Uno de los aspectos más fascinantes de mi actividad, es el decubrimiento de la complejidad de los mundos a los que se accede en cada consulta, pues cada ser humano trae la carga de su historia y está hecho de sucesos y de enigmas. Pero al mismo tiempo que es fascinante ese mundo psíquico que se constituye en área de trabajo, es también fascinante la realidad en la que se inserta en lo cotidiano la persona que asiste, que relata sus circunstancias y el ámbito en que éstas se desarrollan.
Así, a lo largo de los años he tomado contacto con intereses, profesiones, actividades tan diversas y apasionantes, que parece del caso mencionar este aspecto.
El hecho de escuchar las inquietudes que planteaban los consultantes respecto de su vida y de su inserción en el mundo me aportó datos interesantes de actividades, que de no mediar esta escucha, nunca hubiera conocido por dentro.
El mundo de la música y sus cultores, las exigencias que impone y el clima de competencia en que se desarrolla, la significación de los conciertos para quien debe poner a prueba su talento en algo que se juega a cara o cruz en cada presentación, y los sentimientos que esto genera son indescriptibles. Supe de los concursos para acceder a espacios en la orquesta sinfónica y cómo remiten a instancias únicas en la vida del músico. El deseo de reconocimiento de los pares como confirmatorios y las despiadadas envidias, son parte del folklore, tal vez comunes a otras actividades, pero en este caso, y mediando la inversión personal jugada en la actividad parecieran más estridentes. (¡¡¡Hablando de la música!!!) Sobre todo porque en otras actividades como la plástica y la literatura, el producto se elabora previamente y en soledad y cuando se lo pone a consideración de los otros, del público, los pasos seguidos, las maniobras a efectuadas hasta llegar a completar la obra (plástica o literaria) ya no están a prueba. En cambio músicos (como danzarines, cantantes, atletas) son quienes expresan sus capacidades ante quienes serán sus jueces. En ese momento una falla es equivalente a fracaso.
Conocí el mundo de la Asistencia Pública -hoy Hospital de Emergencias- a través de médicos y enfermeros de la institución que recibí como consultantes y pacientes, y de quienes aprendí el funcionamiento de un lugar clave en el que se asisten a las víctimas de accidentes y hechos policiales, las más de las veces en situación desesperada. De ellos aprendí que los fines de semana, además de heridos en choques y hombres heridos en grescas, también llegan las mujeres víctimas de abuso y maltrato, y las jovencitas desbordadas pon crisis emocionales.
También aprendí que en Navidad los profesionales se preparan de antemano para atender a las víctimas de armas de fuego, a quemados por petardos y cañitas voladoras y a los heridos en los ojos por las estampidas de corchos. Que cada día de la semana y cada época del año implica la probable repetición de ciertas emergencias que ellos deberán resolver, y para las que la experiencia los habilita.
A todos escuché decir, que por la pericia desarrollada, están allí los cirujanos más eficaces y creativos, y cada uno de los que llegaron a mi consulta, aunque tuvieran acceso a los Sanatorios más renombrados y suntuosos, provistos de modernas tecnologías y altos grados de sofisticación, plantearon que que en el caso de tener un accidente, desearían ser asistidos por sus colegas en la Asistencia Pública.
Vinculados al tema de la Salud, también tuve oportunidad de recibir a residentes que referían su vida y su inserción en las instituciones en las que cursaban su especialidad, así conocí lo absorbente de la tarea, la ferocidad de la competencia y la rígida jerarquización que rige para todos ellos, en la que ser residente de primer año implica padecer aquella ley descripta en sociología como "ley del gallinero". (Quien está en lo más bajo de la escala debe atenerse a las consecuencias).
