. Yo podría haber dicho: -Falla el mecanismo, se gastó una pieza y no funciona.- O podría haber dicho:- La soda sale despacio y con poca fuerza...- Todas ellas explicaciones largas, engorrosas y además parciales e incompletas.
En cambio, cuando ella pregunto:- ¿Qué tiene?.- yo decidí ponerla a prueba y mirándola de reojo contesté muy
seria: -Está triste.-
No se inmutó, pero percibí que me había entendido perfectamente. ¡Oh maravilla, me entendió, y no tuve que decirle ni una palabra más!
Cuando me lo devolvió arreglado tenía ganas, cuando menos de darle un beso, y cuanto más, de contarle de mi cinturón de volar.
1986
17. ACERCA DE LEALTADES Y TRAICIONES
Mis vecinos mecánicos son amables. Gordos, robustos, alegres, gente común con la que una espera poder tener siempre relaciones cordiales. Cuando se mudaron, y hasta tener la propia electricidad, necesitaron una vez hacer una conexión desde casa, para proveerse, y se la cedimos con hospitalidad por ser recién llegados al barrio.
A su vez, ellos me ayudaron a desencajar el Citroen las dos o tres veces en que se me quedó atascado en la cámara sin tapa del garage (con una rueda en el pozo, y el resto todo ladeado). Ellos venían enseguida y con los dos dedos índices, tomaban al auto del paragolpes y : ¡Uno, dos, hop!, lo volvían a poner con sus cuatro ruedas sobre el piso. Buena vecindad, le dicen.
Pero he aquí, que los dos robustos mecánicos, tal vez para asustar a incautas lauchitas, trajeron un gato. El gato vivía entre las tuercas, tal vez un poco aburrido de juntas y retenes, carburadores y embriages, que, entre nosotros, no se que atractivo pueden tener.
De vez en cuando espiaba con disimulo de gato hacia el lado de mi casa, donde, como en toda casa, pasan cosas entretenidas. No se que habrá podido juzgar, pero parece que empezó a evaluar la posibilidad de mudarse. Y meditando profundamente, debe habérsele ocurrido la idea de adoptarnos.
Todo el mundo sabe que hay que ser muy, pero muy soberbio para decir: -Yo tengo un gato.
Porque los gatos no se tienen. Ellos tienen a sus dueños. Por el tiempo que se les cante, con indolencia, insolencia y desparpajo, como quien hace un favor... y solo en tanto se sientan bien tratados, mejor servidos y formalmente reverenciados.
Como buen gato cauteloso, éste del que les hablo, empezó a observarnos, para ver que decidía respecto a nuestra adopción.
La primera vez que lo noté, me miraba fijamente, sentado sobre un montón de arena, un domingo a la mañana en que yo barría n la vereda la tierra que quedó desparramada, después de sacar el cedro del frente para transplantarlo a Funes.
Yo trabajaba y sudaba esforzadamente. El gato me miraba, me miraba y me miraba. Irrespetuoso y para nada solidario. No digo que agarrara otra escoba para ayudarme a barrer, pero por lo menos podría haber mirado para otro lado, cosa de no hacerme sentir la humillación de estar allí trabajando, puteando y agitándome mientras todos dormían.
Luego lo vimos acostado en el techo del Citroen. Y los chicos, ese fue el minuto fatal, quisieron llevarle leche: -Porque seguramente el gatito se sentía solo, ya que en día domingo el taller queda vacío y los mecánicos ni asoman.- fue lo que dijeron.
Yo sabía que nuestra vida estaba a punto de cambiar. Pero como Pablo hacía tiempo que pedía un animalito doméstico...Y como en la opción un gato obliga menos que un perro porque es más independiente... Y como no los conformaban los gorriones, tacuaritas y palomas que bajaban al fondo a comer semillitas...
La última vez que le habían preguntado si tenía algún animalito nos hizo quedar como el culo respondiendo: -Si. Tengo moscas, hormigas, cucarachas, bichos bolita y polillas.- Esto dicho mirándonos torvamente y mascullando con bronca, como para ver que efecto producía.
