1 dic 2020

14. ESO DE LA POESIA DE LOS NIÑOS ES UN GLOBO

                ...Porque estos hijos míos tienen un realismo que mata. Paseábamos frente al Monumento a la Bandera y caminando por Avenida Belgrano, frente a la Casa de la Cultura, yo miraba a mi alrededor contentísima con la mañana soleada, el contraste poético del lila de los jacarandás florecidos, el rojo de los ceibos, las estatuas de Loa Mora que nos esperaban en la vereda de enfrente con sus gestos quietos.
               Yo les hablaba a los chicos de las bondades de la oxigenación del aire en las zonas arboladas y de cómo las plantas, el agua, son necesarias para la vida. No como esa porquería del smog de las fábricas y de los autos que nos contaminan el aire...Y ni hablemos de las empresas de productos químicos que impunemente sueltan venenos  dañaninos.
               En eso estábamos, pero había algo desagradable en el ambiente, a pesar del sol, los árboles y las avecitas, y yo no acertaba a darme cuente de qué era.
               Pablo bramó entonces: -¡Hay olor a caca de perro!-
               Yo husmeaba sin terminar de saber de qué se trataba.
               -Pero no...parece...tengo la impresión de que hay olor a algo podrido...- A lo que Anahí, práctica, dijo señalando en charco nauseabundo frente  a nosotros: -¡Qué te va a parcer!.¡Qué vas a tener la impresión...Es olor a podrido. ¿No ves el agua estancada?.- Un gran charco negro y viscoso era causante y responsable de la ruptura de la magia.
               Pablo la completó: -¿Y éste es el aire puro del que nos hablás?.
 
               Seguimos caminando. Pablo y yo nos dábamos culazos y nos hacíamos zancadillas y ella caminaba al lado muy digna, mirándonos seria porque en la calle no se hacen papelones, y “si alguien nos ve, me hacen pasar vergüenza”. Llegamos casi a Córdoba, empezamos la subida y para que no se hiciera pesada pensé en inventar algún juego. No tuve tiempo. Para ellos caminar es poco. Saltar, escalar y correr está más acorde a su modo de andar por este mundo.
               Pablo se trepó como un gato por el costado  del Monumento y cuando lo miré estaba   montado irrespetuosamente a cocollito de ese urso barbudo y musculoso, todo desnudo pero más  bien modesto, que está agarrado de un pez y mira ceñudo como  si se lo fueran a quitar. Pablo le palpaba la cabeza, los potentes bíceps, escudriñaba dentro de sus orejas y de sus fosas nasales,  y el urso, por supuesto seguía firme, con la mirada perdida en el horizonte.
               Hombres como ese son de antología, pero está mejor donde está que en otro lado. ¿Qué haría metido en esta realidad de Rosario alguien como el barbudo de mármol?. No podría incluirse en una banda musical, ni en un equipo de teatro (se requiere ser flaco, pelilargo y de musculosa), ni en una repartición oficial (son pálidos, formales y anteojudos). A lo mejor, como camionero el forzudo  si podría encontrar lugar.
               El asunto es que los convencimos a Pablo de que se dejara de joder con el urso y fuimos subiendo por  Córdoba. Venía bien preparada para la caminata porque antes de salir mi hija me había visto vacilar entre un par de sandalias turquesa y las zapatillas cualunques de yirar y había dicho: -Andá en zapatillas. Así que podía darme cuerda para rato.
               Cuando alcanzábamos la peatonal, además de los kioskos de revistas y flores había tal cantidad  de venta de cachivaches y cachivachitos que no nos alcanzaban los ojos para mirar todo. Relojes, muñecos de paño, anteojos de sol, vajilla, remeras  brasileñas, artesanías de  barro cocido, porquerías de plástico, chalinas japonesas, juguetes de Taiwán, medias de  lana de colores, carteras de  paja, palitos para hacer  burbujas con un aro en la punta.
               Yo me quería detener a mirar cada una de esas cosas que constituían una especie de Mercado de las Pulgas, pero de cosas nuevas y estirado como un fideo a lo  largo de calle Córdoba. Y Anahí me tironeaba protestando cada vez que me paraba y miraba el reloj como indicando que le estaba haciendo perder su precioso tiempo. Le decía: - No seas aguafiestas...-   y seguía prendida y prendada de todas esas cosas   maravillosas e inútiles salidas como de una lámpara de Aladino, versión para el tercer mundo, y ella ponía cara de resignación por tener que usar su mañana en semejantes pavadas y además creo, por tener una madre a la que todavía  la engatusan con espejitos y  cuentas de colores.
               A Pablo lo  tenía bien  agarrado, no fuera cosa que en la montonera lo perdiéramos y volviéramos  a casa sin nuestro unigénito varón.
               Uno de los riesgos caminando con  Pablo es que lee todos los carteles, deletreando como corresponde a su calidad de alumno de primer grado, y pregunta todos los significados, como corresponde a su  cualidad de chico curioso.                            
               Entonces, frente a las pintadas, el riesgo es para una por tener que ponerse a buscar explicaciones sobre todo, sobre el por qué de la rabia de los que dicen que son la rabia, el por qué Mengano es traidor y vendido, por qué ¡Viva Pepito y no te mueras nunca!, por qué Cornelio es el hombre que el Sindicato necesita, por qué los muchachos festejan los bigotes del Alfonso y por qué en estas pampas un bisonte anda pegando topetazos.
               Y hay que reconocerlo con humildad: una no se las sabe a todas.
               El otro riesgo caminando con Pablo, es que no se aburre pero pide todo lo que ve. Esta vez se conformó con una Rodhesia. Anahí aceptó unas figuritas de Sarah Kay del Shopping Center,  al lado de radio Nacional. Yo miraba las estampas de colores de esas nenas tan delicadas y al verla medio parecida no sabía si enorgullecerme o embroncarme. Por como es de linda, seria y responsable. Nunca transgrede los “Prohibidos” y a mí me da no se qué cuando se queda en el borde del pastito, mirándolo con ganas, pero sin atreverse a pisarlo, porque un  cartel lo decreta. ¿Qué le hicimos a  esta chica para que sea así?.
               La vez que fuimos al Museo Histórico, había un carruaje hermoso en el sector de la época Colonial. Estaba totalmente restaurado, brillante y con el tapizado de pana verde impecable y flamante. Lo vimos a través de los vidrios biselados de las ventanillas. Pablo y yo quríamos sentarnos para ver cómo era, pero Anahí no nos dejó entrar porque temía que viniera el guardia y nos retara.