Del mundo de la arquitectura supe de la fascinación del art-noveau y del art-decó y sus representantes más conspicuos en la ciudad. De la crítica a estilos según pasan los años y de la vuelta a lo clásico, de cuanto pesan todavía aquellos pensados para otra topografía, otro clima, otra luminosidad. Una arquitecta que completó su formación en Bélgica me enseñó que en terrenos irregulares, con tramos escarpados, sobre calles sinuosas, bajo un cielo nublado, y con nevadas frecuentes –como los de aquella ciudad europea-, todo ésto hacía al criterio que debería guiar el diseño. Y que era diferente al que debería prevalecer en nuestras ciudades de manzanas cuadriculadas, en terrenos llanos y con todo el sol disponible. Que aquellos castillitos con escalinatas y torres de techo a dos aguas, con ventanas vidriadas para capturar toda la luz, parecidos a los de los cuentos de hadas eran bellos, pero no podían trasladarse a nuestras pampas.
Del mundo de la Museología vine a contactar con tantas riquezas ignoradas, escondidas a la mirada poco sagaz, y que estaban allí, cerca, a la mano de quién supiera ver.
Del mundo de los abogados, escuché varias veces, en una suerte de toma de conciencia y mea culpa, la discrepancia entre aquellos ideales que orientaron la elección de carrera en una adolescencia amante de la justicia y las transacciones y componendas a que se tuvo que acceder en el ejercicio concreto de la profesión . También escuché una vez -una sola vez- a una abogada que para referirse a un juicio de filiación contra un famoso y que le valiera a ella amenazas, planteó que pese a ellas seguiría adelante pues su lucha estaba fundada en su firme convicción en la fuerza y valor de la ley. Dijo concretamente: -Yo dejaría de creer en la Justicia si abandonara ahora...- También tuve acceso al mundo de la filosofía del derecho y a sus conexiones con la ética, más concretamente en los últimos años, con el surgimiento de la bioética y sus fascinantes cuestionamientos.
Del mundo de laboratorios y farmacias tuve noticias de primera mano. Supe de las estrategias de promoción en cosméticos, y el cuidado e inversión en publicidades convocantes y atractivas. Y que en estas estrategias se ponía el acento, acaparando fondos y energías. Con lo que restaba -sobraba- se confeccionaban cremas, champúes, esmaltes y rubores. Supe de la declinación de la elaboración en las farmacias de fórmulas magistrales arrasadas por los productos de grandes laboratorios, que acercaron a las farmacias a comercios en donde todo se vende en cajas, devaluando el trabajo del profesional. También leí la decepción y ví vacilar la confianza en la ley en una de ellas, cuando víctima de reiterados asaltos, bajó la cortina después de esos robos que la despojaron de su trabajo y de su esperanza.
De las docentes de todos los niveles supe de la fatiga de una tarea poco valorada y de las dificultades que pueden sobreagregar directivos y supervisores. Tomé nota de la directora de una escuela pequeña, que trabajaba en total armonía, por su disposición a allanar las dificultades de sus docentes y su delicadeza en el trato con padres y alumnos. La lamaban “La santa”. Cuando se jubiló, doy fe que la extrañaron. Contrapuesta a ésta directora supe de otra, despótica y abusiva. Ésta maltrató a docentes y niños, obviamente por estar muy conflictuada, hasta que, sin solución de continuidad pasó de estar a cargo de la dirección de esa escuela a la internación psiquiátrica. Recién entonces en la escuela pudo evaluarse la presión a la que todos habían estado sometidos, ya que alguien tan perturbado, en tal lugar de poder había causado mucho daño.
De quienes trabajan en las zonas periféricas tomé contacto con otras realidades. Me fue muy útil supervisar la tarea de un grupo de trabajo –psicólogas y asistentes sociales- que atendían en consulta y asesoramieno a las mujeres que trabajaban en el comedor de una Vicaría. Tenían acceso a las familias del barrio a través del contacto con estas mujeres, con quienes realizaban grupos de reflexión y con sus niños a quienes brindaban actividades recreativas. Así estaban al tanto de una serie de problemáticas que eran las que venían a supervisar a mi consulta. Y lo que sucedió fue que me abrieron un panorama y me insertaron en cuestiones que fueron un desafío y una fuente de aprendizajes.
Que una niña describiera la felicidad como “el poder comer todos los días”.
