Una de las cuestiones obvias es que desde el pedido de consulta está ya implicada una cierta concepción acerca de la persona que llegará luego con su inquietud. Y la expectativa puesta en juego podrá cumplirse o no. Recuerdo una oportunidad en que recibí la consulta de una joven que requería asistencia. Ella era rubia y delicada, trabajaba como pediatra y estaba allí, por la preocupación, que según dijo le creaba el estado de ánimo de su mamá, muy decaída el los últimos tiempos. Acordé en verla, formándome una composición a través de esos datos. Pero cuando esa mamá llegó, tuve que desandar todos mis supuestos, pues se trataba de una mujer absolutamente opuesta a lo que había imaginado. Era alta y corpulenta.Trabajaba como personal de seguridad en una empresa. Era tan enérgica, asertiva e impetuosa, que mi expectativa de una dama melacólica y apagada cayó con estrépito.
Otra vez recibí el pedido de consulta de un abogado. Por este dato y por el nombre de pila, supuse que se trataba de alguien que ejercía en la esfera de los Derechos Humanos. Sabía que él podría llamar, porque era el actual compañero de una joven que había venido a consulta en esos días, recomendada desde la parroquia de mi barrio. Ella estaba infectada de H.I.V. y estaba evaluando las posibilidades de iniciar un tratamiento. En aquello años solo existía como terapéutica el A.Z.T. y los cambios en dieta, ejercicios y estilo de vida. En la entrevista que habíamos tenido me había impactado. Era muy bella y refirió que hasta iniciar el vínculo con su actual pareja había tenido una vida muy irregular, sin estabilidad económica ni emocional.En el recuento de sus actividades pasadas me sobresaltó cuando expresó:-No, no he trabajado. Para vivir, robaba, traficaba o me prostituía.... Suponía que podía haberse contagiado unos años antes, en aquella época. Su relación actual, a la que se refería como la más importante, lo era porque le había permitido remontar ese pasado difícil. El la había apoyado incondicionalmente para salirse de la trama de marginalidad y le permitía formularse otros proyectos. El análisis que determinó su situación de infectada los había abatido y era muy posible que él se acercara por la instancia que estaban atravesando los dos como pareja en medio de un drama.
Pero cuando recibí al que suponía que era su compañero, por nombre y profesión, si bien coincidían estos datos, no se trataba del joven que me había figurado por lo que me anticiparan. Quien consultaba era un caballero mayor muy formal, de traje, corbata y pelo prolijamente recortado, académico en su área, docente en la Facultad y además insertado como consultor en una institución de las que están destinadas a "vigilar y castigar" diría M. Foucault. Era tan categóricamente conservador, que ni rozaba de lejos la historia que me figuraba, y por estas, sus características ya no me sería tan fácil asistir. Consultaba por un cuadro de angustia desencadenado a partir de un conflicto laboral. Era abogado y se llamaba de la misma manera pero se trataba de otra persona, con otra problemática.
Comenzamos un trabajo que siguió un curso sin sobresaltos por un lapso breve que no alcanzo a desmontar las recíprocas reticencias, en que supongo que él se tomaba su tiempo para decidir hasta dónde avanzaríamos y yo me preguntaba si podría seguir acompañándolo. Tenía un hijo y traía comentarios sobre su manera de concebir y asumir las tareas de la paternidad y su satisfacción por la seriedad y responsabilidad con que ese hijo único y adolescente estaba dando respuesta a sus desvelos. Según lo describía era primer promedio en la escuela donde había ganado un concurso en relación al tema de Malvinas en abril, en la conmemoración de la guerra. Tenía pocos amigos, era poco afecto a las salidas, obediente y prolijo.
Una vez , mi propio hijo adolescente que atendió el timbre, lo recibió y lo hizo pasar. Debe haberlo sorprendido el "piercing" que en aquel momento atravesaban su ceja, (a otras personas también les producían ese efecto), el pelo largo hasta los hombros y cierto desaliño. Para alguien tan estructurado como había demostrado ser, este encuentro con mi hijo debió ser definitorio. De algún modo le daba también datos sobre mí y mis propios criterios. Tal vez por ello dejó las sesiones.
3 dic 2020
LAS SORPRESAS
LLAMADAS DESORIENTADORAS
La dama con urgencia. La viejita interpelante. La preocupada por su gata. El teléfono de Asistencia al suicida.
Suele suceder que la expectativa al recibir una consulta o una llamada no se cumpla y nos deje confusos en un primer momento.