               Cuando la próxima vez visitamos el Museo, todavía con las ganas y ya envalentonados quisimos hacerlo, ya no pudimos, porque estaba cerrado con un candado que habían puesto en ese lapso.
 
               Bueno, volviendo al paseo: cuando avanzamos más allá de Corrientes, vimos las luces de La Argeliana. Los chicos se quedaron mirando. Pablo señaló la escultura de un Buda sonriente. Me preguntó quién era y qué hacía. Le expliqué lo mejor que pude lo que conocía acerca de los principios del budismo, en lo que tiene que ver con la renuncia a sí mismo y la búsqueda de  la serenidad perfecta. Acerca del a lucha contra las pasiones, los propios  deseos y codicias. Y le hice un paralelo con el cristianismo  por este asunto del cultivo de la humildad, de la mansedumbre y la búsqueda de un estado de gracia, cultivando el desapego y centrando la vida en la oración y la meditación.
               Pablo escuchó, reflexionó y dijo: -Si, si...pero medio falluto el Buda ese. Porque habla mucho de renuncia y humildad pero mirá todas las joyas que tiene...
               Se refería a que en la escultura en cuestión el Buda sostenía unos frutos dorados y estaba profusamente adornado de guirnaldas y collares. Los criterios de mi hijo, como se verá son bastante lineales y simplistas, pero no dejaban de señalar una contradicción a la que estamos atentos los suspicaces.
               Para cambiar de tema y viendo lo embobados que estaban con tanta cosa suntuosa y exquisita les conté: -¿Saben que cuando era estudiante yo una vez vine aquí a ver si  me daban trabajo?. Habían sacado      un  aviso en el diario pidiendo una empleada y como era un lugar tan lindo yo vine. Pero no me tomaron, no me dieron el empleo.
               Pablo me miró. Miró las vidriera tras las cuales el brillo de las arañas de caireles, la suavidad del alabastro, el pulido de los mármoles, el torneado de las maderas nobles decían de un mundo fastuoso y principesco. Volvió a mirarme y dijo: -¡Claro!, no sos tan fina.
               Pensé en putearlo pero tuve que reconocer que allí deberían emplear para que no desentone a alguien con el estilo de Graciela Borges por lo menos.
               Entonces agregué en mi descargo y para intentar una cierta reivindicación: -Bueno, pero al fin me vino bien que no me dieran el empleo, porque así pude adelantar en la carrera, recibirme antes y...
               -¿Cuántas horas trabajarías si estuvieras empleada aquí?- preguntó rapidísimo Pablo. Quería saber si lo dejaría más o menos horas y ese era un dato importante para juzgar la cuestión.
-Las mismas, pero haciendo algo que es vender, que a mí no me sale, no me gusta. Además el sueldo de los empleados de comercio es una porquería-, les dije recordando a mis mutualizados de OCECAC y sus quejas.
Arrancamos de la vidriera que guardaba al enigmático Buda, bajo las luces aristocráticas y pensé que
Buda se quedaba sonriendo irónico, porque quién sabe en cuanto tiempo no había escuchado tantas insolencias juntas.
1984  

13. PARCHES PARA LOS HUECOS

                Los hijos, como ya se sabe, llenan todos los huecos. Incluso los huecos de los domingos. Quien decía esto, por supuesto, lo decía despectivamente, levantando las comisuras e los labios con desprecio y entrecerrando los ojos con desdén. O sería para que no le fuese a los ojos el humo del enésimo cigarrillo encendido con displicencia a lo largo de la charla. Bah!... charla es un modo de decir porque él hablaba como quien dicta cátedra y yo escuchaba concentrada por el brillo y fluidez de su discurso, fascinada como siempre que alguien habla con elocuencia y seguridad aunque no sepa de que cornos habla o después se venga a descubrir que en realidad hablaba boludeces.
               El mensaje implícito esta vez era: quienes no tenemos los huecos emparchados somos los que podemos capturar el sentido profundísimo de la vacuidad de la existencia. Somos los que podemos, es más: debemos, estamos obligados, somos los elegidos a buscar las respuestas a las hondas cuestiones metafísicas, a desentrañar los enigmáticos designios de los tiempos...delante de un café en El Cairo o Saudade, mientras por largas horas arreglamos el mundo, o al menos divagamos sobre él (Hablar al pedo que le dicen).
               Pensé que su desprecio tenía que ver con que es cierto que los hijos en la vida nos meten en cuestiones tan pedestres como el puré de zapallo, la tabla del 3 y los porotos de las germinaciones. Y nos sacan de elevadas reflexiones acerca del ser y la nada, el materialismo histórico e histérico y alguna otra cuestión igualmente abstrusa e importante, porque se nos quema el arroz, desborda la pileta o dónde está esa plastimasa para trabajo manual?.
               Pero quien esgrimía su desdén sobre la burda, ordinaria manera en que los hijos nos emparchan los huecos es porque, pude suponer después, no tiene a su cargo, no conoce, alterna o dialoga con niños. Yo diría que es porque no ha visto ningún niño. Porque a veces, éstos, más que llenarnos los huecos con cargas de sentido, nos marcan las faltas con fina y cruel ironía.
               Yo diría que no la conoce a la flaca, que cuando yo entro despistada y pregunto qué hora es, me mira sobradora, disca 113 y me pasa el tubo sin dejar lo que está haciendo. O a Juanjo, el vecinito tímido, que cuando quise averiguar si el jueves de todos los santos y el viernes de todos los muertos iban a ser feriados me dijo: -Si ponés la TV en el noticioso de las 8 seguro que dicen...- Y me lo dijo como quien aviva giles.
               Porque una viene recibiendo afrentas, pero resiste. Resiste a pesar de que la hija del alma, parida con entusiasmo y sin aspirinas, diga que OTRA mamá hace mejor las pastafrolas. Una necesita seguir creyendo que es irresistible.
               Al fin lo decía mi papá, y ahora lo dice mi hijo, aunque por otro lado no me crea, aunque le de mi palabra de que uno más uno es dos y necesite ir a verificarlo en su calculadora, esa maquinita que yo no me atrevo a tocar y que él maneja con toda soltura.