Que un niño pudiera decir que su mayor sueño era “el de tocar una computadora”.
Que otro planteara entre sus derechos el de “morir jóven”, fueron enseñanzas que me marcaron, y más allá de lo que yo haya podido aportar desde mi asombro, sin duda me mostraron otras formas de la desdicha y tambien – y sobre todo- otros modos de resolver los conflictos.
También de los “ñoquis” tuve conocimiento y registré el malestar de quien está sin estar. De quien cumple un horario que justifica un sueldo, pero que no efectúa un trabajo útil y que por tanto se siente en falta. Aquella muchacha que llevaba a la oficina su tejido y el periódico para llenar el tiempo en que debía estar “por si llegaba un cliente”... Aquel operario que para no ser visto ocioso clavaba y desclavaba un listón de madera que no serviría a nadie, pero que al hacer esto -clavar y desclavar- evitaba que de pasar el capataz lo viera “sin hacer nada”...Aquel empleado que en su guardia de mantenimiento, donde debía estar esperando por si era necesario (y la mayoría de las veces no lo era) armaba maquetas de avioncitos, pero debía ocultarlas si llegaba el ingeniero, fueron todos relatos angustiosos.Todos ellos se sentían bien cuando podían realizar las tareas para las que habían sido designados.
Esta cuestión puede sonar totalmente exótica en estas épocas de desempleo y de explotación en donde sucede exactamente lo opuesto, y los trabajadores deben invertir mucha más energía y tiempo que los que les son retribuídos. Parece extraño, pero no estoy remitiéndome más que a unos pocos años atrás, al relatar la desolación de aquellos “ñoquis”, a los que les dolía no tener un trabajo que cumplir.
Que eventualmente sabemos hoy de la existencia de otra forma de ser “ ñoquis “. Pero que los actuales solo pasan a cobrar y no cumplen horario como aquellos. Y sus asignaciones no son ordinarias como no lo son los contactos que los pusieron y los sostienen en ese lugar.
He asistido a lo largo de éstos años, y en el desempeño de ésta tarea a lo inesperado, a lo incomprensible, a lo absurdo y a lo misterioso. He sabido de una cirujana de torax con el mayor talento para los decorados de repostería , por la calidad de su pulso. He conocido a la nieta del inventor de las gallinitas de licor que hicieron la delicia de nuestra infancia. Tuve el pedido de consulta de una madre de cuatrillizos, que no se pudo concretar por dificultades en coincidir en un horario. Y lo lamento porque hubiera sido una consulta memorable.
He admirado el hecho de que por un punto entre los ojos de una niña, emergieran lágrimas cuando se exaltaba o se irritaba.
Me he condolido del estudiante que sentado en el umbral de su pensión, los días domingos veía pasar el tranvía en una y otra de sus vueltas, sin saber como usar el tiempo y remontar la melancolía.
Y ese desconsuelo del domingo es todo un tema del que he tenido las mejores definiciones. Como aquella que me sedujo desvergonzadamente, cuando alguien dijo de ese desconsuelo que: “a la hora del suicidio, después de cumplir las ceremonias privadas, se dió cuenta del color que impregnaba todo: era el color de la tristeza”.
Y si bien fue la tristeza la que trajo muchas veces a los portadores de la misma, también fueron los éxitos y las alegrías. Como la de la estudiante que me llamó a una hora insólita, no para pedir una consulta extra, sino para contarme que su trabajo de todo el año, en la materia más importante y que le garantizaba la promoción, había sido evaluado como el mejor del grupo. O la ex paciente que que al fin había logrado concretar el sueño de comprar la casa que anhelara. O el aviso de una pianista que había obtenido la beca de Antorchas. O el de la publicación de su tesis en aquella investigadora que acompañé en el período en que trabajaba en ella. O aquel mensaje que quedó en el contestador en que una luchadora con la que estábamos compartiendo como aliadas una guerra, me avisaba que la quimioterapia había resultado y que el oncólogo le había dado el alta. Estas fueron empresas de las que me sentí partícipe como testigo, y por haber estado cerca muchas veces me sentí compartiendo esas alegrías como un regalo inesperado.