Así pues, ese domingo pensé que había llegado el momento de dejarle cuidar, alimentar y mimar a un animalito en casa.
Bueh! El gato se fue instalando. Del techo del Citroen pasó a la puerta de entrada. De la puerta de entrada a los sillones de la sala. De los sillones de la sala a las sillas de la cocina. Lo alcancé a frenar en la puerta de los dormitorios (aunque no se por cuanto tiempo), con el estentóreo grito de Snoopi: -¡Estúpido gato!- Y él en lugar de huir asustado, con altanería se pegó la media vuelta, me midió de arriba abajo casi con desprecio y se fue lentamente, con lo que me dejó pagando.
Los chicos, pendientes de él, han festejado cada uno de sus movimientos, y él despreocupado, se ha dejado amar, como buen divo que es. (Tal vez sea eso lo que no le aguante. Hasta su llegada ese lugar era el mío.)
El último paso para aceptar que nos adopte hubiera sido la consulta a la veterinaria, para ver que podría necesitar un gato chico, blanco y negro, común y corriente pero con aspiraciones de emperador. Pero antes que eso pensé que debíamos ponernos en orden con los vecinos.
Como ellos, de vez en cuando, lo venían a buscar y lo llevaban al taller, pero el gato insistía en reaparecer por casa, era evidente que se mantenía bastante firme en su decisión de tomarnos como nueva familia. Así, decidí tratar formalmente la situación a fin de resolverla amigablemente, y de que no creyeran que estábamos sustrayéndoles el gato. ¿Cómo se llama al hurto de un gato?
En fin, quería decirle que lo nuestro no era un robo sino la aceptación de los hechos consumados. El gato nos había elegido, tal vez por el halago de dos niños rindiéndole pleitesía, dándole leche y caricias, jugando con él.
El mecánico más gordo dijo que estaba bien, que nos quedáramos con el gato. Que tendríamos que hacer la transferencia, como se hace de los autos y que en este caso sería una transferencia muy original. Pensé: -¡Oh! ¡Qué ocurrente...!- Luego siguió contándome que el gato, a veces los va a visitar y que él lo embroma diciéndole: -¡Ah gato traidor hijo de puta...! Sos peor que las mujeres, que les ofrecen pieles y joyas y se van por detrás, dejando a quien sea...
Yo dije de nuevo: -¡Oh! ¡Qué ocurrente...!- y me retiré a meditar sus palabras.
Lo primero que se me cruzó fue: -Pero...¿qué se cree? ¿Es que nació de una almeja, de una lechuga o lo trajo la cigüeña? ¿Y cómo va a decir que todas las mujeres son traidoras como este gato traidor? Nos hace caer en la volteada a la madre que no es una lechuga, a mi a quien está hablando en este momento y a todas las otras mujeres, sean fieles o tramposas que andan por allí.
Lo segundo que se me ocurrió es que tal vez la traición y la lealtad no estén igualmente distribuidas en el reino animal. Se que Lorenz, mi etólogo favorito, tiene un capítulo memorable que se llama “La fidelidad también existe”, en donde se refiere a los perros de raza Chow como depositarios y máxima expresión de dicha cualidad, la fidelidad. Dice: ...“Se entrega totalmente a un solo dueño, o bien, cuando no encuentra un verdadero dueño o lo ha perdido, no pertenece a nadie. En este caso se hace como un gato, con lo cual significo, que puede vivir junto a los hombres, aunque sin establecer una profunda relación con ellos.”...
Así entonces, podría ser justo atribuirle al gato menos fidelidad de la que tendrían otros animales. Pero ¿es lícito equiparar al gato con las mujeres como si fueran más traidoras?. ¡Con quienes traicionan las mujeres que traicionan?. En general con hombres, que a su vez están siendo desleales ...