               Y estar medio desinformada y no querer tener  que ver con máquinas no tiene por qué ser algo vegonzante. Por otro lado no está previsto ni reglamentado en  ningún lugar, excepto Suecia, el pedido de divorcio a los hijos. Se trata de vínculos indisolubles y de por vida.
               Y no es solo con los propios hijos. Teniendo hijos, es decir, teniendo los huecos emparchados, los otros niños también vienen a formar parte de este universo. Especialmente los amigos del barrio, lo pienso a diario y lo verifiqué el otro día.
               Pablo se había traído del campo un animalito que pasó a ocupar la categoría de doméstico a falta de otro. Era un gusano oscuro todo cubierto de pelos canosos e hirsutos. El gusano y   yo nos mirábamos fijo a ver quién le metía más miedo a quién.
               Recuerdo que de niña en mi casa teníamos un canario. Ese era nuestro animalito doméstico. Pero los tiempos han cambiado y el gusto de los niños también.
               Alberto le hizo una jaula de tela de alambre y los chicos le ponían lechuguita. De vez en cuando se escapaba y los encontrábamos paseándose por ahí.
               Como un día deapareció, yo me alarmé pensando que podía surgir en cualquier momento, desde cualquier lugar, y como había venido creciendo bastante desde que lo trajimos me temía un mal encuentro.
               Por eso abría con cautela la puerta del placard, la del botiquín del baño y corría suavemente las cortinas de la alacena, no fuera cosa de que el bicho me saltara a la cara convertido en gorilón robusto y bien nutrido desde  las profundidades del armario. Me hacía recordar a Alien, el octavo pasajero, viajando de incógnito feroz y asesino.
               Pensaba en esto esa tarde, pero no obstante, en un acto de arrojo, metí la mano en la alacena y busqué la manga que me habían prestado para decorar la torta. Era el cumpleaños de Alberto y yo había resuelto agasajarlo con una torta. La había horneado durante la tarde (había salido medio chueca) y ahora debía decorarla con crema chantillí.       
               En eso estaba cuando Franchi, el vecinito del fondo, atravesó muy resuelto el comedor y dirigiéndome una enigmática sonrisa oriental se metió en mi dormitorio. (Cuando a Franchi le preguntan si el papá es japonés dice que no, que  viene de Córdoba).  Fue derecho a la mesita de luz de Alberto. Yo pegué un respingo. El abrió el cajón. Yo me sofoqué pensando qué cosas privadísimas podría encontrar. El metió la mano mientras a mí se me cortaba el aliento. Y la sacó sosteniendo a Chewbaca, el amigo del príncipe Luke Skywalker y se fue a seguir jugando a La Guerra de las Galaxias. Parece que esa semana los tesoros más apreciados se guardaban en el cajón del que les hablé.
               Recordé que en la casa de mis padres el dormitorio de ellos, el de la cama grande, era un lugar reservado y prolijo, con cierto misterio y solemnidad. Un lugar de respeto y recogimiento, con algo de catedralicio, donde no había que meter bochinche, ni correr, ni saltar. Un lugar al cual los chicos teníamos que llamar antes de entrar. A la cama sólo teníamos acceso si estábamos enfermos, y formaban parte de la terapéutica, como los otros mimos indispensables: que mamá se quedara al lado, nos mostrara viejas fotos, nos compraran revistas o algún chiche extra.
               Ahora me sucede que para ocupar un lugarcito en la cama, muchas veces, tengo que desalojar a codazos y empujones a críos propios, ajenos y prestados para poder ver al Agente 007.  ¡En fin!.
               Volví a lo mío y mientras me movía en la cocina, traté de no hacer ruido, sobre todo para no despertar a Alien, pero también para que no me escuchara Alberto que se iba a bañar y era el destinatario de la torta con que quería sorprenderlo cuando saliera de la ducha.
               Me movía tratando de hacerlo rápida y silenciosamente, bueh...más o menos, ya que podré asumir otras dignidades, pero las que tienen que ver con la armonía,  gracia y precisión de los movimientos no son mi fuerte. Después de descubrir que me sentía, al decir de Liliana Hecker como “un bofe pensante” inicié mis clases de gimnasia que sirvieron para condolerme de mí misma en lo que llamaría “mi oligofrenia corporal”. Coordinar brazo izquierdo con pierna derecha sigue siendo tan difícil como “Los prolegómenos  a la metafísica del futuro”. Como la cinta de Moebius que toma Lacán. Y no me resigno  al fracaso y persisto heroica. Podría decir como Cecilia Absatz que en el fondo estoy esperando a que alguien descubra  la verdadera diosa que soy, debajo de la anécdota incidental de la torpeza para ir, venir, abrir, cerrar, alcanzar, ser.  Al fin, de algo servirán tantos esfuerzos (pierna derecha, brazo izquierdo) si una sigue teniendo ínfulas.                Así seguí moviéndome entre la heladera y la mesada, buscando un bol y diciéndome: no importa la chuequez de la torta, total con la crema chantillí se arregla.
               Como anochecía los mosquitos entraron por la ventana y empezaron a picarme los tobillos.
               Si soltaba la manga para rascarme, la crema chantillí que estaba poniendo en la manga se iba a desparramar en la mesada. A todo esto Alberto cantaba “Oh, sole mío” bajo la ducha.
               En eso entró Migue, el otro amiguito de Pablo comiendo una albóndiga y fingiendo indiferencia se limpió en mi cortina.
               Los mosquitos me picaban, la manga se atascaba y Migue seguía hacia el placard de los juguetes, bajo la escalera, a buscar el sable de Sandokán, pero en la búsqueda se le desparramaron la caja de rastis y la de autitos.
               Anahí llegó a pedirme permiso y plata (¿o plata y permiso?) para ir INMEDIATAMENTE a comprarse un candi, y me tironeaba para que soltara la manga y buscara la billetera.
               Alberto cantaba “La donna e movile”, pero no iba a ser indefinidamente. Y yo quería apurarme, no fuera a suceder que saliera y viera la torta sin terminar de decorar, cuando Mari, la hermanita de Migue, que estaba en el lfondo con los chicos entró llorando porque los grandulotes feos, malos y abusadores la echaban de sus juegos. A ella que es pequeñita, tierna,  y delicada. Venía con la congoja pintada en el rostro, los ojos color miel inundados de lágrimas que se derramaban y rodaban por las mejillas y le mojaban el cuello. Parecía un surtidor. Estaba tan ofendida que daba pena y se veía tan indefensa y vulnerable que daban ganas de protegerla. Por eso la recibí debajo de mi delantal done se acurrucó como un pollito.