3 dic 2020
ACCESO A DIFERENTES MUNDOS
LA TRASTIENDA
Otra de las cuestiones a considerar es lo que di en llamar: el trabajo en la trastienda
Esto lo refiero a aquellos procesos que se despliegan en los pacientes para aportarles soluciones o nuevas perspectivas para considerar sus problemas y que no llegamos a saber cómo se procesan. Esto es, que hay un nivel de movilización que no puede conceptualizarse pero que produce efectos, sin que podamos, ni paciente, ni terapeuta dar cuenta de ello.
Como ejemplos puedo citar el de una académica, que en razón de su cargo en la Universidad y un intercambio con otra del sur del país, debía ir a dictar una serie de seminarios, lo cual le creaba inquietud. Por dicha inquietud es que planteaba la necesidad de la consulta. Iniciamos el trabajo y durante todo un tiempo, en las sesiones posteriores se trabajó sobre temas referidos a su historia familiar y a sus vínculos amorosos, sin que volviera a mencionar la angustia que le creaba su tarea académica. Cuando meses después traté de indagar que pasaba al respecto, lo que ella dijo es que ese ya no era un problema, que estaba cumpliendo con los compromisos asumidos sin dificultad, esto es, sin las inhibiciones que le hubieran coartado el dictado de los seminarios cuando llegó a consulta. Pero que no sabía por qué. Yo tampoco lo sabía y me significó un gran interrogante el tratar de enlazar el trabajo realizado sobre otros tópicos con el desanudamiento específico que la había habilitado para algo: dictar clases, sin que supiéramos cómo y por qué.
Un segundo ejemplo que puedo traer es el de una joven que necesitaba resolver un conflicto en la relación con su esposo respecto a los criterios de crianza de sus dos hijos. Los desacuerdos eran tan estridentes que ella se planteó la búsqueda de un espacio en dónde pensar lo que sucedía. También trajo como al pasar, pero con una gran carga de angustia, que había cosas de su historia personal, concretamente de su adolescencia que había transcurrido en orfandad, que eran tan terribles que de ellas no podría hablar, ni aunque se lo propusiera. Que eran cosas que ella pensaba y recordaba muchas veces cuando estaba solitaria, que nadie sabía y que no creía poder compartir nunca. Empezamos el trabajo y mientras éste se desarrollaba fue pudiéndose situar con respecto al motivo explícito de su consulta: las preocupaciones respecto a la crianza de sus dos hijos pequeños. En determinado momento me dijo que le había sucedido algo que la sorprendía: aquella vieja carga en relación a sucesos antiguos, pero de la que no había hablado, había desaparecido. Se dio cuenta de que dicha carga en relación a esos sucesos –misteriosos para mi- ya no la oprimía, ya no estaba, y de que algo que no creía posible le había sucedido: había perdonado a quienes la generaran. Creía poder archivarlos en el pasado y que no le siguieran pesando en adelante. Nunca supe de qué se trataba, ni quiénes eran los causantes de ese secreto dolor, ni tampoco por qué la había marcado de tal modo y por tanto tiempo, porque no lo dijo. Pude suponer que se trataba de cuestiones vergonzantes y siniestras, pero ¿cuáles?. Además aún ésto podían ser solo fruto de mi imaginación, puesto que datos concretos no tenía, no habían surgido, no habían sido trabajados en sesión, aunque si en lo más profundo de la subjetividad de la consultante.
¿Qué resortes se activaron para dar cuenta en estos dos ejemplos, de cambios que permitieron remover obstáculos pesados y persistentes? No lo supimos. Fue una tarea realizada a la sombra, que pudimos leer por sus efectos como una tarea positiva, pero que nos dejó en la incógnita respecto a recursos y procesos desplegados.
