2 dic 2020

Metamorfosis

                El cambio es inquietante.
               Lo siento surgir desde lo más profundo como algo que crece dentro  de mí, hasta expresarse en esta forma que a muchos espanta.
               La serenidad cede el paso a una gran tensión. Es gradual pero implacable y me confronta con una terrible imagen de mí. Imagen abarcadora que me comprende toda. Metamorfosis que se prolonga cada vez más. Que surge bruscamente y ocupa períodos muy extensos de tiempo.
               Metamorfosis que transforma mi dulzura en acidez, mi suavidad en aspereza, mi calidez en frialdad, y que influye sobre los otros que me miran con temor, que esperan con aprehensión el momento imprevisto del cambio dramático.
               He escuchado a mis espaldas cuchicheos en donde se me asociaba a ciertos sucesos oscuros en la Transilvania de los condes, y también con los efectos misteriosos de la luna llena en el último de los hermanos, en una serie de siete.
               Y aunque no estuvieran los cuchicheos...yo siento sobrevenir el cambio como una catástrofe temida y deseada.
               El cabello se torna hirsuto, los ojos se estiran hacia las sienes y adquieren un brillo maligno. La nariz se vuelve ganchuda, los labios se afinan en una sonrisa siniestra y dejan ver los dientes que crecen agudos. El cuerpo todo se adelgaza y encorva. Las manos se arrugan y las uñas se afilan como garras.
               Me miro y no me reconozco. Y sin embrago...¡esa bruja soy yo!.
               Y toda esta transformación misteriosa y fatal ¿por qué?.
               Porque me dejaron una Bic cerca, y se me ocurrió una idea para el próximo cuento.
               1987

El machista

                Lo que más me revienta es que sea tan machista.
               ¡Justo a mí!. ¡Justo a mí!.
               ¿De qué valen años de militancia hasta crear la Coordinadora Feminista de Rosario y llevar carteles y pancartas a la Plaza de los dos Congresos el 8 de marzo?
 
               Es tan celoso, posesivo y dominante que ya no se qué hacer.
               Para ir a verlo a Alberto Cortez me tuve que inventar una reunión científica. Y cuando dieron el espectacular de Victor Heredia estuvo marcándome de cerca para ver cómo lo miraba y escuchar qué comentarios hacía. Como si Victor Heredia pudiera salirse del televisor y venir a saludar.
               Y con Juan Manuel Serrat ya tiene delirio de celos, al punto que amenazó con tirarme todos los cassettes. Yo lo fui a ver a estadio, y sola, porque nadie me acompañó, y cuando ya salía, él preguntó irónico: - ¿Y después del recital volvés?. Se ve que había escuchado lo que alguien farfullaba sobre cuarentonas libidinosas y estaba rabioso.
 
               Pero, ¿qué  se cree?
               Yo, para no echar leña al fuego, pongo cara de boba y miro para otro lado, no es cuestión de andar dándole motivos para que se inquiete. Se la pasa preguntándome  adónde voy y si vuelvo tarde. ¿Acaso yo a él lo controlo?
               El colmo es que me prohibió fumar y cuando mis amigas me ven apagar volando el pucho cuando lo oigo llegar, me cargan porque me dicen que me tiene dominada. Y por ahí también me dicen que es una barbaridad y que yo tendría que ser más coherente y no permitir que me limite así.
               ¿Acaso no estamos luchando por las reivindicaciones afuera?. ¿Y cómo es que nos vamos a dejar mandonear así en casa?.
 
                                               ¿Y cómo se creen que pide las cosas?.
               ¡Pasame la sal!. ¡Alcanzame la ropa!. ¡Pronto...servime un te!. ¡Pasame la birome!. ¡Rápido!. Y sostiene la mirada desafiante, como si lo único que yo tuviera que hacer es atenderlo. O como si fuese su secretaria y él, un ejecutivo que tiene una junta en dos minutos. O peor...como si yo fuese su esclava y él el sultán.
 
Además cuando estoy conversando con alguien interrumpe por cualquier estupidez y se queda cerca, cosa de hacerse notar, de perturbar el diálogo o de evitar que pueda concentrarme en otra persona o apasionarme por otra cosa. Exige que esté pendiente de él y no soporta ser desplazado.
 