               En ese refugio se ve que se sintió mejor porque asomó la cabeza y cuando vió que se acercaban los grandulotes feos, malos y abusadores, que seguro venían a dar explicaciones y veían mi cara de pocos amigos, se me adelantó y empezó a gritarles:-¡Boludos, pelotudos...boludos, pelotudos...- con lo cual, además de dejarme muy sorprendida, hizo absolutamente innecesaria mi intervención. Esa tierna criaturita ya sabía valerse por sí misma. Los insultos desentonarían con su estilo angelical, pero bastaban para poner a los muchachos en su lugar.
               Mari gritaba: -¿Boludos, pelotudos-, Anahí pedía candi, los mosquitos me picaban, Alberto terminaba de bañarse y los grandulotes feos malos etc. Daban explicaciones, mientras yo, con la manga atascada sobre el bizcochuelo chueco me preguntaba: ¿Es posible conjugar repostería, dramas domésticos e  interrogantes metafísicos?.
               Al fin, es cierto que los niños llenan todos los huecos. Pero cuando pueda darme una vuelta por El Cairo o Saudade, después de desatascar la manga, tengo un par de cosas que decirle a mi amigo, el despectivo. O mejor, llevo la crema chantillí escondida, y cuando esté cerca se la planto en la cara, como en las películas de Los Tres Chiflados.
1984

12. LOS CHICOS ADULTOS (o la apología del Citroen)

                Como era medio tarde pensé: A lo mejor están dormidos y me libro de que me pregunten por qué vuelvo a esta hora. Pero ni bien abrí la puerta, ella estaba enfocándome con los ojos como reflectores: Confieso Sargenta ¡confieso!...Si, estuve en la movilización.
               Me miró, miró su reloj pulsera de color rosa pálido TAN femenino, me volvió a mirar, volvió a mirar su reloj y aseveró más que preguntó: - No comiste. ¿Te preparo algo?
               Si decía que me había comido una pizza en la esquina hubiera comentado: -Te van a hacer bien esas porquerías ...
               Así que mentí: -N...no, no. No comí, pero tampoco tengo hambre.
- Bueno, pero algo TENES que comer. Te preparo una hamburguesa.
Me senté resignada a comerme una hamburguesa sin hambre con tal de no discutir.
Mientras ella se dirigió muy resuelta a la heladera.
Como estornudé aprovechó para seguir en el mismo tono: -Y no te llevaste la campera. Te dije
cuando salías, pero total...
Dejó en suspenso y yo pensé: ¿Por qué la hija de una, de solo diez años tiene que ser así?. Así, tan
sensata, tan responsable, tan maternal... Hay algo que no es coherente, que no “junta” como decía ella cuando era chiquita de 2 años y se tironeaba de una remera azul y un pantalón rosa porque no iban bien.
Yo fui una buena hija, lo juro, no di disgustos a mis padres. Mis viejos no se hicieron malasangre
conmigo. Siempre pasaba de grado. Nunca llevaba materias. No me escapaba sin permiso. Volvía a la hora estipulada. Y no traje más que un par de novios a casa. Realmente fui dócil, obediente y respetuosa. Les hice caso. Pero ¿voy a tener que seguir haciendo caso para siempre?
               Primero mis padres, ahora mi hija. ¿Es que no puedo cuidarme por mí misma?. ¿Es mi destino estar en  este lugar de adolescente tardía? Y...ha de ser porque todavía hay algo adolescente en mí.
               Si le comentaba que había ido a la movilización me hubiera mirado sin decir nada, pero con reprobación, como diciendo: -Después estás toda rota y mañana no te podés levantar. Igual a lo que hubiera dicho mi madre en tales circunstancias.
               Recordé que conocía a un muchacho que protestaba porque él era muy ordenado, y la madre dejaba la ropa tirada y creaba el caos con estar un rato en la casa. Cuando el se ponía pesado con sus reclamos de prolijidad ella le decía que si la seguía persiguiendo con ese asunto de la limpieza se iba a mandar a mudar. Que se iba a conseguir un trabajo de maestra en el sur (era jubilada) y se iba a ir.
               Y también conocí a una chica que vivía con su madre. Ambas trabajaban y estudiaban. Cuando su mamá se demoraba más de lo previsto esta chica se alarmaba enormemente. Decía que temía que le sucediera “algo” (¿rapto, violación?). Y una vez que había corridas en el centro y la madre tardó en llegar, se angustió tanto, que cuando ésta volvíó, entre recriminaciones y llantos logró arrancarle la promesa de que llamaría por teléfono la próxima vez que fuera a demorar más de lo previsto.
               Bueno, yo pensaba que parecidas a ese muchacho escrupuloso y a esa chica aprensiva y sobreprotectora me estaba resultando mi muchachita. Y pensaba en qué rasgos complementarios en mí estaban dando lugar a que ella fuera tan responsable. Y bueh!. Alguien serio debe haber en cada familia, como para que se haga cargo ¿no?
               Mordisqueaba sin ganas mi hamburguesa, y Pablo que estaba dibujando una escena y escribía un texto en el código secreto que se había inventado me dijo: -Hoy estuvimos paseando en la casa de unos amigos de Franchi. Franchi es su amigo del alma.
               -Debían ser ricos- reflexionó Pablo. –Tenían unos estantes con muñequitos de La Guerra de las Galaxias, como 50 muñequitos. Y el Plastikano grande (a él le compramos el mediano). Y nos dieron el te en una mesa con mantel de tela, no como éste (riguroso plástico). Y nos sirvieron en tazas de porcelana (yo uso Durax hasta que se rompa). Y un platito al lado de la taza para untar las galletitas, y un paquete de manteca entero!-
               Ahí protesté enérgicamente: -¡Nosotros también compramos la manteca en paquetes enteros!. ¿Qué te creías vos?