RECIPROCIDAD EN LA AYUDA
Una de las cuestiones más importantes desplegadas en los ultimos años fue el interrogante respecto a cuánta reciprocidad en la ayuda se jugaba en algunas consultas. Esto a partir de a valorización de la palabra del paciente, que muchas veces trae respuestas que no sabíamos que estábamos buscando. Que nos llevan a efectuar aprendizajes que quedarán impresos con toda su carga. Que nos llevarán a parafrasear aquellos versos : “De cada amor que tuve tengo heridas, heridas que no cierran y sangran todavía...” para decir- decirnos: “De cada paciente que tuve tengo marcas, saberes que siguen fluyendo para armar el mapa de las conflictivas de hombres y mujeres...”
En algunas ocasiones ese mapa se arma más dramaticamente. Valga este ejemplo, fragmento de un trabajo más extenso: "Marta, ex -presa política, ex –exilada trabaja en su historia para recuperar los recuerdos. Su historia se va reconstruyendo en el espacio de la palabra que puede nombrar, al fin, después de tanto silencio. Pero hay algo en común: Marta y yo tuvimos a nuestro primer hijo en el 74. Ella en la cárcel, yo en eso que se dió en llamar el exilio interior, que todavía recuerdo con angustia. Ella cuenta y yo la escucho. Damos forma a la historia en un largo relato que después de mucho tiempo, esfuerzo y lucha puede enunciarse. Nuestro trabajo es la historia del silencio, del relato y de la escucha. Se va corriendo una cortina. Se van perfilando detalles, se definen escenas, se recuperan recuerdos. Trabajando sobre el silencio aparecen las palabras. Las suyas, primero las suyas, pero también después, sigilosamente, las mías. Si ella nombra, yo también. Me lleva ella, al reconstuir su historia a que yo asuma parte de la mía. ¿Cómo me convoca? ¿Y qué sucede con esto?
Sin darse cuenta, su recordar -que es volver a pasar por el corazón y pagar los costos por ello- tiene una reverberación que me alcanza. Y así como en ella la toma de conciencia fue la de que creyendo proteger al hijo que gestaba , había sido protegida por él, para mí fue advertir que creyendo ayudarla me ayudaba a mí misma. Al ayudarla a regresar de aquel exilio de si misma que era el olvido, sucedió que también me ayudó en un impensado retorno: el de aquello exilado de mí que hizo eco a su voz recuperada. Abriendo un espacio para su palabra también se empezó a insinuar la mía, como por un mismo cauce abierto en el encuentro. La palabra pronunciada como avalancha, trayendo espisodios, trayendo imágenes. Y el escribir como restañar, reparar, cicatrizar al contar, contarse, contarnos la historia desde las resignificaciones que surgen, que pueden surgir, recién entonces.
Le proveo la posibilidad de recuperar su propia memoria y al hacerlo corro un riesgo, y no es banal, el de efectuar un buceo en mi misma. Ella vuelve a algún rincón de sí y me lleva a buscar en los míos.
Ella dice: -"Encontré una palabra. Es la más fiel para designar lo vital, es la palabra amor, el amor de la familia, de los compañeros. Es lo que me sostuvo entonces, es lo que me permitió seguir adelante. Es lo que brota y se despliega en los reencuentros de cada una consigo misma, cuando mirando las fotografías de entonces armamos el rompecabezas de nuestras historias".
LA VUELTA
¿Y qué sucede con distintos períodos de tratamiento con el mismo terapeuta ?
¿Qué sucede con los pacientes que al cabo de años vuelven a consulta con nuevas problemáticas? En mi experiencia cuando un paciente vuelve, esa segunda oportunidad ilumina aspectos tan interesantes de su subjetividad, que pareciera que aquel primer período hubiera funcionado como aprestamiento para el verdadero despliegue que se da con la vuelta y que aporta riquezas insospechadas y profundizaciones imprevisibles.