Así se dió en el caso de una llamada que llegó una mañana. Era la voz preocupada de una anciana que del otro lado del tubo dijo: -Estoy desesperada! Me recomienda la mamá del Doctor XX a quien ustedes asistieron- Yo estiré mi mano hacia la agenda para darle un turno mientras escuchaba que ella seguía diciendo: -¿Cuándo pueden venir a reparar el lavavajillas? ¡Tengo la cocina inundada!
Y cuando aclaré que estaba equivocada:
-¡Ah! ¿No es el teléfono del service? Usted disculpará, ni se lo que he discado.
Otra vez llegó a consulta, una señora mayor. Ella aseguraba haber acordado el horario un rato antes, cosa de la que mi hija trató de disuadirla puesto que yo estaba ausente en un viaje, así que de ninguna manera habría podido dar ese turno.
No obstante por la seguridad con que hablaba y su insistencia, le dió nuestro número de teléfono, para que se comunicara en la semana.
Y cuando llamó sucedió que buscaba a una terapeuta con otro nombre, Delia, que atendía en la calle siguiente y paralela a la nuestra (Valparaíso en vez de Río de Janeiro) y a la misma altura (el No de su casa 1248, el de la nuestra 1240), terapeuta que tenía obviamente otro teléfono, aquel con el que que ella se había comunicado al hacer la cita cuando confundida llegó a mi casa.
El caso es que la señora insistía en cómo sucedía que yo no fuera Delia, ni viviera en la casa que correspondía, ni estuviera en el consultorio el día en que ella había arreglado su cita. En suma: que yo no me llamaba como debería haberme llamado, ni vivía en el lugar correcto, ni tenía el teléfono que hubiera correspondido.
Es decir que yo estaba equivocada y no era quién debía ser
Debí conversar largo rato hasta desahacer el entuerto y aclarar el enredo.
En otra oportunidad una señora llamó en mi ausencia y le dieron la hora en que podía volver a comunicarse. Se la escuchaba apenada y cuando insistió en un segundo llamado, sucedió que su aflicción era por su gata enferma y en la convicción de que el número al que llamaba era de una veterinaria. Cuando contó lo que le pasaba y pude escucharla, no logró desentrañar por qué figuraba en su agenda nuestro número traspapelado en ese lugar, pero igual pude acercarle una ayuda: el número de una clínica de urgencia, donde atendían a nuestros gatos para que consultara por la suya y aunque no supe más de ella, tuve la impresión de que con ese dato se aliviaba y quedaba agradecida.
Los más inquietantes fueron las llamadas que confundían el nuestro con el número de "Asistencia al suicida" (muy parecidos). Fueron varias llamadas pero la que me quedó más grabada fue la de una voz de un anciano, una madrugada de sábado que inició la comunicación preguntando: -¿Usted hace visitas a domicilio? Cuando le pregunté con quién quería hablar y lo dijo, me sentí mal de no poder estar en el lugar que él buscaba y estaba necesitando. Y me lamenté de no ser tan audaz como hubiera requerido sostener la posibilidad de una conversación donde la palabra que nombrara la angustia tuviera lugar.
REENCUENTROS
Se produjeron también reencuentros con quienes formaron parte de mi vida alguna vez y que desde un lugar diferente, es que vinieron al espacio de la consulta con sus interrogantes. Ex-compañeras de escuela, o ex-compañeros de club a los que descubrí bajo otra faceta y que me pusieron en el esfuerzo de escuchar sin presupuestos, y sin los recuerdos e imágenes que se superponían a lo que era el eje de sus reflexiones en ese momento. Debí abrir mi escucha a las interpelaciones de éstas personas que ya no eran (ni tenían por qué ser) aquellas que yo recordaba.
Entonces, aquella adolescente bronceada con quien compartimos sol y pileta era esa mujer en duelo. Y aquella inquieta y traviesa estudiante, era ésta crispada, encanecida y tensa consultante que tardaba en poder decir acerca de su angustia
Estas circunstancias que se crean en función del paso del tiempo y del ejercicio de la profesión en un mismo ámbito- Rosario- permiten conocer la continuidad en las historias de vida de quienes componen nuestro mundo y tienen la fascinación de marcar el despliegue de los destinos. Destinos que a veces pueden anticiparse y otras nos sorprenden con lo imprevisto.
También se han producido encuentros con ex -pacientes y en circunstancias de la vida cotidiana que permiten reciclar sensaciones y recuerdos: como el que sucedió con Marta en la antesala de un teatro, que tuvo el efecto de volver a ponernos en contacto para otra tarea: la de escribir un libro con sus experiencias, que fue una empresa apasionante que nos enriqueció a las dos. O con Florencia, con quien había trabajado años antes y a quien encontré en la fiesta de graduación de nuestras dos hijas. O el emocionado encuentro con Irene, que consultara por su deseo no realizado de ser mamá, a la que finalmente acompañara en su embarazo y con quien me crucé en la calle, justamente el día que ella iba a ver a su hija (aquella niña que yo sentía también como efecto de nuestra tarea entonces, pues había compartido con Irene la espera, los obstáculos y logros) internada para tener su primer hijo, que fue una beba a la que llamaron Belén.