               No creía nada, y siguió: -Y tienen un AUTO. No un Citroen (como nosotros). Un AUTO. (¿Y cuál...Toyota, Mercedes, Jaguar?). Un auto “güenísimo” con el volante forrado de una felpa suavecita como piel. Y apoyacabezas y apoyabrazos. Y relojes en el tablero, con agujitas. Como tres relojes de esos. Y ¿sabés qué?, ¡tenía un pasacassettes!. Y cuando abrías la puerta se encendía una luz roja. Y cuando el auto andaba, por una rejillita de adelante entraba más aire que con las ventanillas abiertas. ¿Cuándo vamos a comprar un auto así má?-
               En eso pasó Alberto, escuchó la pregunta y le hizo un gesto de burla a Pablo. Me dirigió a mí una mirada de complicidad y desapareció. Al fin el Citroen que tenemos (estamos por el cuarto Citroen y por el segundo hijo, los Citroens todos usados, los hijos todos nuevos a estrenar) es consecuencia de habernos juramentado con respecto a que estilo darle a nuestra vida.
               Entonces, ante el reclamo de Pablo, me pregunté cómo llegaría a pesar aquel comentario de un ex -paciente que dijo de nosotros: -Que cosa esta gente... trabajan, trabajan, trabajan y siempre tienen ese Citroen choto en la puerta. Y lo dijo con franca desaprobación, casi con desdén.  Y  mi pregunta incluía otra: si pasados los años y sumadas las demandas tendría que empezar a preocuparme por comer a horario, prever si refrescará y cuidar las apariencias cambiando nuestro Citroen abollado por un AUTO.
               Hasta ahora había podido cumplir  con aquella promesa que  me hiciera a mi misma en la adolescencia, pero ¿podría cumplir siempre?. Me había comprometido a:1- No hacer del lograr guita y status una meta en la que gastarme más de la cuenta y 2- Seguir dándole SIEMPRE a la amistad la importancia que tiene y el tiempo que merece.
               De pronto aquellas metas se hacían más difíciles de sostener. Y me acordé de aquella charla con Lelé que decía con absoluta convicción: -A los adultos los odio cuando se olvidan de ser niños, los odio y por eso jamás voy a ser adulta, aunque tenga 97!
               Y yo adhería fervorosa y decía: -Yo tampoco, yo tampoco...
               Pero...¿podrá evitarse esto de venir adulto?
               Y puesta en el brete por la pregunta de Pablo: ¿Cuándo vamos a comprar un auto así má?- yo sentí que tenía que asumir la defensa, la reivindicación, casi hacer la apología del   Citroen.
               Porque elegir un Citroen es algo más que elegir un objeto de cuatro ruedas destinado a transportarnos por estas pampas húmedas. Elegir un Citroen es una decisión política y poética. Así elegir un Citroen excede lo que se creería en una primera aproximación.
               Es una cuestión  que tiene que ver con lo científico, en tanto es una elección más reflexiva y fundada que otras, con lo ideológico en tanto está vinculado a la civilización de la flor, diría casi hasta con lo religioso, en tanto entronca con cuestiones éticas y axiológicas. Y es una cuestión que también entronca con lo socio político que pasa por ocupar ciertos lugares del espectro, que no son los de los fastos.
               Porque un Citroen no es como los otros autitos de los llamados “chicos”, Fiatinos y Renoletas, que disimulan con su diseño la humildad originaria. Y por supuesto está a años luz de los Ford o los Peugeot que ya responden a otras expectativas. Ni hablar de la relación de un Citroen con un Mercedes o un Toyota.
               Un Citroen es feo sin disimulos, sin maquillajes. Pero noble, rendidor, sencillo, resistente, sincero y aguantador. Además de ser feo, es algo así como rebelde, inconformista, contestatario. No intenta aparecer distinto de lo que es. Y no es hermoso, ni es veloz, ni da prestigio.
               Por todas estas razones, no es solo un vehículo para trasladarse, un motor sencillo con una carrocería sin remilgos. Es “eso otro” tan impregnado de connotaciones que si no logro explicárselo a mis  hijos, me voy a sentir fracasada.
               Si tuviéramos blasones, emblemas, escudo de familia, en él figuraría ciertamente como parte de nuestra  historia. Y en mi estaría inscripto  en el mismo nivel que el odio a la sopa de la niñez y el amor a los poemas de la adolescencia:  como ineludible. Relacionado a preservar ciertas cualidades, con no gastarse, con crecer pero no con sentar cabeza. Con venir grande, pero no más de lo imprescindible. Como para ir llegando con gusto a la adultez, sin renuncias que nos avergüencen, a pesar de que, ya se, es difícil sin agachadas y a veces no se puede preservar toda la pureza.
               Andar en Citroen es como quedarse en el borde, en le margen de ese universo formal de las burocracias, de las indexaciones, de los dólares, de los plazos fijos, de la loca carrera en la que se termina perdiendo lo más valioso.
               Por todo eso es que me sentía, me siento tentada a comprometerme públicamente a no usar nunca otro auto. Como una manera quijotesca de no claudicar, de seguir siendo rebelde, de no ser del todo adulta jamás. (Gracias Lelé)
               Porque convengamos que seguir  a nuestra edad con un Citroen requiere coraje. Es como hacerle pito catalán a las convenciones, como seguir olvidándose de los vencimientos, como no ponerse corbata. Y a eso no cualquiera se anima. Es quedarse en un estilo compatible con los picnic, con los campings, con el trabajo y la visita a los amigos.
               Pero que nos excluye de otros lugares, de otras situaciones. Por ejemplo ¿con que cara llegar en Citroen al Colón...o al Jockey Club...o al Consejo Deliberante? (sin ironía)
               Es como si en vez de pasear en yate eligiera el Pequeño Remolcador. Algo así con pertenecer no al Jet-set sino al Helicóptero-set.
               ¿Vieron la página de Sociales en La Capital?. Bueno, a nosotros nunca, nunca nos van a poner allí...Si alguna vez no llegan a ver es porque trucaron la foto.
1984

11. SUPERPOSICIONES

                Le presté atención cuando dijo: -Tus escritos son ácidos, peor: tóxicos. Da la impresión de que no quisieras a nadie y anduvieras con la Bic en riestre, amenazando a pacíficos ciudadanos, como el escorpión con su aguijón en alto. Te estás pasando de la raya y resultando ciertamente venenosa y absolutamente insoportable.
               Yo me ruboricé levemente, bajé los ojos algo avergonzada, como siempre que me dicen cosas y con mi voz más dulce musité: -Andá lisonjero, a todas les dirás lo mismo...