Puedo recordar tres casos: el de Delia que en un primer período de tratamiento trajo la inquietud de su infertilidad y las dudas respecto a que caminos seguir. Su situación era de parálisis frente a las opciones y en la vida y en el tratamiento se la veía ambigua, desvitalizada y poco entusiasta. No era fácil trabajar. Volvió al cabo de varios años y fracasos en fertilización asistida, pero con una nueva disposición más jugada y audaz en la búsqueda de soluciones. De la persona apática y dubitativa que había conocido pasaba a plantarse desde una fuerza y convicción que me sorprendieron. ¿Había cambiado ella por los sucesos acaecidos en su vida? Sin duda, pero también aquel trabajo que hiciéramos y que quedara inconcluso, creó condiciones para que esta vuelta nos permitiera avanzar más y mejor.
Raúl hizo un período de tratamiento con un cuadro de angustia y en una etapa en que se efectuaban estudios a su esposa, luego diagnosticada con un Alzheimer. Se lo veía consternado y bajo la presión que implica la convivencia con una persona afectada por dicha enfermedad. El trabajo se centraba en las dificultades para procesar todos los cambios que sobrevenían al interior de la relación y a los sentimientos personales de impotencia y estancamiento que le generaban. Luego del fallecimiento de ésta –a quien asistió sin declinar en su solicitud hasta el final- volvió a tratamiento, y pese al duelo que lo embargaba pudo empezar a disponer de su vida, antes hipotecada en el cuidado de su esposa. Con esta mayor libertad se reconectó con una cantidad de cuestiones que lo fueron poniendo en marcha. Se vinculó a intereses que habían quedado postergados, y que retomaba recién ahora Y resultó en este segundo período de tratamiento como si se develaran cualidades que habían estado opacadas y lo mostraron en su vitalidad, inteligencia y capacidad de emprendimiento. Las sesiones con él, que fueran lentas y densas en el período anterior, se transformaron en oportunidades para el despliegue de sectores de su historia plenas de humor y creatividad.
Juan inició tratamiento a instancias de su esposa y todo ese primer tramo-como suele suceder cuando la iniciativa viene condicionada- fue como una puesta a prueba para la terapia. Así iniciada y sin que se hubiese establecido un vínculo de espontaneidad y confianza, yo me encontraba frente a una persona de inteligencia minuciosa, pero para quien, cada palabra emitida o escuchada en el contexto de las sesiones pasaba por un fino tamiz. Me sentía en una puesta a prueba permanente, por el modo en que examinaba y desmenuzaba cada una de mis intervenciones. Mi sentimiento era el de tener que avanzar muy cuidadosamente pues cualquier traspié lo hubiera auyentado de la tarea que aceptaba, pero a regañadientes y de la que hacía una evaluación constante. El trabajo terapéutico así medido y ponderado, era una especie de partida de ajedrez muy cerebral, pero donde faltaba la entrega y la conexión necesarias para avanzar en profundidad. Al año siguiente –y al parecer esta vez por propia iniciativa- Juan volvió a consulta. En el tiempo en que no nos habíamos visto le habían sucedido dos cosas importantes: había muerto su padre y había nacido su hija. Se produjo una metamorfosis en el estilo de trabajo, tan contenido y cuidado antes, hacia una mayor libertad y soltura y resultó mucho más fructífero. Otra vez cabe la pregunta: ¿había cambiado él en ese lapso?. Es muy probable, pero el haber establecido en el período anterior de tratamiento la plataforma desde la cual podíamos partir, creo que también influyó para que se creara un clima menos constreñido y más favorable a la tarea.
De este tiempo es el material que referiré, y que marca la tónica que habíamos logrado. Juan comentaba que tenía un sueño recurrente en el cual se veía caminando por un barrio de casas suntuosas pero antiguas y venidas a menos. Algunas construcciones le llamaban la atención y se detenía a mirarlas. Comentaba que en su sueño lo guiaba un interés por descifrar lo que ese barrio y esas casas significaban para él.Y el caso era que en vigilia lo acompañaba el sentimiento de que ese barrio existía en verdad, que él lo conocía y lo había recorrido alguna vez.
En una de las sesiones, se conectó tanto con esas imágenes, fue tan vívida su descripción que terminó la sesión diciendo: -Me iría ahora mismo a dar vueltas con el auto para buscar el barrio que le cuento.
