Con respecto a las bromas, me ha sucedido a menudo el poder incluirlas como parte de la reflexión a que nos lleva este trabajo de a dos. Pero ha sido también motivo de tropiezos y malentendidos.
Después de una sesión en que ella había dudado obsesivamente si aceptarlo o no, si intentar o no, y mientras se estaba yendo me preguntó: -Y qué hago? Lo correcto hubiera sido contestar: “Lo seguimos viendo en la próxima”. En vez de eso y queriendo hacer una broma, con un gesto teatral y voz profunda de telenovela respondí: “Eso tenés que preguntarle a tu corazón!”
Lo inesperado fue que en la sesión siguiente ella empezó diciendo cuánto le habían servido mis palabras finales y cuan esclarecida había salido a partir de ellas. Lo que había sido un intento de bromear de mi parte, había sido tomado como apropiada indicación terapéutica.
Otra vez un caballero se refería a los escrúpulos de su esposa, a quien inhibían, para el encuentro erótico, las condiciones que a él lo estimulaban –por ejemplo la luz encendida- lo que creaba dificultades entre ellos. Y nuevamente, en este caso la broma surgió antes que la reflexión porque lo que pregunté fue. “¿Y el pudor?”. Yo intentaba chancear sobre los desafíos a los modos tradicionales de hacer el amor, pero he aquí que mi interlocutor tomó mi pregunta en serio y pasó el resto de la sesión desarrollando argumentos que me mostraran que él era respetuoso aunque le gustara hacer el amor con la luz encendida, y que de ninguna manera atentaría contra el pudor de su dama.
3 dic 2020
LAS BROMAS
LAS LÁGRIMAS
He visto las lágrimas muchas veces. Cayendo sobre las mejilas, rodando sobre la remera, delizándose hasta la mesa y desbordando al piso. Recogidas en pañuelos impecables de linón o precarios de papel. Corriendo libres o contenidas, silenciosas o estridentes, con sollozos, con hipos, con palabras. Con palidez o con rubor, inundándolo todo. Conmovedoras, enjugadas apenas, escondidas al borde mismo de los párpados o inundándolo todo.
También he tragado mis lágrimas. Cuando el dolor me hacía partícipe, cuando la historia relatada resonaba en mi historia, cuando registraba que eso que me estaba llegando tenía que ver con mi propio sentir, he debido toser, recomponer la expresión y con un esfuerzo digno de mejores causas fingir que estaba resfriada, que me había atragantado, que eso: la emoción, no me estaba pasando. Pero sucede que sí, que muchas veces yo también estuve al borde de las lágrimas.
Cuando Irene trajo como trofeo, después de arduo trabajo compartido, su Gravindex positivo, y yo pude guiar su reflexión hasta el punto que me interesaba para que descubriera que éramos dos las embarazadas (había coincidido mi propio embarazo –todavía incipiente- con su búsqueda del suyo), ella se largó a llorar. Y juro que yo no me quedé indiferente. Pero la norma de abstinencia de aquellos años (hace más de 25) me impidió ser más expresiva.
Cuando Nora relató las circunstancias en que su única hija fue detenida en el 78 y el diálogo que sostuvieron entonces, al despedirse, también debí hacer esfuerzo para permanecer calmada. Porque la desesperación de aquellos años no me eran ajenas.
Y cuando Marta (de la que ya he hablado) puso en palabras el desgarramiento por la separación de su hijo, a quien debían llevar para tratarlo de la tuberculosis adquirida en la cárcel, cuando habló de lo que fue desarmar la cunita y preparar el bolso con su ajuar, sentí que me volvía de piedra. Que la única manera de seguir estando allí para sostener la posibilidad de que ella hablara, era tornarme en roca silenciosa y quieta. Solo así le serviría, solo así el dolor acumulado podría emerger de ella y sanear tanta herida mal cerrada.
Hubo otras ocasiones en que la pena desbordada me envolvía me llevaba a compartir la voragine. Alejandra relatando la mirada de su bebé en la sala de terapia donde atravesado de sondas y agujas luchaba por su vida.