               Entonces él me contestó con un exabrupto irreproducible, y además muy injusto, porque mi abuela no tiene nada que ver. Además mi abuela era una señora digna, una señora como Dios manda, y no como esas locas contestatarias de ahora.
               Y pensé: ¿Desde qué lugar escribo, para que me digan venenosa e insoportable?. Desde el lugar de muchas...Parodiando a M. M. Podría decir: desde el lugar de ser humano mujer, blanca, alfabetizada, cristiana, heterosexual y fértil. Podría agregar de clase media (media estúpida según Mafalda), de edad media y seguir analizando.
               Lo de mujer blanca, más o menos...No de balde somos latinoamericanas, No es casual lo del pelo y los ojos negros y la piel aceitunada. Somos producto del eclecticismo racial. A los abuelos europeos levantando orgullosamente la nariz frente a “esta gente del país”, “estos negros” se les infiltró algún indio o algún africano, que por suerte metió la pata (la pata es un modo de decir) y les contaminó la pureza de sangre, ese mito.
               Mito que me (nos) oprimió desde el vamos, porque de la cruza de una madre blanca y un padre trigueño se cumplió lo de la dominancia (Mendel contento) y eso me hizo posible la primera lección acerca de prejuicio y discriminación que hube de digerir, medio atragantada, porque claro, no había racionalidad en eso. Además porque tenía el claro registro de que si a mi padre lo había delirado Jean Harlow, a mi marido Marilyn, a mi hermano Jessica Lange y a mi hijo Madonna, poco podía hacer en la vida para no sentirme desdichada.
               Debieron pasar muchos años para convencerme de que Negra, Turca podían solo constatar un hecho y nada más.
               Bueno, en cuanto a lo de alfabetizada, hubo algo de trampa en eso. Porque si bien cuando estudiaba, algo aprendía, como no trabajaba seguía dependiendo, fuera del circuito productivo, y por tanto protegida de la crueldad de este mundo sórdido. Esto es, algo NO APRENDIA, y era a cabalgar un sueldo propio que me permitiera meterme en la realidad, ser conciente de mis fuerzas y ser conciente de mis límites. Al fin, trabajar es esa otra escuela imprescindible para estar del todo alfabetizada.     
               Lo de un poco cristiana y bastante heterosexual, viene a cuento de que después de todo, si una lo piensa bien “amar al prójimo” sigue siendo el mandato más abarcativo y el que tiene más sentido. Si el prójimo además, se parece al Juanma Serrat, ese deber es casi, casi...un placer.
               Y en cuanto a fértil, fecunda, fructífera, ésta parece una nota imponderable,  importantísima e imprescindible. Mujeres, si vamos a tener la osadía de pensar, primero debemos haber demostrado debidamente que podemos parir. De lo contrario, los epítetos más suaves que nos llegarán pasarán por marimachos histéricas que no han sido bien servidas, y los más graves son los que nos pondrán más en peligro, a saber: lesbianas, socialistas o los dos.
               ¡Bueh!. Pues estoy en regla, soy fértil, por tanto libre de críticas, he parido y criado dos hermosos hijos que ahora cuestionan ironizan y me dicen : -Mari,. No jodás...- Y todo ello me da crédito ante eventuales críticos, todo ello parece que me permite hablar, porque yo he vivido la maternidad, por tanto se, por tanto tengo existencia.
               Yo no se que tiene que ver pensar con parir, pero es como si no se cumpliera la condición de parir, pensar fuera poco confiable y un poco antinatural.
               Ahora bien, es cierto que la que puede pensar, la que tiene fuerzas, la que dispone de energías para emplear, además de la función materna, en alguna otra mística, es porque está muy convencida.
Y yo estoy muy convencida.
               ¿Y yo estoy muy convencida?.
               Porque porto contradicciones y superposiciones que me ponen en jaque.
               ¡Tantas superposiciones!.
               Por ejemplo, después de escuchar las más variadas historias, integrarme al ritmo familia- casa- chicos, donde las historias no son menos variadas ni exóticas.
               Luego de escuchar, con cierto asombro, que el tímido de las 17 tiene babosas (¡babosas!) debajo de la mesada, en lugar de combatirlas, como les tiene lástima, les pone milanesa picadita, viene el turno de la señora de las 18, madre de un granujiento de 14 años que esta vez vino con la remera impregnada con algo que él juraba que era Patchouli, pero que ella pensó que podía ser marihuana, así que por si acaso, le hizo un escándalo. Luego viene la chica de las 19 que, en esta oportunidad recupera un recuerdo: el de cómo una vez construyó un barrilete y al tratar de remontarlo por una ventanita del altillo (no tenía terraza) lo hizo moco.               Digo, después de estos menesteres, dejo la guarida, la cueva donde trabajo, y entro en el hogar, dulce hogar. Donde mi hija y sus dos amigas del alma alternan danza con charla. Donde mi hijo con patota ad-hoc juega a que era Robín Hood, con ballestas, flechas y espadas, al grito de ¡Unidos venceremos, desparramados ¿qué hacemos?. Mientras mi sobrina, vino a mirar la telenovela (algo así como “Yolanda Luján, ama y señora peleando con su destino”, u otra igualmente horrible), pero vino con un amigo tan adolescente como ella, que quedó abandonado en la cocina, mientras fuma y mira aprehensivo en todas direcciones, preguntándose desconcertado : ¿quién lo va a echar?. Porque Elena le barre encima de los pies porque quiere terminar e irse, los chicos le pasan por encima en la estampida, porque están huyendo de los caballeros del rey Arturo, que son los “malos”. Y yo le echo encima una mirada de odio porque si.
               Entonces, después de cenar, siguen las superposiciones, porque yo quiero mirar la T.V., donde en el noticioso Sábato dice cómo los han hostigado a quienes integran la Comisión, pero que eso no es nada, atendiendo a lo que debían escuchar y registrar, y oyéndolo se me ponen brillosos los ojos, y mi hijo que me ve la cara, se angustia y me pregunta: -¿Mami, apago la tele?- Y yo siento que no debo perder este momento, y lo detengo y le explico que no, que no hay que apagar la televisión, porque tampoco se puede apagar la realidad cuando nos golpea. Que tenemos que conocerla y no hay otra.
               Y todo ésto, mientras mi hija me pide que le ayude a estudiar los 10 Mandamientos, y yo puteo porque le enseñan, como a mi en su momento, el primero incompleto (sin hacer referencia al amor al prójimo y a la medida según la cual amarlo).