La sesión siguiente la inició triunfal:-¡Lo encontré! ¡Es "La Piedad!" Acompañando a mi mamá al cementerio, me dí cuenta que las casas suntuosas pero viejas y descuidadas son los panteones sobre la calle principal. Iba de chico, cuando murieron mis abuelos, y ahora con la muerte de mi papá, y después de mucho tiempo volví.
¿Cuánto de mi querer saber sobre la muerte habré expresado en el sueño de las casas que no me cansaba de mirar?-
RESONANCIAS
¿Y qué suscitaban en mí? Algunas veces el propósito de resistirme a las oleadas de emoción, y otras la tentación de engancharme en aquello a que me convocaban: entender qué estaba pasando. Entender para mostrar desde otra perpectiva por medio de una interpretación que se quería penetrante o simplemente escuchar, estar ahí como testigo de un despliegue que buscaba su cauce.
Después de dar asistencia en casos límite pude sentir que debía registrar la turbación que sucede al esfuerzo. Hubo una vez en que después de atender la consulta en una internación, y al dejar mis datos en el office para facilitar nuevos contactos no recordaba mi número de teléfono (¿un modo de sustraerme a esa interpelación?). En otra oportunidad, después de ver a una joven paciente que había quedado lesionada después de un accidente- lesión que la invalidaría en el futuro- el indicador de mi angustia fue que en el office dí una dirección que ¡valga el lapsus! correspondía a la casa de mi niñez. Y en otra ocasión, saliendo de un psiquiátrico donde había visto a una paciente en profunda depresión, lo que sucedió fue que en el café que había recalado para recobrar el aliento, en el momento de pagar no conocía el valor del papel moneda en mi billetera. Debí tomarme mi tiempo para recuperar los datos olvidados y asignar a la experiencia el sentido de profunda conmoción que tenía. En estas ocasiones de borde pude evaluar la índole de la tarea en la que estaba jugada.
Ya se, muchos colegas hablarán de la contratransferencia. Esos sentimientos que se registran en relación a los pacientes y a lo que éstos traen. Ya se que constituyen otra herramienta al servicio de la tarea. Ya se que desoirlos o manejarlos mal es equivocar el rumbo. Ya se que es importante dar a la contratransferencia el lugar que corresponde entre los recursos que nos habilitan. Pero que nos habilitan para escuchar- escucharnos, para destrabar- destrabarnos, para esclarecer- esclarecernos. Porque resulta que en esta tarea el otro y yo entramos a resonar a un mismo ritmo que es el que imprimen los conflictos que emerjen. Y sucede que los conflictos de que estamos hablando son universales: el amor, el desamparo, el anhelo de poder, el miedo, la certeza de la muerte, la ira, todo ello también me atañe, aunque se suponga que se más y por ello esté en este lugar y por tanto pueda guiar el compromiso en que estamos embarcados el otro y yo.
Lo de compromiso viene a cuenta, pues aunque es un compromiso de trabajo, lo es de tal índole que no se parece a otros y no se puede tomar con liviandad, desde nosotros por una responsabilidad ética insoslayable. Y desde ellos, quienes consultan, porque hay un vínculo más estrecho que se gesta cuando determinadas cuestiones atañen al dolor o a la intimidad. Por eso hay especialidades en el cuidado de la salud, en donde el profesional a cargo puede ser pieza de recambio, y otras en que no. Ginecología, odontología y psicología creo que implican un nexo entre profesional y paciente más delicado, que hace que raramente y por muy graves motivos se lo sustituya. Es en relación a este tema que una paciente muy lúcida y que llevaba ésto hasta el extremo planteó: “para mi, y por el modo en que me los tomo, con el matrimonio y la terapia con una vez basta”.
Tal vez esta sea una posición extrema, pero sí vale considerar a la psicoterapia como intensa experiencia existencial y si cabe la comparación con el matrimonio ha de ser por la magnitud de los afectos que en una y otro se movilizan.