Gabriela contando que en el encuentro íntimo, intentando alcanzar un momento de intensidad, cerraba los ojos para imaginar que el hombre que estaba con ella, con el que actualmente se relacionaba era el otro, aquel amado ausente, que ya no correspondía a sus afectos. ¿A cuánto puede llegar un sentimiento para producir tanto daño?
Lidia y su furiosa impotencia porque lo que había sido su andar libre por el mundo, quedaba circunscpto a tramo que pudiera recorrer con sus muletas.
Situaciones en las que el dolor se mostraba en todas sus facetas y en donde yo podía hacer mío aquello de : "nada de lo humano me es ajeno"
PACIENTES QUE ME VINCULARON CON SU CUERPO
Si bien todos los pacientes me conectaron con sus historias, y de ellas sobre todo con las emociones en conflicto, sucedió que algunas veces esas emociones en conflicto encontraban expresión también en malestares, dolores o lesiones en el cuerpo.
Lesiones orgánicas que provocaban los temblores en las manos frías de aquella niñita, hasta que pudo detectarse el tumor en el cuerpo calloso y así conocer la causa orgánica que se sumaba a las que tenían que ver con lo emocional y que habíamos explorado en nuestro trabajo.
Sensación de ahogo en aquella muchacha a la que se le cortaba el aliento y que además de angustia, tenía una lesión en el pulmón, secuela de una vieja tuberculosis. Ahogo que además de la angustía tenía un motivo concreto en su cuerpo.
En otras pacientes, cicatrices como la que le atravesaba el pecho a aquella operada del corazón y que no se resignaba a la inactividad posterior, o el abdomen a la otra a la que le salvaron la vida, pero le dejaron un miedo y una sensación de vergüenza por la cicatriz que la surcaba, que debió procesar para animarse a volver a vivir, a volver a mostrarse en el erotismo en el que quedara trabada. Ambas se levantaron la ropa con total espontaneidad para mostrar sus marcas y me dejaron en el desconcierto de decirme: -Qué hace una chica como yo en un lugar como éste, si de lo que entiendo es de otra cosa? Y sin embargo tenía sentido que me interpelaran también desde esas marcas que las constituían en su cuerpo. Parte de las razones por las que estaban frente a mi se ligaban al dolor de esas cicatrices.
Y recuerdo también la sensación bajo mi dedo, de aquella pieza de titanio en la sien izquierda de la escritora a la que habían debido reconstruirle la cara después de un accidente frontal en ruta. Me dijo: -Dame la mano..- y cuando la llevo al lugar agregó: -No se pude ver, pero podés palpar uno de lo tornillitos con que recompusieron los pedazos...-
Y también las que traían en sus cuerpos las marcas de cicatrices de cirugías plásticas que habían reducido o agrandado los pechos, o recortado la piel para estirar la que quedara fláccida por adelgazamiento o por vejez.
Y todas ellas además de sus cuerpos acercaban la turbación en los sentimientos y la necesidad de reencontrase bajo esas marcas y reconciliarse consigo mismas bajo las nuevas formas.
Y como la experiencia más fuerte, la de aquella paciente oncológica a la que acompañé con admiración y respeto por su valentía y entereza, en una tarea que se constituyó en la prueba contundente del valor de la palabra en las luchas por la vida y por la propia dignidad.
Fui testigo de su pelea palmo a palmo, me sobresalté con sus sobresaltos y me inquieté y me esperanzé con las maniobras con las que, desde la medicina se apuntaba a curarla. Fui su interlocutora en cada batalla y tal vez por eso su triunfo me sigue iluminando.
Recuerdo con toda nitidez algunos momentos. Aquel en que dijo: -Cuando Miguel (el oncólogo) me palpó, retiró la mano como si hubiese tocado una serpiente..., me dijo que te llamara urgente porque íbamos a necesitar mucha ayuda para lo que se venía... Y otro: Cuando trajeron la válvula a insertarle bajo la piel para pasar la quimioterapia. Miramos la caja con ese cubo de metal y plástico que debería pasar a formar parte su cuerpo. Estábamos el esposo, ella y yo, los tres alrededor de la mesa y se nos llenaron los ojos de lágrimas. Totalmente desbordada alcancé a musitar : -Con esto adentro, vas a resultar la mujer biónica- Por suerte estaban tan concentrados en sus propias emociones, que mi despropósito no los alcanzó.