Así que lo tercero que se me ocurrió es que la capacidad para ser leal o desleal está distribuida en el género humano con bastante equidad.
Onetti escribe: “Dios no es racista (ni sexista agregaría yo), tal vez nos desconcierte a veces, pero tengo pruebas de que es imparcial cuando reparte la tilinguería entre los mortales”.
Por eso ahora, y siguiendo esa línea de reflexiones, voy a prepararme para la próxima charla con mi vecino, el robusto mecánico. Y si surge el tema, puedo persuadirlo para que piense este asunto de las lealtades y traiciones, y, por ahí revise algunos puntos de vista.
Pero de lo que estoy más segura, es de que por si acaso, y como tengo bronca, voy a aprender karate.
1986
16. HISTORIA SIMPLE
Luis debía encargarse de decoración navideña del vestíbulo. Lobbie le dicen los cultos. Importante el hotel. Cerca del obelisco el hotel. Sobre la avenida de 25 carriles donde nos aterramos los provincianos.
Turistas extranjeros, alfombras espesas, mucha madera lustrada, dólares, nose cuantas estrellas pero varias.
Entonces Luis se dijo: -¿ Qué presupuesto me asignan?-. Y para salir de dudas fue a preguntarle al gerente. El gerente irritado, al borde del colapso contestó: -¡Todos, todos, todos me piden plata...La gobernanta pide plata, el de mantenimiento pide plata, la lencera pide plata...¡Ahora usted también me pide plata!. ¡Yo no tengo plata! ...arréglese con lo que hay en la casa para el decorado navideño...
Entonces Luis precisó, cosa de estar seguro: -¿Me da carta blanca? – Y le brillaron los ojos.
La gobernanta austera preguntó: -¿Una escalera?
Luis repitió: -Una escalera.
-¡Ah! ¿ Y de que altura?- intentó determinar la gobernanta.
-No, la altura no importa, más o menos así. La mano de Luis hizo un vagoroso gesto en el aire.
-¡Ah! ¿Y para subir adónde?-
-¡Para subir a ningún lado Jesusa, es para fabricar un árbol de Navidad...
-¡Ah! Para fabricar un árbol de Navidad.- Sin demasiado asombro, sin ningún comentario, eso si, meneando la cabeza con resignación, Jesusa le mostró varias.
El pintor preguntó con su voz más neutra: -¿Verde claro o verde oscuro?
-Verde inglés.
El carpintero se aseguró: -¿De terciada o de aglomerado quiere la estrella?
-De terciada.- sentenció solemnemente Luis.
Y después de ponerla con un clavo en la punta, buscó un balde, de esos de construcción, el menos abollado que encontró, y lo llenó con esferas doradas que se asomaban de los bordes. Lo colgó cosa de que cayera hasta más o menos la mitad del pino, perdón, digo de la escalera, sostenido por una soga blanca.
-¿Delante de la puerta de entrada o delante del ascensor?- preguntó el conserje, divertido.
-Delante del espejo- indicó Luis, contundente.
El pasajero uruguayo dijo entusiasmado: -¡Fantástico! ¡Parece una creación de la Minujín o de Polesello!. Un árbol que simboliza el esfuerzo por ascender, la lucha para resolver las dificultades, el impulso por alcanzar las metas...
Los compañeros le dijeron: -¡Te pasaste flaco...ésto va a dar que hablar!-
El gerente, pálido, no dijo nada. Solo se llevó la mano al pecho (lado izquierdo) y contuvo la respiración.
La prima dijo: -Contámelo con detalles, que ésto es para escribir un cuento...
El vecino del bar de al lado dijo irónico, señalando el suyo, comprado en Casa Tía: -Vení, mirá...esto es un arbolito de Navidad...Si andaban tan mal las cosas, hubieras avisado, viejo...
Luis lo miró despectivo y respondió: -Nadie, nadie ve tu arbolito que es como el más común de los arbolitos. Si no estuviera, sería lo mismo. Es tan exactamente igual a todos los otros que pasa desapercibido...