               Pero a pesar de toda la bronca que esto me da, desde el momento  en que nos vimos, fue el flechazo, y desde entonces andamos abrazados por el mundo, más allá de todos los desacuerdos y desavenencias. Cuestión de piel que le dicen... y me parece que va a ser así por un buen tiempo.
Por eso... cuando se duerme rodeándome con brazos y piernas, o cuando me mira y me dice: ¡ Qué linda estás!..., o cuando me deja una notita en la mesita de luz diciéndome que me quiere...yo me disuelvo en un charquito de miel, y quedo totalmente entregada por los próximos dos meses.
Hasta le disculpo que repruebe mi mousse de chocolate que tanto trabajo me dio.
Lo que más me gusta es cuando caminamos juntos y vamos charlando de distintas cosas.
Le interesa la astrofísica y me ha sabido explicar cosas que yo no conocía, como la teoría esa... de los agujeros negros del espacio. También es bastante diestro en el uso de la computadora, que yo solo miro de lejos, porque parece cosa de mandinga. En cambio él, la maneja con toda soltura, sin ninguna aprensión. Como si estuviera del todo de acuerdo con su estilo.
Entonces es también cuando me despierta una admiración tan grande, que vuelvo a caer rendida. Y no solo yo, he notado que otras también sucumben en esas situaciones.
 
Es que sigue siendo cierto, como descubrí a los veinte años, que a las mujeres la inteligencia nos seduce, nos fascina, nos subyuga. Aunque se de en un flaco que físicamente no dice nada.
Si, porque él es flaco y tiene una cara de lo más cómica porque como está cambiando los dientes de leche, le faltan los dos de adelante y está todo desportillado.
Fuera de eso tiene una pinta de cervatillo que mata.
Es bastante precoz, como son ahora todos los pibes. ¡Las madres lo sabemos!.
Ah! Si... porque es mi hijo. Del que puedo decir, parodiando a alguien:
 “El que sin ser mi marido, ni mi novio, ni mi amante,
es el que más me controla
¡con eso tengo bastante!
1987

Y fueron tantos hombres

                Y fueron tantos hombres pasando por mi vida...
               Metiéndose intrusivamente, casi sin darme tiempo a reflexionar, conmoviendo hasta las estructuras más firmes, llegando hasta los cimientos para sacudirlos.
               ¿Cómo puede cambiarse tanto?. Era de una manera firme, estable, parecía permanente...Pero ellos llegaron y con fuerza arrolladora pusieron todo en vilo, dejaron todo en suspenso... trabajo, amistades, proyectos.
               Imposible continuar con mi vida normal, con mi vida prolijamente delineada en un amor, fidelidad, hijos, continuidad de días y de afectos.
               Ellos quebraron toda rutina, y sin prever las consecuencia impusieron su presencia para convertir mi vida en este caótico deambular entre escombros. Entre escombros de lo que fue mi casa, de lo que fue mi vida, antes.
               Antes de ellos. Esos hombres. Desaprensivos, irresponsables, llegando para arrasarlo todo.
               Que fueron crueles, que fueron tantos...
 
               ¿Cómo conservar la estabilidad en medio de arquitecto y constructor. De albañiles, plomeros, electricistas, gasistas, ceramistas, techistas, carpinteros, pintores...que silban, rascan, golpean, sacuden,
escupen, cantan,  insertan, acoplan, bromean, rompen, discuten, ensamblan, colocan, descargan, construyen,  conversan, reparan, respiran, presentan, ajustan, arrastran, rehacen, miran, filosofan y completan la remodelación de mi casa.
               Ayer encontré un tornillo en el tomo II de Freud, dos virutas de cedro en la almohada y tres cascotitos en la sopa.
               1987