También recuerdo mi admiración por su terca persistencia para comer entre las náuseas, el potecito de yogurt, en aquella sesión previa a la cirugía, en donde ponía sus expectativas. Náuseas que hubieran hecho desistir a otras, pero no a ella, empecinada en llevar adelante la lucha con todo.
NOSOGRAFÍAS BIZARRAS
Una aproximación a vuelo de pájaro a ellos y ellas me permite esbozar una clasificación del modo en que fenomenológicamente se presentan a la consulta o fuera de ella, hombres y mujeres en conflicto.
1- Como locos- locos. Y de ellos muy poco pude saber y solo a traves de los relatos de quienes los acompañaban y los padecían o sacaban réditos de ellos.
2- Como locos simuladores, en este caso simuladores de otra forma de locura. Como los que amenazando con homicidios y/o suicidios encubrían la profunda confusión entre sí mismos y sus objetos de amor y odio. Como aquella muchacha que mordía su pañuelo hasta desgarrarlo ante el marido. Con ello buscaba persuadirlo de que su furia era incontrolable, y con esa otra forma de locura actuaba el deliberado intento de tomar el control, de presionarlo hasta que accediera a sus reclamos. (Y en estos intentos de tomar el control se expresaba su enfermedad de base, camuflada en la furia)
3- Como locos disimulados. Disimulados tras una fachada de cordura, solo resquebrajada si se tocaba el punto de conflicto. Hubo un caballero de impecable cortesía que al advertir que dudábamos sobre el modo de regresar al hotel, en ocasión de un Congreso en Capital, nos indicó las líneas de colectivos que nos llevaban, pero cuando supo que al que asistíamos era a un Congreso de Salud Mental, pego un chillido estridente, abrió el portafolios y entró a desplegar sus producciones al respecto (varios libros y publicaciones referidos al tema y de su autoría, que insistía que conociéramos, antes de dejarnos partir).
4- Como cuerdos simuladores, he encontrado a quienes simulaban rasgos de una locura que instrumentaban a sus propios fines. Recuerdo a alguien que para acelerar unas gestiones insistía en subrayar lo precario de su estabilidad emocional y el estallido que sobrevendría de no atender su demanda.
5- Como cuerdos disimulados tras la aparente locura. Como aquel soldado del que supe, que durante la guerra, colgado haciendo acrobacias de una reja en el hospital mental, en el que estaba internado, dijo a otros que pasaban : Digan a Caderna que aquí no llegan las bombas. (Caderna era el jefe del escuadrón del que lo habían licenciado por su “locura”).
6- Como cuerdos – cuerdos, que no obstante se acercan al espacio de la consulta para reordenar sus metas y formular nuevos proyectos.
De quienes consultaban, de ellos, y a través de sus historias pude yo también aprender, pues me mostraron las diversas formas de abordar la vida y sus problemáticas desde una sabiduría que fui valorando según mi experiencia.
EQUIVALENCIAS
Psicofármacos, encierro, cura de sueño, camisa de fuerza, chaleco químico, vendas en los pies, velos, burka, corset, rejas, cinturón de castidad, escición, infibulación, invalidación, mutilación, silenciamiento.
¿Por qué los asocio si estamos hablando de una tarea: la tarea psicoterapéutica?
Por oposición a la intención limitante de aquellos (de todos ellos pues de diferentes modos restringen y empobrecen ) y porque justamente si de algo se trata en nuestra actividad es de acompañar las luchas por acceso a mayores libertades, a superación de escollos y a una plenificación personal, no exenta de esfuerzos y de dolor. Pero con el claro propósito de iluminar oscuridades que entorpecen la marcha y aligerar cargas que la tornan más pesada.
¿Siempre se logra? Sería falso afirmarlo, pero el ponerse en tarea ya es un indicador significativo de que es posible.
¿Siempre es difícil? No sería honesto no reconocerlo