El periodista canchereó cuando vino a tomar las fotos: -¿Y qué es lo que viene a representar?
Luis contestó: -Puede representar distintas cosas...cada uno le da la interpretación que quiere...Yo intenté mostrar un medio para salir de la mierda en que estamos sumergidos...- El periodista cortado,ya no más canchero, dijo: -Bueeeeno...voy a sacar unas fotos...
La voz anónima del teléfono dijo: -¿Qué mamarracho es ese? ¿Quieren uno mangos para comprar un arbolito en serio?-
Entre tanto, la escalera, impávida, se enseñoreaba burlona y jactanciosa, impregnada del espíritu de la Navidad. Y Luis, con una guiñada cómplice, me mandaba la foto, para que lo viera retratado al lado de su creación, mezcla de delirio punk y travesura surrealista.
Navidad del 84
15. CARTA DE NAVIDAD
Este va a ser un diciembre distinto.. Porque vos te fuiste viejo.
Me gustaron siempre los diciembres. El calor que se viene y los helados de la nochecita. Las clases que terminaron y todo el tiempo para jugar. ¡Ah! Y las fiestas...Los negocios iluminados y con guirnaldas. Papá Noel con ribetes de piel blanca en su traje rojo, eternamente sonriente, eternamente sonrosado. Cargado con paquetes con cintas de colores asomándose de su bolsa.
Mi hermano y yo armábamos el pesebre. Las montañas con papel madera y con nieve de algodón en las cumbres. Poníamos un laguito hecho con un espejo, con los bordes escondidos en la arena.
En aquel tiempo no teníamos arbolito. Poníamos junto al pesebre un helecho, el más lindo, que mamá nos prestaba. Las imágenes eran figuras de distintos estilos, tamaños y materiales...No obstante a mi me parecía hermoso.
Estas van a ser las primeras fiestas en las que no vamos a estar todos juntos. Tal vez no te nombremos. Tal vez nos escondamos para que tus nietos, los chicos, no nos vean. Se que cuando den las doce, no nos diremos nada, pero estaremos pensando lo mismo. Y no se hasta dónde darán mi fuerza y mis buenos propósitos. Los buenos propósitos que tienen que ver con proteger, con no turbar a los que nos acompañen.
Algo así como tratar de no escandalizar a los inocentes con nuestro dolor y nuestra nostalgia.
Por lo que te decía de mis hijos que se merecen una madre serena y me apoyan para serlo. Como aquella noche en que entraron súbitamente. Era unos pocos días después. Yo había permanecido más o menos como de costumbre, un poco más callada y hasta ese momento no me habían visto llorar. Entonces aparecieron con las caritas serias y preguntaron qué pasaba. Yo les respondí: -Es que estoy triste, extraño al abuelo...
Entonces mi hijo dijo una sola cosa, desde sus seis años que funcionó como el argumento más categórico: -Pero estamos nosotros.
Es cierto viejo, vos no estás, al menos no como te teníamos antes, pero están ellos, y está la vida y desde ella todo lo que espera, todo lo que demanda, todo lo que apremia.
Y hay una segunda razón. Es cierto, vos has muerto. Vos viviste y estuviste y luego este mayo te acompañamos hasta que fue preciso despedirte. Estuvimos a tu lado. No dudo de que si percibiste algo hasta el final fue eso: que estábamos ahí. Y si nosotros estábamos ahí entonces fue porque vos estuviste con nosotros antes, siempre. Porque si, vos has muerto. Pero yo puedo decir: tuve un padre.
Murió porque era viejo, estaba enfermo y cansado y no pudo llevar más lejos su tiempo. Ya había agotado todas las prórrogas. Pero mientras vivió fue una presencia clara, neta, sólida. A veces buscada como puerto y marco de referencia. Otras combatida con la vehemencia con que se lucha para crecer. Siempre como un modelo con el que confrontarnos y del cual deslindarnos para ser nosotros mismos. Y siempre un apoyo incondicional con el cual contar.