Al fin y al cabo soy adulta

                Cuando yo iba a salir volando, apurada como siempre, y me estaba pasando el peine delante del espejo, ella estaba viendo la tele. Daban el noticioso. Claro, si tiene tiempo de ver televisión cómo no va a estar informada...Yo apenas se quien es el presidente de turno.
Cuando ya salía me preguntó: -¿Te vas sin medias?-
Miré el cielo gris, sentí el airecito otoñal tirando a frío y me volví con bronca.
Es cierto que yo a los otoños no los percibo hasta que están bien, bien avanzados... Cuando me doy cuenta de que a mi alrededor, ya la gente usa bufandas y saco mi ropa de abrigo, resulta que en el ínterin tuve tiempo de pescarme dos anginas y una gripe.
Así que tomé en cuenta el aviso y luego pasé lentamente delante de ella, para que viera que sí me había puesto medias. (Ella está misteriosa, mágicamente conectada con el Universo, así es que creo que sabe hasta cuando va a refrescar).
Entonces, cuando pasaba, volvió a mirarme y con voz casual preguntó: -¿Y no llevás cartera?-.
A lo mejor quería decir que llevara los documentos porque ella sabe lo nerviosa que me pongo si me llega a parar la cana y no los tengo. O tal vez quería recordarme que levara la billetera. No fuera a sucederme como aquella vez en que Pablo pidió una golosina y nos paramos en el kiosko, y él eligió unos caramelos en sachets, que se llaman “Mielcitas” y que vienen en ristras (como los chorizos). Que cuestan monedas, pero he aquí, que cuando yo empecé a buscar el dinero para pagar, resulta que no tenía la billetera.
Entonces recordé que la había dejado en casa y dije: -Pero... cómo puede ser, no tengo plata...- La señora del kiosko miraba suspicaz y daba la impresión de no creerme. Muy imperiosa ordené: -¡Pablo devolvé los caramelos!.
Pero él ya estaba comiéndose uno, y yo entré a tirar de la ristra de un lado, y él del otro, los dos desesperados. El, porque no le fueran a quitar sus caramelos, y yo por devolver a la kioskera lo que no podía pagar. Todo sucedió en fracción de segundos, pero fueron una eternidad, hasta que ella que estaba parada a nuestro lado dijo, deteniéndome justo antes de que yo le aplicara una toma de karate a Pablo: -Esperá, esperá...que creo que yo tengo-
Y buscó en su bolso y me alcanzó un billetito arrugado, gracias al cual yo pude retirarme con dignidad, y Pablo se pudo retirar con las “Mielcitas”, eso si, chupándolas a cuatro manos, como si no se convenciese que ya eran de él y no estaba amenazado de perderlas.
Ella caminaba al lado nuestro, y no hizo notar lo que nosotros dos sentíamos, que era que nos había salvado. A mí del papelón y a Pablo del despojo.
Y es que ella  suele tener plata hasta en los fines de mes, y entonces me presta. Tiene una especie de ubicación también en lo económico, que la hace organizar sus gastos, sabiendo como reservar siempre un poco, para sí misma y para las desprevenidas como yo.
 
La verdad es que me da un poco de rabia que sea tan sensata. Y me tiene un poco cansada con sus aires de mona sabia.
A veces me pregunta enarcando las cejas y con un tono levemente reprobatorio: -¿Vas a salir?-
Ella sale poco. A mirar vidrieras por ejemplo, y en las librerías se pone a mirar los libros como “Cocina fácil”. O como otros opios parecidos. Pero sale poco, dice que no le gusta. Que tiene algo que hacer. No se por qué es tan casera.
En cambio, a mí basta que me digan: _Vamos a ...- que sin terminar de escuchar ya estoy en la puerta.
Y para colmo al otro día me pregunta: -¿Volviste temprano?-
¿Pero quién se cree que es para interrogarme?.
¿O se cree que no se me cuidar?.
Bueno...a veces no se me cuidar...Un sábado por salir sin tapado me enfrié toda y el domingo amanecí afiebrada, y ella me preparó un te y me lo llevó a la cama con aspirinas. Meneando la cabeza de un lado a otro, con un aire, como diría?...con un aire de reproche mezclado con resignación.
Además critica mi manera de comer. Digo...no aprueba que yo coma lo que llama “Porquerías artificiales”, tipo comida chatarra, sandwiches, saladitos, picadas y chocolatines.
A ella le gusta la sopa. ¡La sopa!. Y las pastas, y los guisos...¡Puaj!. ¡Hay que tener estómago!.
De todos modos, en ese punto hemos llegado a una coexistencia pacífica. Ella se hace preparar sus aburridas sopas y yo mis inquietantes basuritas.
Ella me mira medio preocupada  cuando se me marcan las costillas y la cara se me pone verde. Para colmo Carlos dice que prepara el café mejor que yo. Me tiene podrida.
Y otra cosa...jamás usa vaqueros. Prefiere las polleras. Cuida que los colores combinen y se niega cualquier extravagancia. ¿Cómo puede ser que no le guste la ropa loca que estalla en las pilcherías con los colores más estridentes? De elegir, elige el beige.
Está bien que yo  a veces parezca medio disfrazada, pero ella es del todo una solemne dama.
Esto es, que me cuestiona  no solo la ropa sino las salidas y los  horarios,  las modalidades y los estilos.
 