               Y luego tengo que ayudarla a coser la tortuga de paño que hicieron en actividades prácticas, tortuga que por supuesto se llama Manuelita. Esto mientras insisto en que mi hijo se bañe (las rodillas con jabón, por favor). Recordando que me falta terminar de fichar el libro de Ireneus Eibl Eibesfeldt, que analiza el peso de lo congénito y lo adquirido en el desarrollo de las conductas altruistas,
               Y entre as babosas de las 17, el Patchouli de las 18, la danza, Yolanda Luján, el Noticioso de la tele y Moisés con sus tablas, me termino preguntando: ¿Qué, de todo ello me representa más?.
               Porque yo doy gracias a la vida, que me ha dado tanto...(como Violeta). Me ha dado el fondo de sus ojos claros, y la marcha de mis pies cansados por los charcos de mi ciudad, y me ha dado sonidos y palabras, que a veces alumbraron el alma del que estoy amando y otras veces no...
               Y leyéndolo a Amado Nervo (con ese nombre, como para que no sintiese lo que sentía) también puedo aceptar  que en mi rudo camino, soy en parte arquitecta de mi propio destino, Que las mieles o hieles que encuentro tienen que ver con lo que previamente puse...Pero que no estoy un carajo en paz con la vida. Que la he de seguir peleando, porque en eso consiste estar vivo.
               Y cuando me bajoneo, también Caloi y Borges me dicen verdades, cuando Diógenes, el linyera reflexiona: -Al fin, viví lo mío. Amé, fui amado...Lo único que me faltó fue ser felíz-.
               O cuando el viejo Georgie confiesa: He cometido el peor de los pecados que puede cometer un ser humano:  He establecido un vínculo...
               Pero sobre todo, sobre todo, o a pesar de todo, se que el sol se va a colar, porque voy a dejar la puerta abierta. Gracias Eladia. ¿Qué sería de mi sin vos?.
               Y gracias Fito. Porque a mi también, todavía me emocionan ciertas voces, todavía creo en mirar a los ojos, todavía tengo en mente cambiar algo. Todavía, a Dios gracias, todavía !!!
1984

10. CARTA A MI PADRE

                Murió el último de los patriarcas, el “jefazo”, el “malo” de corazón de manteca. El ogro de papel de barrilete.
               Pero...¿por qué tenías que morirte ahora? ¿Por qué antes de que pudiéramos hablar? ¿Por qué tenías que morirte sin que nos dijéramos todo lo que teníamos para decirnos?
               Por pudor...Capaz que por eso...Pero...andá a cantarle a Gardel! ¡Si hasta da bronca! De cuantas cosas nos hemos privado por pudor, porque mirá que era difícil hablar con vos...Siempre como avergonzado, sin que pudiéramos saber lo que estabas pensando, lo que te estaba pasando, lo mucho que sentías las cosas.
               El mismo pudor, la misma vergüenza que te llevó a ocultar tu cuerpo cuando la enfermedad se fue adueñando, minando tus fuerzas, quitándote vigor.
               La llamada fue un sacudón. Dejé todo, y volé a tu lado sin vacilar. Mi lugar estaba acá. ¿para qué?. Para acompañarte en la recta final. Para pelear con la bruja horripilante. Descarnada muerte, rival odiada. Pero vos ya estabas en el túnel, en ese canal de otro parto, que se iba estrechando día a día, y podíamos acompañarte hasta el límite, pero solo hasta allí y no más. Hasta la puerta de esa vida que había transcurrido con nosotros.  Habíamos estado reteniéndote por más tiempo del posible. Si vos ya no querías...Te ibas dejando llevar hacia las márgenes sin resistir...
               Fue tu vida, ensombrecida en los últimos años por la declinación, la enfermedad y la tristeza. Fue tu muerte. Solo tuyas. Nadie podría vivirlas por vos. Solo intentar, como intentamos nosotros acompañarte para que nos sintieras a tu lado. Pero sabiendo que ante la muerte estamos solos. Sabiendo que ese tránsito era intransferible, y que ni aún amándote como te amamos podíamos detener tu paso que se deslizaba allá, hacia muy lejos.
               No puedo recordar cómo, en relación a qué, supe con certeza que morirías pronto. La muchacha debió ver algo en mi cara. Ella limpiaba los largos corredores vacíos. Dejó de pasar el trapo por el piso y me habló con una sabiduría que espantó la angustia: -El ya vivió lo que tenía para vivir. Bien o mal tuvo años de vida y aunque quisieras tenerlo para siempre, eso no es posible...-
               Entonces recordé que vos mismo, dijiste algo parecido cuando murió tu madre. Yo estaba a tu lado, cuando a pesar del dolor pudiste decir calmadamente: -Ella ya cumplió con su misión en la vida- Y lo decías con serenidad. Con una resignación como la que yo empiezo a sentir.
               Y también recordé a aquel santazo, Francisco, y lo que me explicaba cuando yo era tan joven y me sentaba por horas a su lado a escucharlo, porque siempre estaba diciendo cosas que atesorar. El fumaba y tomaba ginebra y convidaba a los profesores que se querían quedar a charlar con él. Yo siempre quería, me sentaba como Mafalda en su sillita al lado de esa enciclopedia parlante que tenía todas las respuestas. Aquella vez él dijo: -La muerte no es violenta con los viejos. Piense en el hombre como un fruto que va madurando en la planta. Si tiene el tiempo de cumplir todo el ciclo, cuando está maduro, ya listo, cae naturalmente, por si solo. Pero... en cambio, pruebe a arrancar de la misma planta un fruto verde y verá como se le desgarra en la mano, porque el que es joven no está listo para morir-
               Y pensé, viejo, que vos habías cumplido el ciclo.
               Sabía que habías sido el octavo de una serie de doce hijos de una familia como las de entonces. Y cuando naciste, tu madre, castigada por la fiebre del puerperio debió dejarte, a su pesar , en otras manos. ¡Cómo debiste necesitarla en ese tiempo! Niño necesitado de madre. Viejo necesitado de aire. Aire para el niño cuya madre se ausenta y llora sin consuelo. Madre para el viejo al que le cuesta tanto seguir respirando, seguir viviendo.
               No fuiste jardinero ni poeta, sino un oficinista gris, pero pusiste tus sueños en nosotros y debemos portarlos como nuestra responsabilidad.