Y el haberte tenido a vos de padre no es banal, produce efectos. Por eso creo que cuando esperemos las doce serenos, no estaremos fingiendo, habrá dolor, claro. Pero lo más verdadero es que vas a estar con nosotros porque vos quedaste. Y ya no vas a poder faltarnos nunca aunque hayas muerto porque te tenemos adentro. Y te tenemos adentro con amor, con bronca, con la admiración de la niñez, con las rebeliones de la adolescencia, con los acuerdos de la juventud en que ya nos pudimos medir de igual a igual. Con los respetos mutuos de después de crecer. Con ese orgullo de cada uno por el otro que disimulábamos adentro y pregonábamos afuera. Con una ternura desaforada, con todo lo que vos eras.
Y me acuerdo que de los días de la despedida, en aquel mayo, yo iba caminando por las calles y encontraba gente. Distinta gente que solía preguntarme: -¿Cómo estás?-, a quien hubiera podido responder: -Mal, mi padre está muriendo. Pero ¿sabés?, muchas veces dudé antes de decirlo...y no por mi...Sino porque quien hablaba conmigo era tan miserablemente huérfano aunque su padre viviera, y su dolor y su pobreza tan grandes, que hubiera parecido un gesto de soberbia hacer referencia a vos, a lo que eras, a quien eras, y con ello marcar la falta en el otro. Tal vez fue cosa del destino que se revelara esa verdad para mi en esos días. Que me tropezara con tantos huérfanos desde siempre, para que pudiera advertir que aunque estuvieras yéndote, ya nos habías nutrido con lo mejor de vos.
Algo así creo que es lo que podré pensar este diciembre cuando callemos. Cuando eludamos mirarnos. Cuando lleguen las doce y nazca el niño y veamos que vos, viejo, te fuiste para quedarte de este modo.
Y te encuentro en el perfume de tu ropa, esa que quedó en los estantes de la cómoda. Y también en aquel papel, cuando al abrir un cajón era tu letra en las anotaciones. Y una vez en la cola del banco, cuando creí ver tu espalda varios metros delante y rogué que el hombre no se diera vuelta para poder seguir pensando que eras vos. Pero sabiendo que era imposible porque tenía tu mano cuando morías. Y me quedé tercamente cuando cerraron la caja y te acompañé hasta que pusieron la lápida y ya no quedaba nada por hacer allí. Pero yo se que estás de otra manera. Lo confirmé cuando Anahí dijo mirando el papel plateado de una envoltura de cigarrillos: -Con este papel el abuelo me hacía anillitos.
Así puedo sentir como real que estás conmigo, que me acompañás como una bufanda que me abriga aunque los otros no vean, aunque yo misma olvide a veces que la estoy llevando. Y es así porque te tuve cuando más te necesitaba, cuando de chica me llevabas a conocer las cosas que te emocionaban: la casa de tus mayores, las calles del centro iluminadas los domingos, los desfiles del 20 de junio en calle Córdoba.
Mi hermano no pudo cantar más desde que te fuiste. Fue como si se le partiera la voz. Y yo recuerdo que aunque hablabas poco, dijiste una vez que te gustaba escucharlo cantar, te hacía pensar que estaba alegre. Y mi madre sintió que la mitad de ella está con vos desde entonces, pero que parte de vos se quedó en ella.
Para mi no hubo nunca dudas de que te llevaba inscripto con tal vigor, que ni la muerte habría de desdibujarte. Lo que quedó de vos en mí es el valor de la tenacidad, de la insistencia en llevar adelante la propia vida, a pesar de obstáculos y desalientos. El valor de sostener las propias decisiones y soportar las contingencias sin aflojar. En suma: el valor del aguante, que no es resignación sino entereza.
Y porque soy terca como vos, voy a seguir. Un poco triste pero no importa. Si mi hija recuerda: -Con este papel el abuelo me hacía anillitos.- es que está todo en orden. No te has ido del todo.
1984