Y lo que me tiene requetecansada son los consejos.
Cuando una vez yo había discutido a propósito de no sé que cosa, ella con voz pausada y persuasiva me dijo, mientras seguía sorbiendo su horrible sopa: -No pelees por pavadas, que, al fin, vivir en pareja es bueno... Eso dicho sentenciosamente, mientras yo pensaba como insertarle una aceituna en el ojo, que era lo que comía yo.
 
Pero...¿qué se cree?.
Me tiene repodrida.
¿Se cree que es mi madre?. ¡No es mi madre!. Madre yo ya tengo. Y bien tolerante que es. No es mi madre. Es mi hija. Y tiene 9 años.
Y yo soy adulta. Y soy psicoanalista. Y no aguanto que me ande enseñando cosas.
Al fin, mis alumnos, mis pacientes y mis amigos creen que soy muy razonable, muy equilibrada y muy madura.
¿Por qué tiene  ella que venir a pincharme el globo?.
               1983

Historia interrumpida

                Cuando llegó de la calle, traía toda la tensión de este mundo loco, de esta selva sin lianas ni Tarzanes que es la ciudad, en donde también sobreviven los más aptos, los más fuertes. Selva en donde se mueve con aplomo porque aprendió las leyes del juego.
               En donde sabe abrirse paso metiendo miedo con rugidos, prepeando a codazos y empujones y mantenerse a zarpazos, mordiscos y desplantes.
               Volvía como un guerrero en busca de su reposo.
               Volvía como un expedicionario del desierto. ¿A un oasis?. ¿O a otra guerra?.
               Volvía de un lugar en donde no hay espacio para la ternura. Como la que percibió cuando giró la llave, abrió la puerta y vio a quien esperaba.
               Esperaba con tranquilidad. Con certeza de que  llegaría.
               Le irritó un poco esa seguridad. Entonces, para dejar bien sentado a qué venía, se acercó como el Humprey Bogart de “Casablanca”, o como el chanta de Alberto de Mendoza en “El Rafa”, y con mirada desafiante y sin decirle nada, empezó a desabotonar su camisa. .
               Fue algo abruptamente que llegaron a la habitación. Atrás quedaban las copas sin siquiera servir. La lámpara estaba encendida y el ambiente cálido contrastaba con el frío y la oscuridad de afuera.  Su brusquedad no encontró resistencia. O tal vez, precisamente por ella, la pasión creció.
               Y cuando provocó el  estremecimiento en esa otra piel, se preguntó si sería por la fuerza arrolladora del deseo, alternativa vagamente gratificadora para su ego, o porque , como siempre, tenía las manos malditamente frías, alternativa más realista, aunque menos romántica.
               Luego el encuentro. Que hubiera querido describir, sin saber cómo,  porque la poesía no es su fuerte. Su fuerte es la lucha. Y aunque en el amor haya también lucha, hay esencialmente otra cosa. Otra cosa evasiva y misteriosa..
               Otra cosa que había encontrado límpida surgiendo de poemas que alguien encuadraría como literatura erótica. Tal vez sea necesaria una sensibilidad especial para poner en palabras los gestos del amor y que quede algo digno. Algo que se lee en  algunas páginas de Dante, Petrarca o Safo y que se aleje de las crónicas dulzonas tipo Alberto Migré tanto como de los pasquines pornográficos de Flash.
               Ya estaba. Tal vez apresuró las cosas, porque no podía esperar más. La habitación silenciosa. Las respiraciones agitadas, las caricias demoradas, gemidos. Un ritmo lento y profundo. Envolvente, total. Su impaciencia que era ya casi desesperación, y cuando...casi...
               Chiquichiquichic...Los pasitos en la escalera pusieron una nota extraña en el silencio lleno de murmullos de la habitación. Dos de la madrugada. Y el niño que entra soñoliento y dice lo más campante: -¡Ah!, llegaste mami...correte. – Y se instala en medio de la cama.
               El pequeño retoño de ombú. El fruto preclaro de sus ovarios. La culminación encarnada de su triunfante erotismo.
               Pero...se dijo algo amoscada: “¿será posible que no pueda, pese a las autorizaciones civil y eclesiástica, terminar de hacer el amor con mi marido?”.
               1985