 
               La habías elegido a los 17 años. Ella era la más linda y cuando la viste te dijiste: -Con esa chica me voy a casar-. Vos ibas en bicicleta llevando un tablón al hombro a la carpintería de tu padre. Ella caminaba hacia el taller y saltaba un charco que la lluvia había puesto en la vereda. Y a vos te pareció que era un ángel que levantaba vuelo.
               Luego, después , llegaríamos nosotros. Y puedo recordar cuando al entrar a la casa la levantabas en brazos y la hacías dar vueltas así, y ella reía y todos estábamos alegres y yo sentía que estaba muy bien eso de tener como padre al hombre más fuerte y como madre a la mujer más linda. Y me asombraba que pudieras levantarla como si fuera liviana como una pluma.
                Mis recuerdos más remotos te traen como un gigante trigueño fuerte y alto como una montaña, que a los otros les metía miedo con su aspecto de fiereza. Todavía me veo levantando el brazo para llegar hasta tu mano y tomarme de ella. Tan alto eras y tan chica yo.
Eras un coloso a veces sonriente y a veces ceñudo. Escondía mi chupete cuando llegabas. Sabíamos que había que tomar cuidado de no enojarte, porque entonces... Nunca llegué a averiguar que hubiera sucedido entonces. No me animé y ahora pienso que hubiera sido bueno saberlo...
Era la época en que reconocía los domingos, porque ese día vos ibas al fútbol y antes de salir me regalabas una moneda de níquel para que me comprara caramelos o halados.
Eras tan contradictorio...¡Qué poco te conocimos! Y cuanto empeño ahora en reconstruir tu imagen con los pedazos que surgen de mi memoria. Un relato de mi madre cuenta que siendo yo muy chica, enfermé y no daban con el alivio. Y vos estabas tan angustiado, te sentías tan impotente que te tiraste en una manta  en el suelo, cerca de la cuna, y te quedaste allí como montando guardia un par de días, sin hablar, ni comer, con un abatimiento que se evaporó cuando viste que me recuperaba y recién entonces te pudiste poner en marcha.
 Tan importantes éramos para vos que una vez te escuché comentar acerca de mi hermano, que cantaba a voz en cuello en la casa de arriba: -Me gusta oírlo cantar, no importa lo que canta...Es porque si canta me parece que está contento.- Así de simple.
¡Qué vulnerable debiste ser bajo esa mascarada de fuerza y fiereza con que nos asustaste de chicos y en la que te combatimos rebeldía tras rebeldía. Al fin, tu autoridad estaba allí para que batalláramos con ella  mientras nos forjábamos. Pero hubiera sido bueno poder verte también en tu indefensión y en tu debilidad, además de esa firmeza y solidez que era lo que  mostrabas de vos mismo.
Y tu fuerza pasó a ser un mito que proteger, porque de algún modo nos servía.
Y ahora después de contradicciones, autoritarismos, rebeldías, desencuentros y reconciliaciones de toda una vida, acá estamos. A tu lado.  Eso debe querer decir algo. Debe querer decir que entonces no estabas tan equivocado. Que entonces valió la pena luchar, vivir y jugarse a fondo.
Somos las historias que no escribiste, los árboles que no plantaste. Somos árboles e historias en carne y hueso para seguir adelante. Para seguir adelante con las pelotudeces en las que vos encontraste significado para vivir. Porque...¿quién te dijo todo eso de la sinceridad, de la honradez, de la generosidad...Todo ese verso de ir con la frente bien alta porque no se ha jodido a nadie...Y ¿sabés?, resulta que ahora, renegando y medio a contramano, de vuelta de tantas decepciones, habiéndome ejercitado en la ironía y habiendo hecho profesión del cinismo...resulta que ahora, esas pelotudeces yo también me las creo.
Será porque vos estás en mi, en nosotros, no muerto sino sembrado. Y será por eso que se que luego, cuando todo pase, sin cuestionármelo mucho, bajaré la cabeza para volver a la lucha y embestir en el ruedo, como un toro, medio a ciegas como vos. Y volveré a hacer todas las cosas en las que estoy jugada. Todas las cosas que quedaron postergadas este tiempo, este último tiempo que he vivido a tu lado que es el de tu muerte. Estos días en que la malvada bruja de la guadaña fue quedándose con tu aliento, mientras tu tonto corazón seguía latiendo tercamente. Pero...Cuanto nos quedó por decir. Y tal vez haya sido mejor así...sin grandes escenas de tragedia griega. Sin despliegues escandalosos de neorealismo italiano. Al fin, si tu muerte tuvo dignidad ha de ser porque tu vida también la tuvo.
Y además, si en el transcurso de toda una vida no dijimos casi nada...¿por qué íbamos a tener que decirlo todo ahora?. Solo tuvimos unos pocos gestos pero te quedaste en ellos con suficiente peso, como para que te sienta bien vivo y bien presente. Tal vez porque eran verdaderos.
Recorrimos el penoso camino del elefante hasta el final. Tu pulso se quedó en mis dedos.
Y todo esto me duele, claro. Pero puedo comprenderlo. Esta dentro de cierto orden natural que no destruye, que no socava, que no violenta nada. Es cierto que hubiéramos querido que vos vivieras más. Pero sobre todo hubiéramos querido que vos quisieras vivir. Y desde hacía tiempo, el tiempo de la declinación, parecías tan cansado, tan sin ganas, tan aceptando vivir solo para complacernos...
Tu muerte me duele, claro, pero puedo comprenderla y eso hace que duela menos. Comprender que, como tantas veces me dijeron en estos días- a veces sin saber qué decían- que es ley de la vida que los ancianos mueran.
Y tu muerte, con ser tan muerte, lo es menos que otras, violentas, injustas e incomprensibles como la muerte de la confianza, de las ilusiones, que nos deja vivos pero lacerados.
Y tu muerte me abate y me desgarra pero no me mutila, no me empobrece. Me deja entera para ser quien soy y pensar lo que pienso.
Me duele pero no me ensombrece. Me duele pero no es dañina, ni me llena de resentimiento, ni me lleva a abominar de la vida y desear morir.
No cambia mi dirección. Solo lentifica mi marcha, porque me exige pensarte y me exige acostumbrarme a no tenerte. Y me exige recordarte, ahora que estás, pero de otro modo.
1984