VERSIONES QUE TRAJO GINI DE GINA
Gina fue una paciente que recibí en los años 70, en años previos de lo que sería el proceso. Militante apasionada de una agrupación estudiantil, sus mayores intereses pasaban por esas actividades, y descalificaba a toda cuestión que no entrara bajo esta esfera.
Lo que yo podía registrar era que no estaba muy comprometida con la tarea de exploración que le proponía. Parte de su conflictiva se ligaba a eludirla, en franca resistencia a un abordaje más profundo de lo personal vincular, por lo que precisamente había consultado. Dejó de venir cuando yo quedé embarazada, intuí que influída de algún modo por ésto. Sentí la frustración de un proceso terapéutico coartado, pero me resigné a que no me había dado casi oportunidad de establecerlo.
Debió exilarse en el 76 y dejé de saber de ella.
En el 2000, una nueva consultante, Gini, sin saberlo, me trajo noticias. Gina vivía en Europa, y Gini, que trabajaba con sus padres la vería en pocas semanas.
Obviamente no había comentado a Gini que conocía a la persona que llegaría de Europa, y para cuyos padres ella había empezado a trabajar como empleada y luego se había constituído en una especie de hija sustituta. Me preguntaba si ellas descubrirían en su trato, al conocerse y conversar de sí mismas, que una había sido mi paciente y otra lo era en la actualidad. Así fue, y Gini trajo una versión de Gina respecto de aquel período de tratamiento: ella sentía que había sido fructífero, pese a la interrupción que a mí me dejara con escrúpulos.
¿Cómo despejar la incógnita respecto a cómo se procesan nuestras intervenciones a lo largo de los años?
LAS AMIGAS PARALÍTICAS Y LAS HERMANAS MONSTRUOSAS
Entre las personas significativas para quien consulta, suelen estar amigas a las que se asigna un lugar tanto más importante según sea la profundidad del vínculo. Y una amiga puede estar representando lo admirado, lo anhelado, lo temido. Alguien en quien se ha depositado lo mejor o lo peor de sí misma.
Y ha sucedido, escuchar referencias a la imposibilidad, de la otra. De la amiga, que replicaban en espejo pero en otra área, las limitaciones de quien hablaba.
Así recuerdo a Dora con sus inhibiciones y su inquietud que limitaban su realización, y el respeto y el afecto que sentía por una amiga instaurada como modelo, según ella de armonía consigo misma y los otros, pero que vivía confinada en una silla de ruedas, y desde allí daba ejemplo de placidez y alegría.
Y los relatos que traía otra: Beatríz, en autoreproche y autocrítica como malestares crónicos, impulsada por su mejor amiga, lúcida, emprendedora y positiva, que la estimulaba en sus iniciativas, aunque no pudiera acompañarla por la limitación de sus bastones canadienses, con los que penosamente podía caminar.
Elena halló en su depresión la compañía incondicional y la palabra consoladora en una amiga imposibilitada por la artrosis.
En todas estas parejas de amigas el vínculo parecía funcionar estimulando por un lado, y por otro señalando en la asimetría de situaciones y posibilidades una complementación. En la amiga, su limitación física mostraba algo que en la otra se jugaba como traba en lo emocional. Como discapacidades obvias pero jugadas en diferente plano, y en donde escuchar lo que se planteaba de la amiga, a lo que ésta tenía como mutilaciónes y como capacidades, daba pistas interesantes para considerar en la tarea.
También el tema de las hermanas pareció jugar en algunos casos, en los que la complementariedad se jugaba en otros sentidos. Por ejemplo recuerdo dos, en los que las consultantes no hacían demasiada referencia a sus hermanas. Pero en ambos casos la hermana debió acercarse al consultorio, encargada de traer mensajes de la otra, de la que estaba en tratamiento. En ambos casos, las consultantes eran mujeres jóvenes y bellas. Y en ambos casos conocer a sus hermanas me produjo sorpresa: una tenía un trastorno endocrino por el cual su aspecto era andrógino al extremo de no poder discernir si era varón o mujer. En la otra, la diminuta estatura y lo encorvado de la columna la ponía en el límite de lo normal.
¿Qué cuestiones se jugaron para que mis consultantes me llevaran a conocer esta dimensión de sus vidas, la encarnada en la hermana diferente, pero parte de su vida y de su historia? ¿Qué de si mismas me enviaron sin palabras?